Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo
(Mateo 4:1)
El Espíritu Santo vino sobre el Señor en su bautismo de forma visible para permanecer en Él. Ahora lleva al Señor para ser tentado. Esta tentación era para probar nuevamente la impecabilidad del Señor, su santidad, su perfección. Podemos establecer algunos paralelos (y contrastes) en este pasaje. Podemos contrastarlo con Adán y Eva, los cuales fueron tentados en condiciones ideales. Ellos no conocían el mal ni sabían lo que era pecar, el diablo les tentó con un árbol cuando ellos estaban rodeados de otros miles de árboles; no como en el caso del Señor que, aunque tampoco había pecado ha podido ver el pecado en la raza humana por siglos, estaba en un desierto donde no hay nada de comer, tenía hambre y se le ofrece convertir piedras en pan (cosa que tenía poder para hacer). Las condiciones eran totalmente diferentes y el resultado fue completamente diferente. Cristo es el hombre perfecto que triunfa sobre la tentación, a diferencia de Adán y Eva. Podemos compararlo con Israel y sus 40 años en el desierto donde fueron tentados vez tras vez y fallaron, murmurando contra Dios y queriendo regresar a Egipto. Nuevamente Cristo es el Siervo perfecto, con las cualidades necesarias para llevar a cabo la obra de Dios. Con David lo podemos comparar con el tiempo cuando ya había sido ungido como rey de Israel pero todavía no había ocupado el trono. En el trono estaba Saúl que lo odiaba y lo quería matar y a quien ya no le pertenecía el trono (Saúl nos sirve de tipo de Satanás, quien se opone a Dios y considera que todos los reinos del mundo son suyos, aunque no le correspondan por derecho). David tuvo un tiempo de preparación donde aprendió mucha paciencia pero también falló en oportunidades cuando la presión de las circunstancias le hicieron tomar malas decisiones. Aquí también vemos al Señor como el Rey perfecto, que no se apresura ni se desvía de la voluntad de Dios, sino que puede esperar al momento cuando ocupe el trono que le corresponde. Pero el Señor no pecó, no podía pecar.
Satanás no hace distinción al momento de tentar, ni aun por tratarse del Hijo de Dios dejó de hacerlo. Recordemos que Él es “el tentador”, ¿cuánto más quiere tentar y hacer caer al creyente para luego acusarle delante de Dios de su pecado? Pero el Señor venció la tentación. Satanás no pudo ni puede con el Señor y es por medio de Él que podemos nosotros también vencer la tentación. Tengamos en mente siempre que solos no podemos, pero “mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).
Miguel Mosquera
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