¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? (Mateo 2:2)
Un grupo de hombres que vienen de lejos llegan a Jerusalén haciendo una pregunta que, dirían ellos, debe ser bien sabida en esa ciudad. Me imagino sus caras de sorpresa al ver que las personas a quienes les preguntan ninguno sabe y, aún más, todos ellos parecen todavía más sorprendidos que se les hiciera esa pregunta. Pero un momento, ¿no se supone que si es el rey de los judíos quien nació, todos deberían saberlo? Además, era el Mesías prometido, era la persona a quien todos estaban esperando. No sé qué les sorprendería más a aquellos magos, si la falta de conocimiento de que su rey había nacido o la reacción de ellos al saberlo. Uno pensaría que la gente se emocionaría, saltaría de júbilo, pero no, “se turbó… toda Jerusalén”.
Los escribas por fin dan la respuesta, está en Belén. Bueno, por lo menos ahora que la gente lo sabe van a ir todos a acompañar a los magos a ver al rey de los judíos, ¿cierto? No. Ni uno solo los sigue, Belén queda a menos de 10 km de Jerusalén y nadie, ¡nadie!, sale para ir a verlo. Somos rápidos para juzgar la triste condición de Israel, pero nosotros somos el pueblo de Dios, personas que viven lejos de Dios, sin ningún conocimiento de las Escrituras, vienen buscando respuestas sobre la salvación, la eternidad, Dios, Jesús, los pecados, el cielo, y muchas veces no tenemos respuestas que darles. Decimos que esperamos la segunda venida del Señor y que puede ser pronto, en cualquier momento, pero nuestra vida no refleja que lo estamos esperando. Decimos que vamos al cielo pero con nuestra manera de vivir estamos mostrando que estamos muy a gusto aquí en la tierra. Decimos que un día nos gozaremos en la presencia del Señor pero aquí ponemos excusas para no ir a la reunión a congregarnos en Su presencia. Que podamos vivir en la expectativa de la pronta venida del Señor Jesucristo y podamos decir como el apóstol Pablo: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:8).
Miguel Mosquera