«…así dice el rey de Asiria: Haced conmigo paz, y salid a mí, y coma cada uno de su vid y de su higuera, y beba cada uno las aguas de su pozo, hasta que yo venga y os lleve a una tierra como la vuestra, tierra de grano y de vino, tierra de pan y de viñas, tierra de olivas, de aceite, y de miel; y viviréis, y no moriréis. No oigáis a Ezequías, porque os engaña cuando dice: Jehová nos librará» (2 Reyes 18:31-32)
El enemigo no se da por vencido, busca su objetivo a toda costa y el engaño es una de sus estrategias más efectivas. Ya hemos visto que parte de ese engaño es hacernos creer que Dios nos está guiando en cierta dirección que, la verdad, es completamente opuesta a la voluntad de Dios. Otro de sus engaños son sus ofertas de «cosas mejores». Él quiere que le sigamos y «a cambio él nos dará…». Rabsaces le ofrece al pueblo libertad, abundancia, placer, entretenimiento y satisfacción. Además, la tierra adonde les ofrece llevar es «como la vuestra», no hay ninguna diferencia. Puras cosas terrenales y temporales, pero era obvio que nada de eso les iba a dar.
Con frecuencia vemos la prosperidad de los impíos y nos sentimos tentados a ser como ellos. El enemigo pone en nuestra mente: «puedes disfrutar de todo eso, ser como ellos, gozar de todos los placeres que están a tu alcance», al fin y al cabo, ¿por qué uno tendría que limitarse de todas estas cosas que nos traen placer y satisfacción y sentirnos «libres» de hacer lo que nos plazca? Todo es un engaño. El pecado no trae ningún tipo de libertad, al contrario, esclaviza. Las cosas del mundo nos alejan de Dios y, a la final, Satanás tampoco está interesado en nuestro bienestar. Esos pensamientos son la carnada, que se ve atractiva pero que detrás de ella hay un anzuelo para hacernos daño. «Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?» (Romanos 6:2).
Miguel Mosquera
Foto en portada y texto: On the hook por Eliya bajo la licencia CC BY-NC 2.0 (mod. 1018x460px)