Rebeca se encontraba en el interior de su carro, estaba consciente, pero incapaz de ayudarse a sí misma. Acababa de salir de su casa y estaba por cruzar una intersección cuando otro vehículo, que venía a exceso de velocidad y huyendo de la policía, la chocó violentamente sacándola de la carretera. Tan sólo el impacto produjo que el carro de Rebeca estallara en llamas. Fuertemente herida y con media docena de huesos fracturados, Rebeca estaba en su carro, consciente, pero indefensa.
Muchas son las situaciones en las que nos podemos encontrar indefensos e incapaces de hacer algo para salir de determinado problema. Hay un problema en el cual no podemos hacer nada para solucionarlo, y es el problema del pecado. El pecado ha producido un impacto más grande en nuestra vida de lo que queremos reconocer, e incluso del que nosotros imaginamos. Es una infracción a la ley, pero a la ley de Dios. Nos ha dejado expuestos a la justicia y la ira de Dios. Buscamos hacer algunos cambios en nuestro estilo de vida, poner más empeño, pero la maldad que hay en nuestro corazón responde nuevamente a la tentación haciéndonos caer vez tras vez en el pecado. Romanos 5:6 nos dice que «Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos». Débiles, ¿por qué? Porque somos incapaces de cumplir la ley de Dios a la perfección, como Él lo exige. Rebeca solamente tenía que abrir la puerta de su carro y caminar una corta distancia para ponerse a salvo, pero estando tan herida y débil por el choque ni aun eso podía hacer, necesitaba alguien que la salvara. Podemos decir lo mismo de nosotros en cuanto a la ley, son solamente 10 mandamientos, están explícitamente mencionados en la Biblia, solamente tenemos que cumplirlos. Pero no podemos hacerlo, en nuestro corazón mora el mal, como lo dice Pablo «Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado… Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago… Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí» (Romanos 7:14,18-19,21). Necesitamos, entonces, un Salvador.
Jaime era el policía que estaba persiguiendo al infractor que iba a exceso de velocidad, pero al ver el choque frente a él y el carro de Rebeca en llamas decidió ir rápidamente a rescatarla. «La escena no pintaba muy bien» dijo Jaime «una nube de humo y fuego se levantaban del carro de Rebeca… he visto muchos accidentes y sé que cuando un carro está en llamas, el tiempo antes que explote el carro es muy corto». Jaime sabía que no tenía tiempo para intentar apagar las llamas, especialmente de esa magnitud, así que decidió arriesgar su vida y acercarse al carro para sacar a Rebeca. Dijo, «la tomé por debajo de sus brazos y la llevé hasta un lugar seguro, 90 segundos después el carro explotó y las llamas cubrieron completamente el carro».
Más que arriesgar su vida, Cristo entregó su vida por nosotros en la cruz
Nuevamente citamos el versículo de Romanos 5:6, «Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos». Queremos enfatizar, ahora, que la muerte de Cristo en la cruz fue «a su tiempo». No podía ser antes, tampoco después, en el tiempo perfecto de Dios Cristo vino del cielo para salvarnos. «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10). Más que arriesgar su vida, entregó su vida por nosotros en la cruz. Las personas de Samaria dieron testimonio diciendo: «porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo» (Juan 4:42). Jesús tiene poder para salvarte de las llamas del infierno. Estás en grave peligro, el tiempo es corto, puedes perder tu alma para siempre. Jesús te quiere y te puede salvar, cree en Él.
Miguel Mosquera