Y amaba Israel a José más que a todos sus hijos, porque lo había tenido en su vejez; y le hizo una túnica de diversos colores. Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamenteGénesis 37:3-4
Jacob amaba a José. Aunque Jacob tuvo doce hijos, había una relación especial y única con José y porque nos dice que Israel amaba a José «más que a todos sus hijos» y, además, «le hizo una túnica de diversos colores».
El amor del padre a su hijo
La primera mención al verbo ‘amar’ está relacionado con el amor de un padre a su hijo (Génesis 22:2). El libro de Génesis nos habla sobre esta relación de amor al mencionar que Abraham amaba a Isaac, Isaac amaba a Esaú y Jacob amaba a José. Aunque es hermoso ver la manifestación de amor en estos casos, no podemos pasar por alto que este amor estaba manchado por el favoritismo.
No fue así en el caso de Dios el Padre y el Hijo, el Señor Jesucristo. Cristo es el Hijo amado de Dios, pero también es su Hijo unigénito. Juan 1:18 nos habla del «unigénito Hijo, que está en el seno del Padre». Aunque los ángeles son llamados hijos de Dios y los creyentes tenemos el enorme privilegio de ser llamados hijos de Dios, la relación de Cristo como Hijo de Dios es única. Desde la eternidad la Deidad ha gozado y disfrutado de esta relación. Cristo es la imagen misma del Padre, es igual al Padre y es uno con el Padre. Por eso Dios dijo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3:17) y el apóstol Pablo habla de Cristo como «el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia» (Efesios 1:6-7).
Un amor que causa envidia
El trato especial de Jacob hacia José produjo envidia en sus hermanos. No había razón para aborrecerle, pero fue tal su rechazo que no podían hablarle pacíficamente a José. Cristo siempre hizo el bien, las personas quedaron maravilladas por las obras de Cristo. «Todos se asombraron, y glorificaron a Dios, diciendo: Nunca hemos visto tal cosa» (Mateo 2:12); «nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él» (Juan 3:2) y «bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar» (Marcos 7:37). Aunque era evidente la bondad de Cristo hacia otros, le aborrecieron. Cristo dijo que «esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron» (Juan 15:25). Tal fue el rechazo hacia el Señor que le entregaron para ser crucificado. Dijeron, «No queremos que éste reine sobre nosotros» (Lucas 19:14). Pero el rechazo de Cristo era más que una simple reacción de parte del pueblo de Israel, era más que un triste desenlace a una historia que había comenzado bien. Era el propósito de Dios que así fuera para que, mediante el sacrificio de Cristo en la cruz, tuviéramos el perdón de los pecados y pudiéramos ser llamados hijos de Dios.
La obediencia y perfecta sujeción de Cristo a la voluntad del Padre era una razón más para amarle: «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar» (Juan 10:17). Con esta misma calidad de amor es que Dios nos ama, aunque sin merecerlo: «los has amado a ellos como también a mí me has amado» (Juan 17:23). ¿No es Cristo digno de nuestro amor?
Miguel Mosquera
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