…nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre… del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por miGálatas 1:3-4; 2:20
Nunca dejaremos de maravillarnos de la obediencia del Señor Jesucristo. Hablo las palabras que el Padre le había dado que hablase, hizo las obras que el Padre le había dado hacer. Estuvo siempre sujeto a su voluntad en perfecta obediencia. La obra de la cruz fue también un acto de obediencia, como lo dice nuestro versículo, “conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre” y también, “haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8).
Sin embargo, también vemos la elección voluntaria del Hijo de Dios en cuanto a todo lo que dijo e hizo. Esto es lo que entendemos de la expresión “a sí mismo”. Podemos notar la elección del Señor en venir al mundo, “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo” (Filipenses 2:7); su deseo de cumplir la ley, no por imposición sino por amor, “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmo 40:8); y también en cuanto a ir a la cruz, “se entregó a sí mismo”.
Simón de Cirene fue obligado a llevar la cruz tras Jesús, pero este no fue el caso del Señor. Él salió “cargando su cruz”. Salió de su corazón, motivado por un amor eterno y sin medida, ocupado en glorificar a Dios e interesado en salvar al pecador.
¡Qué hermoso ver la armonía tan perfecta entre el Padre y el Hijo! La voluntad del Hijo está en perfecta concordancia con la voluntad del Padre. Podemos decir que el Padre envío al Hijo y también que Cristo vino voluntariamente. El Hijo fue a la cruz conforme a la voluntad del Padre, pero también que se dio a sí mismo.
Nuestro Señor es digno de nuestra admiración. Más aún para nosotros es apreciar que todo esto lo hizo “por mí”.
Miguel Mosquera
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