La idolatría es desplazar a Dios del lugar de preeminencia que le corresponde. Es un pecado muy antiguo, presente incluso en el huerto del Edén. El diccionario define la idolatría con dos conceptos: 1) La adoración que se da a los ídolos; y, 2) el amor excesivo y vehemente hacia alguien o algo. Aunque la primera definición es la más mencionada en la Biblia, y la especial piedra de tropiezo para Israel desde su formación hasta los tiempos del cautiverio, es más bien la segunda definición en donde nos vamos a enfocar en este escrito (sin embargo, mencionaremos ambos casos).
La adoración a los ídolos
La idolatría es mencionada desde tiempos muy antiguos. El padre de Abraham, Taré, era idólatra (Josué 24:2). Labán, el suegro de Jacob, tenía sus ídolos (Génesis 31:19). Los egipcios tenían uno de los panteones idolátricos más grandes, por lo que las mismas plagas que afectaron este país era un juicio a sus ídolos y una prueba de la superioridad de Jehová sobre los dioses egipcios (Éxodo 12:12). Toda esta idolatría era aborrecida por Dios. El primer mandamiento lo dejaba claro: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3).
Teniendo en claro que adorar a otros dioses aparte del único Dios vivo y verdadero es un grave pecado, hacemos la siguiente pregunta, ¿será permitido hacer imagen del Dios Altísimo para adorarlo? Por eso está el segundo mandamiento, “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Éxodo 20:4). No es una repetición del primer mandamiento, sino una prohibición de usar una imagen para representar a Dios e inclinarse a ella. “¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo. Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio” (Isaías 40:25-26). "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). Adorar a Dios mediante una imagen que lo represente es rebajarlo del lugar de dignidad que es suyo.
Cualquier adoración de una imagen, sea una falsa representación de Dios, de Cristo o de cualquier otro ‘santo’ de la antigüedad, es idolatría y, por lo tanto, aborrecida por Dios. “Los ídolos de las naciones son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, y no hablan; tienen ojos, y no ven; tienen orejas, y no oyen; tampoco hay aliento en sus bocas. Semejantes a ellos son los que los hacen, y todos los que en ellos confían” (Salmo 135:15-18).
Amor excesivo a alguien o algo
Esta forma de idolatría es bastante amplia, ya que cualquier cosa puede ser colocada en el lugar que le corresponde a Dios: la familia, el trabajo, la música, el deporte, el dinero, la política o alguna celebridad. El Señor dijo que el primer y gran mandamiento es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37).
Es muy común en nuestros días quienes quieren quitar del trono a Dios para ponerse a sí mismos, esto es idolatríaEsta idolatría ha estado desde el principio y también caracteriza los últimos tiempos. El pecado del querubín Lucero (que luego es llamado Satanás), fue querer ser semejante al Altísimo (Isaías 14:14). También lo vemos en el Edén, cuando la serpiente le dijo a Eva “el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios” (Génesis 3:5). En los últimos tiempos los seres humanos se caracterizan por ser “amadores de sí mismos” (2 Timoteo 3:2). Esta forma de idolatría prevalece en nuestros tiempos.
¿Quién es el ídolo que es puesto en lugar de Dios? El YO. Es muy común en nuestros días quienes quieren quitar del trono a Dios para ponerse a sí mismos, esto es idolatría. Cuando el creyente entra en el vicio de pensar que todo gira alrededor de él, lo importante es lo que él hace, piensa, dice o tiene. Todos deben saber sobre él, a toda hora del día, en cualquier lugar. Necesitan hacer publicidad sobre su vida, sus viajes, sus actividades o sus problemas. Cuando alguien intenta siquiera comentarles sobre algo de sus vidas, no le dan importancia o tienen algo más interesante sobre ellos que comentar. Está lleno de sí mismo, lo más importante es él/ella. Todo lo que hace es perfecto, los demás son los que están mal.
Es necesario que Él [Cristo] crezca, pero que yo mengüe
Las redes sociales pueden ser muy útiles cuando son usadas en su debido contexto, pero muy peligrosas porque también promueven este tipo de egocentrismo que está de forma natural dentro de cada uno de nosotros.
El Señor Jesucristo estaba constantemente activo, pero no estaba publicando por doquier lo que hacía, sino que, al contrario, en ocasiones mandaba que nada dijesen (Lucas 8:56). Dice Filipenses 2:7 que Cristo tomó “forma de siervo”. Les dijo a sus discípulos “Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22:27). Hebreos dice que “tampoco Cristo se glorificó a sí mismo”. Más bien, la multitud al ver lo que Cristo hacía “glorificaba a Dios” (Mateo 15:31, Lucas 5:26, 7:16). No estaba buscando llamar la atención a sí mismo, sino dirigir la atención a Dios. ¿Hacemos lo mismo cuando usamos las redes sociales?
El apóstol Pablo pudo haber usado sus cartas para contar a las asambleas lo mucho que estaba ocurriendo en su vida, sin embargo, cuando leemos sus cartas, el tema que resalta es Cristo. De la abundancia del corazón habla la boca. La vida de Pablo no estaba llena de sí mismo, sino de Cristo. Si nuestros pensamientos están centrados en la persona de Cristo y alimentándose de Él, tendremos una perspectiva muy diferente a las circunstancias de la vida. Otras cosas de las que hablar. Algo en qué ocuparme que no sea yo, sino Él. “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30).
El apóstol Pablo nos exhorta con las palabras, “Por tanto, amados míos, huid de la idolatría". También, el apóstol Juan termina su carta con esta advertencia, “Hijitos, guardaos de los ídolos. Amén” (1 Juan 5:21).
Miguel Mosquera
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