Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostroHechos 27:37-38
Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojosHechos 1:9
El escenario en Mileto fue bastante triste. Después de una conversación con los ancianos de la iglesia en Éfeso, ahora se estaban despidiendo. Él había estado con ellos por tres años y había llegado a ser muy querido por los hermanos allí. Lo más triste de la despedida era que les había dicho que “no verían más su rostro”.
Pablo era un gran hombre de Dios. Fue utilizado por Dios como instrumento para llevar el evangelio a muchos lugares. Sin embargo, seguía siendo un ser humano con limitaciones. Les había predicado el evangelio y enseñado todo el consejo de Dios, pero había llegado el momento de despedirse. No los vería más, y esto hizo triste el momento.
Al principio del libro de Hechos encontramos otra despedida, cuando el Señor Jesucristo ascendió al cielo. Esta despedida no fue triste, de hecho, el evangelio de Lucas nos señala que los discípulos “volvieron a Jerusalén con gran gozo” (Lucas 24:52). ¿Por qué no fue triste esta despedida?
Esta despedida fue diferente. Al menos por dos razones no fue triste. En primer lugar, porque, aunque se fue físicamente, no los dejó, sino que prometió su presencia con ellos: “he aquí yo estoy con vosotros todos los días” (Mateo 28:20). El Cristo resucitado prometió estar con nosotros siempre. En segundo lugar, no fue triste porque Él ha prometido volver y le veremos otra vez. Cara a cara veremos a nuestro Salvador. ¡Qué gloriosa esperanza!
En tristeza y tempestades una luz se ve;
es de Cristo la promesa: «Pronto volveré».
En la luz, la paz, la gloria del celeste hogar
Él me espera y apareja para mí lugar.
Miguel Mosquera
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