El Tabernáculo – 02 – El Atrio

MiguelEl TabernáculoLeave a Comment

Descripción del Tabernáculo - 07 - El Atrio

Estamos comenzando nuestros estudios por el lado afuera, aunque casi todos los relatos del tabernáculo en el Éxodo dejan el atrio hasta el final. Por ejemplo, el capítulo 40, que cuenta la erección en sí, hace mención del atrio después de la estructura y sus utensilios, aun cuando la lógica nos indicaría que la cerca y el portón se levantarían antes que ellos. Ya hemos señalado que el hombre comienza desde afuera en su acercamiento a Dios.

Nuestro interés se concentra mayormente en el portón y la cerca, pero las cuerdas y estacas merecen atención también. (Empleamos el vocablo portón conscientes de que las Escrituras hablan de puerta. Lo hacemos para distinguir entre esta puerta y la que daba entrada al santuario en sí, que es el tema de Capítulo Seis en estos estudios).

No había techo sobre el atrio; es una figura de Cristo (y del creyente) visto en el mundo. Había dos estaciones de trabajo a la intemperie: el altar de bronce y la fuente, figuras de la Cruz y de nuestra Biblia, respectivamente. Ellos exigen un capítulo cada uno.

Al dar una aplicación novotestamentaria al tabernáculo y sus utensilios, contamos de antemano con orientación inspirada en cuanto al sentido espiritual del altar de cobre, el velo y el propiciatorio, ya que cada uno de estos tiene su interpretación de parte del Espíritu Santo en la Palabra de Dios. En otros casos, como por ejemplo el sentido del atrio en el contexto nuestro, uno no puede ser dogmático.

De un pasaje podemos estar seguros. Al considerar el atrio, nos viene a la mente Salmo 84.1,2: “¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová”.

Cerca

El atrio estaba encerrado por una cerca que medía cien codos por cada lado y cincuenta a cada extremo. (O sea, aproximadamente 45 metros por 22,5). Casi todos los cuadros que ilustran el tabernáculo lo presentan expuesto al sol, pero creemos que el atrio estaba protegido por aquella milagrosa nube que daba sombra a la vez al santuario en sí.

La finalidad de una cerca es la de excluir al que no debe estar adentro y de proteger a los que sí deben estar. Eso hacía la cerca del tabernáculo. Era la morada de Dios y Él quería prohibir el acercamiento ilícito; esta cerca mantenía al pecador afuera. Desde el Edén en adelante el pecado ha separado al hombre de su Dios, y así será por toda la eternidad. Abraham expuso una gran verdad al hablar al rico en el hades acerca de una gran cima puesta. La cerca del tabernáculo era una línea divisoria; por un lado estaba el “yermo de horrible soledad” (Deuteronomio 32.10) y por el otro los lujosos muebles y las santas ceremonias.

La cerca era de lino blanco. Ahora, en las Escrituras el blanco habla de la santidad. “Tus sacerdotes se vistan de justicia [Su vestimenta era de lino blanco] y se regocijen tus santos”, Salmo 132.9. La esposa en las bodas del Cordero se vestirá de lino fino, blanco y resplandeciente, ya que “el lino fino es las acciones justas de los santos”, Apocalipsis 19.8.

Esta extensión de blanco (280 codos de largo y cinco de alto) ilustra (i) la santidad que Dios exige de todos los que se presentarían ante Él, y (ii) la santidad que Cristo ha provisto en su persona y obra inmaculadas.

Esta alta pantalla proclamaba que todos están destituidos de la gloria de Dios; Romanos 3.23. Su color, en contraste tan marcado con el desierto en derredor, proclamaba que las normas de Dios no son las del hombre. Con todo, la cortina atraía por su misma dignidad y hermosura; ella tapaba de la vista lo que estaba adentro, pero sin eliminar toda esperanza. Para los que estaban adentro, proporcionaba seguridad, no por ser de material fuerte sino por excluir la contaminación de afuera.

Columnas de la cerca

Cincuenta y seis columnas sostenían la cortina blanca. Vemos en ellas una figura del cristiano que despliega a Cristo al mundo afuera y al creyente adentro. Cada columna descansaba en una basa de cobre, una figura del hijo de Dios separado del mundo, parado donde ya pasó el fuego de juicio. Este cobre había sido fundido y moldeado, una ilustración de la ira de Dios que cayó sobre Aquel que llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero.

A primera vista Éxodo 27.10,11 nos deja con la impresión de que las columnas eran de cobre. La Reina-Valera dice: “Sus veinte columnas y sus veinte basas serán de bronce [cobre]”. El resto del capítulo trata de los metales en forma resumida, pero no afirma de qué material eran las columnas del atrio. Tampoco nos dice el pasaje correspondiente en el capítulo 38, limitándose a: “... sus columnas eran veinte, con sus veinte basas de bronce”.

Se ha calculado que toda la ofrenda de cobre ─véase Éxodo 38.29─ hubiera sido requerida para tan sólo estas columnas, aun si fuesen apenas de cinco centímetros de espesor. Esto no hubiera dejado cobre para el altar, la fuente u otro uso. Parece claro que las columnas de la cerca y el portón eran más bien de madera al igual que las del santuario; Éxodo 26.32,37. Esta sugerencia concuerda, desde luego, con la que hemos hecho en el sentido de que las columnas son una figura del testimonio del creyente en el mundo. Creemos que la conclusión es lógica, y encontramos apoyo en aquellas traducciones de 27.10,11 que hablan de “las veinte columnas, y sus veinte basas de cobre”.

Ellas representan al hombre redimido que está en el cuerpo todavía. No reposaban sobre las arenas del desierto, sino en basas. Nuestro lenguaje es: “En Cristo estoy, mi roca es Él ...” El cobre estaba abajo, la plata arriba; el fundamento firme, el mensaje glorioso.

Cuerdas y estacas

Si bien cada columna contaba con un buen fundamento, tenía aun más apoyo. En la basa abajo vemos la seguridad eterna del creyente, y en las cuerdas y estacas a cada lado de la cerca vemos la estabilidad en la vida cristiana.

Nuestro Salvador no sólo padeció la ira (el cobre) y pagó el precio de nuestra salvación (la plata), sino a la vez es quien nos guarda de caída; Judas 24. Pedro (quien en una época había tenido sus propios problemas en cuanto a la estabilidad espiritual) se refiere a los creyentes como “guardados por el poder de Dios mediante la fe para alcanzar la salvación” (1 Pedro 1.5), refiriéndose desde luego a la salvación en el sentido de nuestro arrebatamiento del mundo en la venida del Señor al aire.

Necesitamos estabilidad en nuestro testimonio ante el mundo (la perspectiva desde afuera) y aun en presentar a Cristo a nuestros concreyentes (el atrio adentro, con sus ordenanzas santas). Santiago es enfático al hablar de esto, como era de esperar. “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor”, 1.8,7.

Pablo habla mayormente del creyente débil en Romanos 14. Él nos prohíbe despreciar al hermano sacudido por el viento, terminando su exposición con la advertencia que todos compareceremos ante el tribunal de Cristo para que cada uno rinda cuenta ante Dios. En cuanto al hermano débil, cuyas cuerdas no están cumpliendo su función, las observaciones del apóstol son: (i) recíbanle, porque Dios le ha recibido; (ii) “poderoso es el Señor para hacerle firme”.

Una pregunta hecha a menudo es si las columnas estaban colocadas del lado adentro o del lado afuera de la cortina. Es uno de tantos detalles que el Espíritu Santo tuvo a bien no revelarnos. Si es sana nuestra aplicación de las cortinas y columnas, podemos sugerir que las columnas estaban del lado adentro, ya que uno tendría que pasar por el portón (la salvación) antes de ser una columna (el testimonio).

Portón

Había una sola entrada al atrio que contenía el santuario, y era por un portón ancho. El portón siempre miraba al este; el sol naciente lo alumbraba cada día. La tribu de Judá acampaba frente al portón, y de esa tribu vendría el Salvador, levantándose cual Sol de Justicia con salvación en sus alas, al decir de Malaquías.

Para nosotros, el portón es un cuadro de Cristo, la única vía de acceso a Dios. “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”, Hechos 4.12. Él es el camino, la verdad, y la vida. Sólo Él puede proclamar: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo”, Juan 10.9. Erigiendo ese portón, Moisés y sus colaboradores terminaron la obra, como explica Éxodo 40.33. Eso da gusto; nos hace recordar el grito de triunfo que sacudió el Calvario: “Consumado es”.

No había cerradura. Nada se dice de pasadores ni barras, ni de abrir o cerrar el portón. No había querubín para cerrar el paso, como en el Edén. Las Escrituras hablan del israelita entrando ─es decir, trayendo su animal para sacrificio─ pero ¡nada dicen de su salida! Todo esto es una figura de la salvación por fe, presentada como el renacimiento por la única manera que Dios reconoce.

Era un portón azul (morado), púrpura y carmesí. Encontraremos estos colores de nuevo en las telas del santuario. El azul se asocia con el Hombre del cielo, el Hijo de Dios. Su mensaje es la deidad. La púrpura se asocia en nuestras mentes con el Rey de los judíos; es un color de realeza, pero para gentiles, no judíos. El carmesí, una tinta extraída de gusanos, se asocia con el padecimiento. Estos colores estaban sobrepuestos al blanco, recordándonos al Hombre perfecto.

“Era de veinte codos de longitud, y su anchura, o sea su altura, era de cinco codos, lo mismo que las cortinas del atrio”, 38.18.

El portón era largo pero bajo en relación con las entradas en la estructura adentro. Su altura era la de la cerca. Encontramos en esto que lo que la Ley exigía, Cristo lo cumplió. “Lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne”, Romanos 8.3.

Cristo Jesús respondió ante Dios por nosotros. La cortina proclamaba la justicia divina, pero el portón ofrecía la solución. Un israelita ha podido entrar por un portón más bajo, pero éste ─una figura del Salvador─ alcanzaba la altura de lo que la cerca prohibía. “La sangre de Cristo ... limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo”, Hebreos 9.14.

Los veinte codos de ancho corresponden a la suma de los cuatro costados del altar que vamos a considerar en el capítulo que sigue. El altar de sacrificio es el Calvario; el portón es el acto de fe por el cual el pecador acepta la salvación que Dios ofrece. ¡La tela del portón ha podido envolver el altar! La cruz ha provisto todo lo que el pecador necesitaba para entrar. El israelita que entraba al atrio lo hacía sólo por vía del portón, y (hasta nos revelan las Escrituras) se dirigía directamente al altar de cobre. El pecador, “cargado de pecados mil”, acude al Calvario.

Columnas del portón

“Sus columnas eran cuatro, con sus cuatro basas de bronce y sus capiteles de plata”, 38.19. El uso de sus nos hace reconocer que el portón en sí consistía en cortinas; las columnas cumplían el rol secundario de sostener la tela.

Estas columnas se presentan como un subtema, aparte del de las columnas de la cerca, y no leemos de qué material eran ni cómo estaban ubicados en relación con las cortinas. Más se enfatizan su número y su apoyo inferior y superior, que los postes en sí.

Creemos que eran de madera, pero no olvidando que algunos eruditos creen que eran de madera forrada con cobre. En otras palabras, eran como las columnas de la cerca, aunque especiales. Son figuras de lo humano (madera), pero colocados sobre lo que es figura del Calvario (cobre) y unidos por lo que habla de la redención (plata). Tenían el privilegiado ministerio de desplegar lo que es figura de Cristo (las cortinas del portón) como la puerta de entrada a la presencia de Dios.

Así, estos cuatro postes son hermosas representaciones de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Cada hijo de Dios presenta a Cristo ante el mundo y marca el lindero entre el mundo afuera y la casa de Dios adentro, pero estas columnas ─estos cuatro evangelistas─ tienen un ministerio muy especial. Ellos presentan el mensaje del Evangelio, y tenemos que ser claros en nuestra comprensión del portón como una ilustración de “la fe” una vez dada.

Mateo proclama mensajes tales como, “Venid a mí”. Marcos dice, “Id a todo el mundo y predicad el evangelio”. Lucas proclama que “el Hijo del Hombre ha venido al mundo a salvar”, y Juan hace saber que el Salvador del mundo fue dado por el Padre en gran amor. Pero hay más. Mateo sostiene, figurativamente, la púrpura; es decir, Cristo como rey; Marcos, el carmesí, o Cristo el Siervo; Lucas, el blanco, Cristo cual hombre perfecto; y Juan, por supuesto, el azul como figura del Hijo de Dios que descendió del cielo.

¿Estaban lado adentro o lado afuera? Pues, “donde las Escrituras guardan silencio, los supuestos son peligrosos”. Si fuera asunto de forzar el tipo, algunos dirían que el evangelista es visible antes del mensaje. Tal vez. Pero nos inclinamos a pensar que en cada entrada ─portón, puerta y velo─ la gloria se ve tan sólo cuando uno haya pasado adentro.

En todo el detalle que el Éxodo ofrece, nada dice acerca de un portón cerrado. Mientras la cerca estaba erigida, había entrada. Pero al presentar el santo evangelio, tengamos presente que hubo ocasiones en que sí se desmembraba el portón. ¿Esto introduce la debida urgencia en nuestro mensaje? ¿Nos da compasión por los que están afuera todavía?

Y, más adelante vamos a encontrar querubines, pero aquí no. Aquellos guardianes del trono santo fueron puestos al este del Edén cuando el hombre pecó, pero no al este del tabernáculo. En la obra del Calvario Dios ha provisto medios para no alejar de sí al desterrado, 2 Samuel 14.14.

Héctor Alves

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