Hemos llegado al tabernáculo en sí. Llevemos en mente que era la morada de Dios entre su pueblo, su Israel terrenal. Tabernacular es morar, como en ciertas traducciones de Juan 1.14, “La Palabra se hizo carne y tabernaculaba entre nosotros”.
Cuando Dios comenzó su obra creativa, tuvo en mente morar entre sus criaturas. Proverbios 8.31 declara que sus delicias son con los hijos de los hombres. Pero el pecado entró y abundó, y no fue hasta haber redimido a un pueblo que Él les mandó hacer un tabernáculo para que morase entre ellos. Al efecto, lo hizo por quinientos años, seguidos por seiscientos en el templo (aunque hubo templos por más tiempo).
Durante los últimos dos mil años su lugar de morada ha sido la Iglesia, un templo no hecho de manos. Aun el creyente que no sea judío no es ahora un extranjero ni advenedizo. Es un conciudadano de los santos y miembro de la familia de Dios. Pertenece a una Iglesia que está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo. Efesios 2.19 al 22
En el lenguaje figurativo de la Biblia, el tabernáculo era la sombra y nosotros los salvos somos la sustancia. Somos edificio de Dios, explica Pablo en 1 Corintios 3.9.
Ahora, una pregunta. ¿Lo somos? ¿Qué tal nuestra construcción? La exhortación aguda del apóstol es que cada cual mire cómo sobreedifica. Si permanece la obra de uno, él recibirá galardón, y si se quema, él sufrirá pérdida. Nosotros ─ todos los pecadores que somos salvos por gracia ─ somos templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en nosotros. Que ninguno se auto engañe, agrega el apóstol, si alguno entre nosotros se cree sabio en las cosas de este mundo, que se conceptúe como necio para llegar a ser sabio.
Esto no es tradición religiosa ni hipérbole eclesiástica, o el dogma de algún grupo de entusiastas. Es la Palabra de Dios.
Armazón
El versículo citado como epígrafe especifica tres pasos en la erección del tabernáculo propiamente dicho: asentar las basas, colocar las tablas y poner las barras. Dejaremos para otra entrega el último paso en nuestro versículo, que es alzar las columnas. Las columnas tienen que ver con la puerta, que es otro tema.
En este resumen se omite el paso que Dios tuvo a bien mencionar en primer lugar, ya que el versículo comienza con: “Moisés hizo levantar el tabernáculo”. Debemos entender, sin embargo, que en su sentido técnico el término tabernáculo se refiere a las diez cortinas de lino que estaban colocadas sobre el esqueleto de madera. Estas a su vez estaban cubiertas de “la tienda”, once cortinas de pieles de carneros, y sobre ellas había dos juegos de “cubiertas” de pieles. A todo esto llamaremos el techo y lo trataremos en una entrega aparte.
Sin embargo, no podemos dejar de notar que la secuencia en Éxodo 40 es (i) las cortinas interiores, (ii) las tablas y su soporte, (iii) las columnas, (iv) las cortinas intermedias, y (v) las pieles encima de todo. Dios puede hablar de colocar un techo antes del armazón que lo sostiene, pero el hombre no. Cuarenta y ochos tablas formaban las paredes, cada una de codo y medio de ancho y diez de longitud (casi 5,5 metros), y cada una con dos patas, o espigas, que entraban en las cavidades de las basas, de plata. Cada pared lateral contaba con veinte tablas; la del fondo con seis; y las dos esquinas en el fondo con una cada una. Sin duda estas últimas daban rigidez a la estructura, pero la Palabra no nos informa cómo estaban colocadas.
Basas
Se enfatiza la procedencia de la plata para las basas que sostenían las tablas. En Éxodo 12, en la historia de la salida del pueblo de Dios de Egipto, se narra que obtuvieron joyas de plata de sus amos. En el capítulo 30, los versículos 11 al 16 versan sobre la tasa para el censo, que era medio siclo de plata, nunca menos y nunca más. Este “dinero del rescate”, dice, se empleaba en el servicio del tabernáculo. Se habla de esto de nuevo en 38.25 al 28, donde leemos cómo se aprovechó la plata.
Se imponía esta tasa sobre el pueblo “para que no haya en ellos mortandad”. Al no haber un precio de rescate, el juicio hubiera caído sobre ellos. Es evidente que esto nos da una ilustración de la salvación de la pena del pecado. El apóstol Pedro alude a esto al escribir, “Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir … no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo”. (En una ocasión los israelitas ofrendaron oro, Números 31.50).
El peso y contenido metálico de las monedas antiguas eran imprecisos por las normas nuestras. La plata era por regla general la medida de valor y el siclo el peso básico, pero su valor variaba entre épocas y lugares. El siclo del templo, o del santuario, se decía ser de diez gramos, y las muestras conocidas se acercan a este estándar. Esto es interesante en relación con la tipología espiritual, ya que la voluntad de Dios se expresó en diez mandamientos, pero el hombre no podía alcanzar esta medida.
Si la balanza humana era defectuosa, no así la divina. Aprendemos del 38.25 que 603.550 varones cancelaron el precio de su rescate. El punto importante es que, “Ni el rico aumentará, ni el pobre disminuirá … para hacer expiación por vuestras personas”, 30.15. Aun hoy en día no hay diferencia; todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. La otra cara del evangelio es que “no hay diferencia … pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan”, Romanos 3.22, 10.12.
Más de seiscientos mil varones, de veinte años para arriba, hicieron fila para presentarse y cancelar la imposición. Pobres, ricos, jóvenes y ancianos; de una tribu y de otra; no hubo discriminación. Cada cual tenía que pagar, y habiendo pagado era reconocido como ciudadano. ¿Puede haber una ilustración más clara de cómo Dios salva las almas? Los demás materiales del tabernáculo eran dados en ofenda voluntaria, pero la plata para las basas vino por mandamiento, y cada hombre en el campamento conocía su vínculo personal con las basas que reposaban en la arena para sostener el santuario de Dios.
¿Acaso ha habido un fundamento más costoso? Si aceptamos que el peso de un talento era de treinta kilos, se fundieron más de cinco toneladas de plata para hacer noventa y seis basas para las tablas y cinco para las columnas de la puerta. Cada una pesaba aproximadamente cuarenta y cinco kilos y medía aproximadamente cuarenta y cinco centímetros cuadrados. El historiador Josefo escribió que la apariencia era la una viga continua, tan cerca estaba una basa a la otra.
Nunca fue necesario renovar ese fundamento. Nunca cedió. Es una figura maravillosa del fundamento único para la redención de todos. El tipo fue costoso, pero el antitipo ─la redención por la sangre de Cristo ─ mucho más costoso.
¡Cuán firme cimiento se ha dado a la fe
de Dios en su tierna Palabra de amor!
¿Qué más Él pudiera en su libro añadir
si todo a sus hijos lo ha dicho el Señor?
Tablas: material y significado
Hasta este punto hemos aplicado los vasos y materiales del tabernáculo al Señor Jesucristo y su obra ante el Padre en bien de la humanidad. Creemos, sin embargo, que la aplicación evidente de las tablas es a los santos en vez de al Salvador y Señor. Las tablas vistas individualmente son una figura de los creyentes en particular que forman colectivamente la morada, o las moradas, de Dios en la tierra. Hacemos esta sugerencia teniendo en mente que algunos perciben las tablas como Dios manifestado en Cristo, o sea, como figura del Hijo encarnado.
Hemos comentado ya que el árbol de acacia es nativo del desierto donde se construyó el tabernáculo. También hemos observado que los árboles en general se emplean comúnmente en las Escrituras como un tipo de los hombres y las mujeres. El cedro, el olivo, la palmera, la vid, y más: muchos son los árboles mencionados, y una lectura cuidadosa dejará clara la idea asociada con cada uno. Tal vez Salmo 92.12 venga a la mente del lector: “El justo florecerá como la palmera; crecerá como el cedro en el Líbano. Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerá”.
Las tablas eran de madera; eran árboles convertidos, si quiere. Hemos empleado las tablas del altar para sacrificio como una figura del justo juicio de Dios. Las tablas de las paredes fueron formadas, perforadas, puestas en basas unidas y empleadas para sostener el techo que tanto difería de ellas en carácter.
Sin duda podemos discernirnos a nosotros mismos en esto. Cada hijo de Dios ha sido cortado del mundo en derredor; aserrado y cepillado para quitar todo aquello que era superfluo del propósito de Dios para él; formado por voluntad divina, podemos decir; colocado sobre la basa de la redención; separada del mundo y puesto seguro sobre un fundamento nuevo; y unido con otros que han sido llamados afuera de la misma manera. Somos (i) edificados sobre el fundamento, y (ii) coordinados para ser un templo santo; Efesios 2.20 al 22. Hemos sido formados para estar en pie, constituyendo colectivamente el lugar donde mora la honra de Dios, y sobre todos nosotros está el palio, o pabellón, de la presencia del Señor.
En cuanto a la lámina de oro que cubría cada tabla, el versículo que primero viene a la mente como una aplicación al hijo de Dios es Filipenses 3.9: “… ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia … sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”. Respecto al oro, conviene citar aquí a A.J. Pollock: “En Éxodo, cuando el oro es típico de la Deidad, siempre es oro puro; cuando es una ilustración de la justicia divina, se emplea el término oro a secas”.
Tablas: espigas y medidas
Cada tabla tenía dos espigas en el extremo inferior, las cuales se insertaban en su basa. La idea de testimonio se asocia con el número dos en la Biblia; el lector se acordará de ejemplos como los dos testigos en la tribulación y los setenta evangelistas que salieron de dos en dos.
Cada espiga servía de enlace entre su basa y su tabla, proveyéndonos de una ilustración de la fe que echa mano de la obra de Cristo. La basa de plata servía de fundamento firme y a la vez separaba la tabla “consagrada” de la tierra abajo. Otra aplicación, y mejor, es que estas dos “manos” ilustran la muerte y resurrección del Señor Jesús, quien fue (i) entregado por nuestras transgresiones, y (ii) resucitado para nuestra justificación, Romanos 4.25.
La muerte ya venció
Cristo el Señor;
la salvación nos dio
el Redentor.
Cada tabla media codo y medio de ancho, y mucho se ha especulado sobre por qué Dios empleó el medio codo. Claro está que no fue porque Él hace las cosas a medias.
Si la medida sencilla simboliza lo completo, la mitad agregada sugiere que algo queda por hacerse. Nuestras almas son salvadas; aquella obra ha sido realizada de un todo en lo que se refiere a la posición eterna. Sin embargo, esperamos la redención de nuestros cuerpos. “El que comenzó en vosotros la buena obra, la terminará hasta el día de Cristo”, Filipenses 1.6. Es decir, de aquí al tribunal de Cristo. “Jehová cumplirá su propósito en mí”, Salmo 138.8. “Él transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya”, Filipenses 3.21.
¿Había árboles de una altura que permitiría hacer de ellos tablas de más de dos metros de alto y sesenta y seis centímetros de espesor? Posiblemente no, pero podemos estar seguros de que cualquier encaje fue hecha a perfección, si este fue el caso. El hecho de unir dos o tres tablas para hacer una sola sería un ejemplo de Colosenses 2.2: “Unidos en amor, hasta alcanzar las riquezas del pleno entendimiento”. Comoquiera que hayan sido estos detalles, el tabernáculo, como también el pueblo de Dios hoy en día, fue “juntamente edificado para morada de Dios en el Espíritu”.
Barras y anillos
Cinco barras de madera de acacia, todas ellas recubiertas de oro, se extendían a lo largo de la estructura, cuatro de ellas fijando cada tabla por medio de cuatro anillos en cada una. La quinta barra estaba dentro de las tablas y alcanzaba la longitud entera de la pared; es probable que las otras hayan sido de esta medida también.
Muchos escritores han sugerido que ellas ilustran los dones dados a la Iglesia, como se narra en Efesio 4.7 al 11. Ellos aplican las barras inferiores a los apóstoles y profetas que fueron usados al principio para echar el fundamento de la Iglesia. La de en medio sería, entonces, el evangelista que va por el mundo entero para predicar. Estaba fuera de la vista, como conviene al evangelista. Las barras superiores, prosiguiendo con este mismo hilo de pensamiento, son el pastor y maestro, quienes hacen seguimiento a la obra del evangelista. Puede haber problema aquí, por cuanto algunos estudiosos del idioma original explican que pastor-y-maestro se refiere a una misma persona.
Otra aplicación es la de los cinco títulos dados a nuestro Señor en Isaías 9.6: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno y Príncipe de paz.
Sin embargo, deberíamos ver estas barras en primera instancia como una ilustración de lo que congrega a “las tablas” ─ el pueblo de Dios ─ para constituir una morada divina. El tabernáculo es más una ilustración de la iglesia local que de la Iglesia universal. Es bajo esta luz que consideramos estas barras, cuatro de ellas expuestas y una fuera de la vista.
Las cuatro se ven mejor como símbolos de las cuatro actividades de la asamblea en Jerusalén como se enumeran en Hechos 2.42. Aquella congregación modelo perseveraba a la doctrina, la comunión, la cena del Señor y las oraciones.
La barra escondida, colocada dentro de las tablas, es Cristo mismo. Donde están dos o tres congregados en su nombre, Él está en medio de ellos. Aun más de lo que hacemos conjuntamente en la asamblea, lo que nos guarda en ella, y nos une, es la presencia del Señor. “La barra de en medio pasará por en medio de las tablas, de un extremo a otro”. ¡Gracias a Dios que es así!
Otros enseñan que esta barra es una figura del Espíritu Santo, la Persona invisible que mora en todo creyente y nos ha bautizado en un solo cuerpo espiritual. Es cierto que Él mora en cada creyente, y nos ha incorporado en la Iglesia, pero no parece que estos pensamientos están ilustrados aquí. Si vamos a continuar con la analogía de la madera de acacia como una figura de lo que es humano, estamos dirigidos a Aquel que tomó cuerpo, y no al Espíritu incorpóreo.
Cada una de las barras exteriores pasaba por los anillos fijados a las tablas. Los anillos eran la conexión esencial entre las tablas y las barras. Un anillo es símbolo del amor. Es sólo en la medida en que amemos las cuatro instituciones en Hechos 2 ─ la doctrina, la comunión, la cena y las oraciones ─ que nuestra asamblea será construida y guardada en armonía.
Héctor Alves
Compartir este estudio