Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba… Y él dijo: Varones hermanos y padres, oíd…Hechos 6:10, 7:2-3
Hechos capítulo 7 nos relata el excelente discurso que Esteban pronunció delante del sumo sacerdote y otros líderes de Israel.
Cuando leemos el capítulo completo nos maravillamos de lo detallado y preciso de su discurso, donde hace un recuento de la historia de la nación de Israel desde Abraham hasta Salomón. Esteban coloca los eventos en perfecto orden mencionando nombres de personas, de lugares, número de años, e incluso diálogos que corresponden a los relatos bíblicos. Me pregunto, ¿cuántos de nosotros podríamos hacer un recuento de la historia de las Escrituras como Esteban? No hay duda de que Esteban estaba inmerso en la Palabra, leyéndola diariamente y estudiándola a profundidad. Esteban era uno que “usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). Que imitemos su ejemplo.
Claro está, que para resumir la historia de Israel en un solo capítulo no es posible incluir todos los eventos. Esteban comienza con Abraham y el pacto que Dios hizo con él. Luego nos brinda los detalles sobre dos personajes para llevar a la audiencia al tema central de su discurso. Estos dos personajes son José y Moisés. Ambos fueron rechazados por sus hermanos injustamente, pero a los dos Dios los usó para la salvación de su pueblo y fueron elevados a una posición de autoridad como gobernadores. Con este preámbulo, Esteban lleva nuestra mirada al tercer personaje (y más importante): el Señor Jesucristo. Rechazado por el pueblo de Israel, quienes lo entregaron y mataron, pero fue exaltado por Dios, por lo que Esteban finaliza diciendo: “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hechos 7:56).
El triste desenlace de esta gran predicación fue la muerte del predicador, Esteban. Que Dios nos ayude a predicar la verdad del evangelio, cualquiera sea el costo.
Ama la Biblia que Dios nos ha dado,
pues nos enseña divina verdad.
Cristo es su tema, el Hijo entregado
para salvarnos de nuestra maldad.
Miguel Mosquera
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