Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en CristoEfesios 1:3
La carta del apóstol Pablo a los Efesios tiene 6 capítulos y se podría dividir en dos partes iguales: los primeros 3 capítulos tratan de nuestra posición en Cristo (lo que somos en Cristo) y los siguientes 3 capítulos tratan de nuestra condición como creyentes (lo que hacemos como creyentes). En este hermoso balance nos damos cuenta de que lo que Dios ha hecho en nosotros, en el momento de nuestra salvación, influye directamente en nuestra conducta y conducir en el mundo.
El propósito divino nunca ha sido el de darnos prosperidad y riquezas materiales, ya que éstos son temporales porque “el mundo pasa, y sus deseos” (1 Juan 2:17). Hay quienes las tienen, y deben administrarlas sabiamente sabiendo que todo proviene de Dios, sin embargo, no es el propósito principal en la vida cristiana. Lo que sí ha hecho Dios es bendecirnos con “toda bendición espiritual”. Él ha derramado de su gracia, amor, compasión, misericordia, justicia, paciencia y santidad de manera que podamos disfrutar de Él incluso antes de llegar a la gloria con Él. Esta es verdadera riqueza que todo verdadero creyente ha recibido, sin excepción, sin importar su tiempo de salvo, su conocimiento de las Escrituras o su andar en el mundo.
Estas bendiciones están en los lugares celestiales; allí donde el enemigo no llega. Están seguras en los cielos, pero más seguras aún porque son “en Cristo”.
Esto nos lleva a bendecir a Dios, como dice el versículo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Cuando bendecimos a Dios no estamos añadiendo nada a Él, le estamos dando la alabanza de la cual Él es digno. Cuando Dios nos bendice a nosotros nos añade y enriquece espiritualmente, aunque somos indignos.
¡Bendiciones, cuántas tienes ya!
Bendiciones, Dios te manda más.
Bendiciones, te sorprenderás
cuando veas lo que Dios por ti hará.
Miguel Mosquera
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