Daniel respondió delante del rey, diciendo: El misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos ni adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros díasDaniel 2:27-28
Daniel tiene la oportunidad de su vida. Es el único que conoce el sueño que tuvo Nabucodonosor y su interpretación. Es más, todos los sabios y entendidos del reino deberían venir a darle las gracias porque de otra manera hubiesen sido ejecutados. Este es el momento de Daniel llevarse el mérito y la honra, pero también es una oportunidad de oro para demostrar frente a un rey pagano la grandeza del Dios del cielo. ¿Qué hacer? Si testifica de Dios y su grandeza entonces ya la atención no estará puesta en él y los demás no van a decir que Daniel es el mejor en el reino. Pero, al fin de cuentas, ¿quién se merece el mérito?
Ese era el resultado al hacer un milagro, «Y todos, sobrecogidos de asombro, glorificaban a DiosDaniel no está interesado en su propia gloria y fama en Babilonia, sino más bien que se dé a conocer el poder, la sabiduría y grandeza del Dios de Israel. El nombre del Dios de Israel ha sido deshonrado ante las naciones por el pueblo de Israel, quien se había rebelado contra Jehová y por eso había sido llevado cautivo. Daniel quiere dejar en claro que Dios no ha dejado de tener el control, incluso sobre los reinos y poderes del mundo. En esto consiste el sueño y su interpretación.
Pero lo que ha impresionado mi corazón es cómo Daniel ni por un momento busca llevarse los aplausos. Él no dijo: «No hay nadie en el reino que sepa el sueño, pero aquí estoy yo». Frente al rey más poderoso del mundo dijo: «Pero hay un Dios en los cielos». Él es quien gobierna, quien controla, quien tiene el poder y la sabiduría, y es Él quien ha revelado al rey lo que va a acontecer.
Así fue la vida del Señor Jesucristo quien buscó siempre glorificar al Padre. No buscaba la fama para sí mismo sino que el nombre de Dios fuese exaltado. Ese era el resultado al hacer un milagro, «Y todos, sobrecogidos de asombro, glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas» (Lucas 5:26). Él dijo: «Yo te he glorificado en la tierra» (Juan 17:4).
Cuando Dios me usa para llevar a cabo sus propósitos y me da la sabiduría y la fuerza para hacer algo para Él, ¿a quién quiero que se le dé el mérito? Al fin de cuentas, ¿quién lo merece? «Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén» (Romanos 11:36).
Miguel Mosquera
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