«En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá» (2 Reyes 18:5)
Fue al comienzo del reinado de Ezequías que diez tribus de Israel, el reino del norte, fueron llevados cautivos por el rey de Asiria. Esto era parte del juicio de Dios sobre el pueblo de Israel por haberse apartado de Dios y su ley para seguir a dioses ajenos, sumiendo al pueblo en la idolatría e inmoralidad de forma que provocó la ira de Dios sobre Israel. Dios había hablado múltiples veces a través de sus profetas para hacer volver al pueblo de su mal camino pero Israel no escuchó sino que se entregó aun más al pecado, la desobediencia y la incredulidad. El padre de Ezequías fue Acaz, uno de los reyes más perversos en Judá. Sacrificó a su hijo a los ídolos, cerró las puertas del templo y mandó a hacer un altar semejante a uno que vio en Damasco. El servicio del sacerdocio en el templo también había cesado.
Esa fue la clase de ambiente en el que creció Ezequías. Pero no tenía que seguir así, Ezequías decidió ser diferente, no confiaba en su propia fuerza sino que puso su esperanza en Jehová Dios de Israel. Le buscó y le amó de todo corazón.
Podemos vivir en un entorno oscuro y perverso, pero mientras más oscuro el entorno más alumbrará la luz, «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16).
Miguel Mosquera