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Aquel que dejó la gloria

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos... Cuando descendieron del monteMateo 17:1,9

Pedro, Juan y Jacobo tuvieron el privilegio de contemplar algo de la magnífica gloria del Señor Jesucristo cuando estuvieron con Él en el monte de la transfiguración. El apóstol Pedro, en su epístola, lo describe de esta manera: “habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad... cuando Él recibió de Dios Padre honra y gloria” (2 Pedro 1:16-17). Ellos vieron su majestad, ellos oyeron la voz que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a Él oíd” (Mateo 17:5).

Nadie hubiese querido dejar esa escena. Más aun, ¿qué movería al Hijo amado de Dios descender de aquel monte? Cuando Cristo descendió lo que encontró fue un mundo quebrantado. Lo puede leer en Mateo 17:14-20. Un padre desesperado por su hijo. Un muchacho padeciendo muchísimo, dominado por la maldad de un demonio. Unos discípulos incapaces de prestar ayuda. Viene Cristo y echa el demonio, consuela al padre, sana al hijo y da instrucciones a los discípulos de cómo deben actuar. ¡Qué maravilla la compasión y el amor del Salvador! Sólo un amor y compasión infinitos le podrían mover a dejar aquella gloria. Al descender fue capaz de suplir la necesidad de todos aquellos.

Este descenso del monte de la transfiguración me hace pensar en la encarnación de Cristo. Dejó la gloria celestial y vino al mundo terrenal. Usando el lenguaje de Filipenses 2:6-7, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo”. Cristo vino del cielo a un mundo que estaba quebrantado, dominado por el mal. Su amor le movió a dejar la gloria y venir para dar su vida en el Calvario por nosotros con el fin de llevarnos a la gloria.

"Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9).

Glorias magníficas Él dejó
para buscarme a mí.
Sólo su incomparable amor
le hizo venir aquí.

Miguel Mosquera

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