Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos… Sino que en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche.
Salmo 1:1-2
Muy bien se pueden aplicar estas palabras al Señor Jesucristo. Quién más que Él se deleitaba en la Palabra de Dios y la ponía en práctica. Si el que conocía toda la Biblia meditaba en ella de día y de noche ¡cuánto más nosotros debemos ocuparnos en la lectura (1 Tim. 4:13) para aprender más de Dios y acercarnos a Él a fin de llevar una vida consagrada a nuestro Señor! Aprendamos algunas lecciones de nuestro Señor en relación a la Palabra de Dios.
Cristo es Dios, e incluso de niño ya conocía la Biblia y su interpretación, pero Él comenzó haciendo preguntas. Dice Lucas 2:46 que Él estaba «sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles». Así debemos ser nosotros, no pretender que nos las sabemos todas sino preguntar a quienes conocen y aprender.
Cristo era constante en la meditación de la Palabra de Dios día y noche. En la tentación Él citó tres escrituras de Deuteronomio, que seguramente era su meditación en ese momento. ¿Con qué frecuencia estamos leyendo la Biblia?
Cristo practicaba lo que estaba en la Palabra de Dios. Dijo «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir» (Mt. 5:17). Varias veces reprendió a los fariseos por no practicar lo que enseñaban.
Nuestro Señor también se preocupó para que otros aprendieran de la Biblia, por eso enseñaba. Lo que había aprendido y practicaba cada día, lo enseñó a otros. Por eso la «gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mt. 7:29).
Sigamos las pisadas del Señor, aprendamos de su Palabra, seamos constantes en la lectura y apliquemos las Escrituras a nuestras vidas para que podamos enseñar a otros.
Miguel Mosquera