La comunión entre los creyentes es una gran bendición. Era algo muy real y práctico para los primeros cristianos, como lo describe Hechos 2:44-47 –
Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo
El salmista también expresó: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” (Salmo 133:1).
Ahora, comunión es mucho más que estar juntos y compartir una comida y esto es lo que quiero tratar en este estudio. Lo que sí es evidente en los versículos anteriores es que Dios no quiere que estemos solos. Se ha hecho muy común escuchar personas decir que no necesitan congregarse porque pueden leer la Biblia y orar en sus casas. La oración y la lectura de la Biblia es algo esencial para todo creyente, pero no reemplaza la necesidad de la comunión con otros creyentes. El quedarse solo en casa sin congregarse y sin ninguna asociación con otros creyentes en una iglesia no es lo ideal y es contrario a la práctica de los creyentes en el Nuevo Testamento (Hechos 2:42; 9:27-28; 11:26; 17:4,34). A algunos que habían tomado la costumbre de no congregarse, la exhortación fue: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (Hebreos 10:25).
¿Qué es la comunión?
La palabra comunión está compuesta por dos palabras: “común” y “unión”; así que, es una unión o participación de algo común. Algunas personas comparten nacionalidad, afición a un deporte o equipo deportivo, pasatiempo, tipo de música, etc. Ninguna de estas cosas son las que tenemos en común los creyentes (y por lo tanto no debemos dejar que ellas rompan la comunión en la asamblea).
Hay varias cosas que todo creyente tiene en común y que fortalecen esta unión:
- Cristo: el atractivo de la comunión es principalmente nuestro Señor Jesucristo. Él dijo: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). Él es el centro y el principal atractivo y razón para estar en comunión y congregarme porque sé que Él está en medio. Hay otras personas que han sido salvadas y añadidas a la iglesia local que tienen el mismo Salvador y comparten su amor por Él. Todos tenemos el mismo centro; Él nos une. Dice 1 Corintios 1:9 – “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”
- La Doctrina de los apóstoles: es importante el orden que aparece en Hechos 2:42, donde se menciona en primer lugar la doctrina de los apóstoles antes de la comunión unos con otros. La comunión está basada en la doctrina, porque bien dijo el profeta Amós: “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amós 3:3). Esto es lo que significa “congregarse en el nombre del Señor”, es ser obedientes y estar sujetos a su autoridad y señorío. La iglesia no es una democracia donde se hace lo que la mayoría quiere, sino que debe ser un lugar donde se hace lo que el Señor quiere, y lo que el Señor quiere lo ha revelado en su palabra a través de los apóstoles. De manera, que si en algún lugar se hace evidente que no se está siguiendo la Palabra de Dios es el momento de salir de ese lugar y buscar una congregación donde se respete y obedezca la Palabra de Dios, ya que no es posible tener comunión donde los creyentes no se sujetan a lo que dice la Biblia.
- Amor por los creyentes: El versículo dice bien claro que la comunión es “unos con otros”. El amor fraternal debe ser evidente en una iglesia (Hebreos 13:1). El apóstol Juan enseña en su primera carta mucho sobre el amor entre los hermanos: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos” y también “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 3:14; 4:20-21).
Estas cosas deben ser suficientes para mantener la unión entre el pueblo del Señor, la cual es el deseo de Dios para todo creyente.
La comunión debe ser continua
Uno no puede estar en comunión con los creyentes un día y al día siguiente ya no estar y después volver a tener comunión. Hechos 2:42 nos dice en cuanto a la comunión unos con otros que los creyentes “perseveraban”. De acuerdo con el diccionario Strong, la palabra perseverar significa: “anhelar, i.e. (una cosa) a perseverar, constantemente diligente, o (en un lugar) asistir asiduamente (a una persona) adherirse estrechamente a (como servidor)”.
Esto implica compromiso continuo. Hay pecados que pueden hacer que la persona deje de estar en comunión con los cristianos en una iglesia, eso lo trataremos en la sección de la Disciplina en la iglesia.
La necesidad de la comunión
El Señor Jesucristo escogió a doce discípulos para que estuviesen con Él y para enviarlos a predicar. Durante el ministerio del Señor ellos aprendieron lo importante de trabajar juntos y de estar tiempo juntos con el Señor.
Salomón enseñó que “Mejores son dos que uno” (Eclesiastés 4:9), luego pasa a explicar que si uno cae el otro lo levanta, si uno tiene frío el otro le ayuda a calentarse, entre dos pueden resistir mejor contra el enemigo. En la iglesia el principio es el mismo. Si alguno cae (o está por caer) espiritualmente, otros le ayudarán a levantarse y continuar (Gálatas 6:1). Si alguno se enfría espiritualmente, otros le ayudarán a retomar el fervor al Señor (Gálatas 4:19). Si alguno batalla contra el enemigo, otros le ayudarán a mantenerse firme (Gálatas 5:16-18).
Además de esto necesitamos la comunión con otros creyentes porque:
- Nos estimula a hacer el bien – “considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24)
- Nos advierte con gentileza si estamos haciendo algo mal – “de tal manera que podéis amonestaros los unos a los otros” (Romanos 15:14)
- Nos ayudamos mutuamente con las cargas – “Sobrellevad los unos las cargas de los otros” (Gálatas 6:2)
- Nos mantiene humildes – “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Efesios 5:21)
- Aprendemos de otros – “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría” (Colosenses 3:16)
- Nos da la oportunidad de expresar nuestro amor por otros – “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros” (Romanos 12:10)
- Nos anima – “Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis” (1 Tesalonicenses 5:11)
- Nos permite trabajar juntos y servir al Señor – “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:58)
- Desarrolla el interés de unos por los otros – “sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros” (1 Corintios 12:25)
- Nos anima a orar – “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16)
La comunión entre los creyentes es uno de los testimonios más poderosos a nuestro mundo alrededor. Así lo dijo el Señor Jesucristo en su oración sacerdotal antes de ir a la cruz: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21).
Algunas cosas que dañan la comunión en la asamblea
La comunión unos con otros no es algo que sale naturalmente y ocurre espontáneamente. Es necesario cultivar la comunión. De allí que estos primeros cristianos “perseveraban” en estas cosas. El enemigo buscará la manera de destruir la comunión entre los creyentes y estará atacando incesantemente para romper los lazos de amor al Señor y a los hermanos, por lo que hay que estar alerta. Nuestra carne siempre buscará lo suyo propio, ocupándose en sí misma y no en los demás. Esto destruye la comunión en la asamblea.
Así el enemigo tiene diferentes maneras de llevar a cabo su propósito, por lo que es necesario atender estas cosas con prontitud para que la comunión no se vea afectada:
- Las contiendas: Es lo que ocurría en Corinto (1 Corintios 1:11). Las contiendas tienen el potencial de causar divisiones en la asamblea, porque unos se ponen de un lado y otros de otro. Este es uno de los mayores peligros para la comunión. Dice el proverbista que “El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte, y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcázar” (Proverbios 18:19). Así de fuertes pueden ser las contiendas.
- El divisionista: esta es una persona que causa divisiones. Su labor es muy sutil y silenciosa, pero se puede ver como constantemente está tratando de poner unos contra otros, puede ser haciendo reuniones secretas sin el conocimiento de los líderes o visitas donde habla mal de otros hermanos para causar molestia. La división rompe la comunión y casi siempre hay alguien detrás de esa división: “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo” (Tito 3:10)
- El orgullo: el orgullo siempre se ocupa de sí mismo y no toma en consideración a otros. “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Filipenses 2:3-4).
- Falta de congregarse: esto afecta poco a poco la comunión. La persona se enfría espiritualmente y se siente extraño al estar en compañía de los hermanos. En algunos casos es algo difícil por tantas ocupaciones, pero es necesario hacer un esfuerzo que no permita alejarme de los hermanos por mucho tiempo. Recordemos la exhortación en Hebreos 10:25 – “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre”
Que podamos apreciar el poder estar en comunión de la asamblea. Como bien lo expresa el himno:
Cuánto amo a la iglesia,
voy a cada reunión.
Es un alto privilegio
el estar en comunión.
Sí, merece la asamblea
mi constancia y mi amor;
que yo siempre la aprecie
tanto como mi Señor.
Miguel Mosquera
Compartir este estudio