Si consideramos que la Biblia, en unas 365 ocasiones, dice “No temas”, rápidamente nos damos cuenta de dos cosas: Dios sabe que vivimos en un mundo que es un lugar temible, y Dios quiere que vivamos sin miedo.
La Realidad
La primera mención al miedo está en Génesis 3:10: “Oí tu voz… y tuve miedo”. El pecado trajo consigo el miedo, un miedo a encontrarse con Dios. Antes de la entrada del pecado no había miedo, y no había razón para temer. Pero el pecado introdujo, entre muchas otras cosas, el elemento del miedo en nuestro mundo.
Es interesante pensar que, debido a que Él era sin pecado, el Señor Jesús no conoció el miedo en ese sentido. Su vida se caracterizó por el “temor de Dios”, lo cual es algo completamente diferente. El temor de Dios es un deseo por agradarle, no por tenerle pavor. El Señor Jesús se movió en este mundo sin ningún miedo al hombre y en perfecto descanso en su Dios.
A diferencia de Él, nosotros estamos bastante acostumbrados al miedo. Es parte de nuestra condición humana, una experiencia desagradable que todos tenemos. Toma muchas formas y aflige a algunos de nosotros más que a otros. El miedo puede producir ansiedad, comportamientos obsesivamente compulsivos, pánico y, de muchas maneras, puede gobernar nuestra vida y destruir nuestra utilidad hacia Dios. A veces, sin embargo, el miedo es la única respuesta apropiada en un mundo malo, e incluso en estos casos existe un recurso para nosotros, como lo veremos más adelante.
Las Raíces
El miedo puede venir de diferentes fuentes. Las experiencias de la vida, traumas físicos y emocionales, abuso sexual, y el mal que nos rodea son algunas de las muchas causas del temor que experimentamos. Algunos temen el futuro y la eternidad – un temor sano que, si es dirigido con honestidad, puede llevar a bendición espiritual. Otros se preocupan del temor por la desaprobación de sus contemporáneos. El tema de agradar a los hombres es tocado en las Escrituras y comparado con una trampa (Proverbios 29:25). El miedo al futuro puede también incluir los asuntos financieros y de salud. Si llegáramos a enfrentar un diagnóstico de mala salud y un futuro incierto, el miedo sería nuestra posición predeterminada.
La primera mención de Dios diciendo “no temas” la encontramos en Génesis 15:1 donde Dios le dice a Abram, “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”. Considerar esta Escritura y su contexto podría ayudarnos a comprender algunos principios claves y tener una mejor percepción en cuanto a las raíces de esta emoción paralizante. Lo primero con que nos encontramos es que es este hombre de fe, Abram, el que está siendo calmado y cuyos temores están siendo apaciguados. Así que el miedo no significa el fracaso. Dios sabe que enfrentamos, exactamente de la misma manera que Abram, circunstancias temibles.
Abram apenas había regresado de una gran victoria (Génesis 14), la primera “guerra mundial”, y se encontró con el rey de Sodoma. Le había cedido todos los bienes a este hombre impío, contento con las almas que había rescatado. En realidad, estaba rehusando una alianza con este rey, dando la espalda a Sodoma. Aquí tenemos a este peregrino con 318 siervos-soldados, solos en un mundo grande y malo. No hay duda que se sintió vulnerable. Esta es la primera cosa que debemos saber en cuanto al miedo: es el resultado de sentirse en riesgo, vulnerable, frente a fuerzas o situaciones que pueden ser abrumadoras. Junto a esto está la sensación de que las cosas están fuera de nuestro control. El mundo en el cual Abram se movía, y en el cual nosotros nos movemos, es un mundo malo. Era de esperar que Abram estuviera preocupado por la pérdida de posesiones, el futuro y la vida misma. Él no podía controlar la respuesta del rey de Sodoma, una respuesta que pudo haber tenido consecuencias nefastas para Abram y su familia, sus finanzas y su futuro.
Estos son algunos de los problemas que involucran el miedo. Podemos temer a la pérdida de la aprobación, el desprecio del mundo, la burla de los escépticos y la risa del burlador. Podemos, como Pedro, flaquear ante una muchacha sirvienta cuando comenzamos a considerar la respuesta y la desaprobación de otros (Marcos 14:66-70).
Los Recursos
En estas cortas, pero elocuentes, palabras de consuelo de Dios a Abram encontramos los antídotos para el miedo. Cualquiera sea la causa de nuestro temor, si soy capaz de apreciar estas verdades básicas, puedo encontrar descanso y confianza en Dios. Note que Dios se revela a Sí mismo a Abram como “tu escudo”. La primera verdad de la que debemos aferrarnos es que tenemos un Dios:
…el cual está al tanto
Él conoce por lo que estamos pasando. Él comprende completamente nuestra vulnerabilidad y la maldad de los hombres alrededor de nosotros. Tu camino no está oculto de Sus ojos, como Jacob se quejaba (Isaías 40:27). Dios permite que te encuentres vulnerable mientras vives en un mundo grande y malo, a fin de que aprendas a confiar en Él. Su omnisciencia y omnipotencia no han menguado con el paso del tiempo (Isaías 40:26). El Dios que conoce y llama las estrellas por nombre también cuenta los cabellos de tu cabeza y conoce todo sobre tus pruebas y lágrimas.
…el cual se interesa
Sería de muy poca ayuda tener un Dios que esté al tanto, si ese Dios no se interesara por nosotros. La maravillosa verdad es que Él se interesa por cada ave que cae a tierra. Él está completamente al tanto y se interesa por ti (1 Pedro 5:7). Su mensaje al inquieto Jacob es que “en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas” (Isaías 40:11). Él todavía se interesa por los suyos con una atención individual y completa. Ninguno de nosotros puede darle completa atención a dos personas al mismo tiempo. Pero estamos hablando de un Dios que es infinito en cuanto a su Persona y sus recursos.
…el cual nos ayuda
En esa maravillosa sección de consuelo a la nación de Israel (Isaías 40-66), Dios se contrasta a Sí mismo con los ídolos que los hombres hacen y tienen que ser cargados. Él es el Creador y Él es quien carga a sus hijos a través de las pruebas y dificultades (Isaías 46:4), a través de las jornadas en el desierto y del mundo impío.
El Salmista estaba consciente, mientras atravesaba el valle de sombra de muerte, que a medida que Dios se acercaba, “no temeré mal alguno” (Salmo 23:4). La presencia de Dios y la comunión con Él a través del valle disipó todo miedo.
Podemos vivir en un mundo malo y temible gracias a un Dios que conoce nuestros temores, Uno que muestra su amor y cuidado y Uno que nos concede su gracia para cada situación.
A. J. Higgins
Tomado de Truth & Tidings
Usado con permiso
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