«Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?» (Juan 4:29). La mujer samaritana sabía que Cristo era un hombre, pero en su conversación se dio cuenta que Él era un hombre diferente. Sabía toda su vida. Cristo es omnisciente, Él lo sabe todo. Pedro reconoció: «Señor, tú lo sabes todo».
«Los alguaciles respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!» (Juan 7:49). No era tanto su elocuencia al hablar o la forma de hablar, sino el contenido de sus palabras. No enseñaba como los escribas sino con autoridad. Sus palabras iban respaldadas por su vida intachable. Hablaba las palabras que el Padre le daba que hablara. Sus palabras estaban llenas de gracia.
«Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad» (Juan 8:40). Es tan fácil (y natural) que nosotros mintamos. La Biblia lo confirma: «antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso» (Romanos 3:4). Todo hombre miente, pero Cristo, siendo hombre, habló siempre con la verdad. «el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca» (1 Pedro 2:22).
«Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!» (Juan 19:5). Contémplenlo, pongan su atención en Él. Pilato no dice «He aquí un hombre», sino «He aquí EL hombre». Cristo es único. No solamente en su vida, sino que era el único hombre que podía dar su vida en rescate por nosotros. Él era sin pecado y murió por nuestros pecados. Sin duda, Él es distinto. Tenía todas las características de un hombre, pero sin pecado. Cristo es el único hombre digno de adoración, porque es completamente hombre y completamente Dios.
Miguel Mosquera
Compartir