Yo tenía apenas un año viviendo en Venezuela, en Puerto Cabello donde tendría mi residencia por sesenta años más, cuando recibí la triste noticia de la muerte de una niñita en las afueras de la ciudad. Su mamá no se había dado cuenta de que la criatura de poco más de un año se había alejado de la casita y llegado a la boca de un pozo abierto. La niñita miró abajo, se lanzó al fondo y se ahogó en treinta centímetros de agua.
Di mi pésame, hablé a los vecinos de Aquel que murió y vive para salvar a los niños (y adultos), y acompañé a los amigos de regreso a la ciudad.
Pero no llegamos a buena hora como esperábamos, porque hubo otra procesión fúnebre.
Dos soldados apostados en el Cuartel Libertador —esto era una cruel penitenciaría para los presos del cruel Juan Vicente Gómez— habían recibido órdenes de buscar piedras en una cantera al otro lado de la bahía. Sobrecargaron su frágil embarcación y naufragaron en un punto donde la profundidad de las aguas era de casi treinta metros. Uno de ellos fue arrastrado al fondo y su cadáver había sido encontrado cuando pasábamos frente a la playa.
Ahora, amable lector, mi sencilla pregunta: ¿Cuál de los dos desafortunados estaba más muerto? ¿Una débil niñita que se ahogó en treinta centímetros de agua, o un fuerte mozo que se ahogó en treinta metros?
No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios«Ah», usted dice, «anciano, no sea tonto. ¡Los dos estaban igualmente muertos!» Muy bien, estamos de un todo de acuerdo. Así, otra pregunta: ¿Cuál está más muerto: el pecador «bueno», o el «malo?» Desde luego, a lo espiritual y eternal me refiero. Estoy preguntando acerca de los que viven en la carne pero están, como la Biblia dice, «muertos en delitos y pecados».
No se apresure, amigo, en su respuesta. Opiniones, prejuicios, teorías no vienen al caso. Vayamos a la Biblia: «El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12). «Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte» (Santiago 1:14-15). «No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:22-23).
Pero, basta. Ya vemos que Dios habla de cada uno, de todos: la gente religiosa, culta, de «treinta centímetros» de satisfacción propia, y la gente antisocial a quienes tildamos de «treinta metros» de pecado a la vista. Usted está incluido y yo también, igualmente necesitados de la vida eterna.
Pero, si «la paga del pecado es muerte»,… «la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6:23). «El que oye mi palabra», dijo Jesucristo. «y cree al que me envió, tiene vida eterna: y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida» (Juan 5:24).
Santiago Saword
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