Cuando somos confrontados con la verdad sobre algún mal que hemos hecho nos sentimos sumamente incómodos. No nos gusta. Podemos tomar diferentes reacciones, desde negar los hechos hasta atacar la persona que nos está confrontando. Pero, ¿es esto provechoso?
Necesitamos ser confrontados, rendir cuentas de lo que estamos haciendo. Necesitamos que nos digan la verdad para que corrijamos nuestro camino, para mantenernos humildes y darnos cuenta que no somos invencibles.
La verdad puede actuar a nuestro favor para nuestra corrección y restauración. Sin embargo, cómo reaccionemos va a influenciar mucho en nuestra restauración.
Notemos cinco formas diferentes de reaccionar ante la verdad:
Negación - Aarón
Cuando Moisés estaba en la presencia de Dios el pueblo de Israel se impacientó y le dijo a Aarón “haznos dioses que vayan delante de nosotros”. Veamos los hechos ocurridos: “Aarón les dijo: apartad los zarcillos de oro... y traédmelos... y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición” (Éxodo 32:2-4). Ahora, escuchemos las palabras de Aarón cuando fue confrontado por Moisés: “lo eché en el fuego, y salió este becerro” (Éxodo 32:24).
A Aarón no le tembló la voz para decir tremenda mentira. El primer problema con la negación es que hace necesario mentir para poder justificarnos. No hay otra manera de hacerlo. Muchas veces, estas mentiras son totalmente absurdas, como la que dio Aarón. ¿Quién le iba a creer que echó oro en el fuego y salió un becerro bien formado? Tales palabras son una burla a la verdad y un descaro hacia Dios, y lo que viene después, son más mentiras para cubrir la primera mentira.
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7). La negación alarga más el problema y demora la restauración.
Acusación - Adán y Eva
Asumir la responsabilidad por el pecado es el primer paso para una verdadera restauración en nuestra comunión con el Señor
El caso de Adán y Eva nos ilustra aquellos que, cuando son confrontados, desvían la acusación a otra persona. Adán evadió su responsabilidad acusando a Eva, y Eva evadió su responsabilidad acusando a la serpiente (Génesis 3:12-13). Todo esto delante de Dios. Pero ninguno se saldría con la suya, cada uno recibiría las consecuencias de sus hechos, conforme a su responsabilidad.
Todos nosotros vamos a comparecer ante el tribunal de Cristo. Allí no vamos a tener a quien echarle la culpa o dar argumentos delante de Cristo. Asumir la responsabilidad por el pecado es el primer paso para una verdadera restauración en nuestra comunión con el Señor.
Simulación - Saúl
Saúl desobedeció a Dios y él lo sabía. Cuando fue confrontado por Samuel reconoció su pecado. Pero, ¿era sincero su arrepentimiento? Saúl dijo: “yo he pecado; pero te ruego que me honres delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel” (1 Samuel 15:30). En pocas palabras, “es verdad que pequé, pero vamos a hacer como si nada ha pasado y que todos piensen que todo está bien”.
¡Qué actitud tan hipócrita! No se había arrepentido con sinceridad, su simulación lo demostraba. Saúl lo simuló bien en el momento, pero el resto de sus días fueron bastante tristes y amargados. Dios se apartó de él. Podía aparentar delante de otros, pero delante de Dios no podía hacerlo. Su simulación le permitió vivir varios años más como rey, pero le impidió la restauración con Dios y tuvo que ser removido.
Irritación - Uzías
Uzías fue un gran rey, pero el orgullo le hizo daño al final de su vida. El orgullo es lo que muchas veces hace a una persona enojarse cuando son confrontados. Así se describe Uzías antes de su pecado. “Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina” (2 Crónicas26:16). Su orgullo le hizo pecar, y le hizo irritarse, enojarse, cuando fue confrontado.
El pecado de Uzías fue que ofreció incienso en el templo cuando esto era algo que solamente les correspondía a los sacerdotes. Fue confrontado por el sacerdote Azarías en el mismo momento en que ofrecía el incienso. No se humilló, sino que se enojó. Dios lo castigó con lepra y murió leproso. El orgullo es enemigo de la corrección. El enojo nunca resolverá el problema, más bien lo empeorará, alejando la persona en lugar de acercarla y restaurarla.
Aceptación y sumisión – David
David fue confrontado con los hechos de su pecado. El profeta Natán le dijo: “¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón” (2 Samuel 12:9).
David era un hombre sensible a la palabra de Dios. La respuesta de David es corta, pero revela mucho: “Pequé contra Jehová”.
- Reconoció el mal que cometió: David no trata de “maquillar” el pecado para hacerlo ver menos grave. Le llama por su nombre: “pecado”
- Asumió su responsabilidad: no buscó culpar a otros, ni siquiera a Betzabé. “Pequé” es una forma de decir “fui yo quien lo hizo”
- “Contra Jehová”: Esta expresión nos hace ver su humillación delante de Dios. No intentó atacar a quien lo acusaba, porque sabía que la palabra venía de parte de Dios. Cuando somos confrontados con la verdad no se trata de la persona que está enfrente de nosotros, debemos entender que Dios es quien está detrás de esto. Dios siempre está del lado de la verdad, nunca del lado de la mentira
- No más palabras: a diferencia de Saúl o Aarón, David no trató de aparentar para que nadie se diera cuenta. No dijo más, porque sabía que no había manera de justificar lo que había hecho. Dio la razón a Dios y se humilló delante de Él
La actitud de David es una verdadera muestra de arrepentimiento lo cual conduce a una verdadera restauración. David tendría que enfrentar la consecuencia de su pecado, pero tendría victoria al ser restaurado.
Una plena restauración es mejor que una “buena reputación” sostenida por medio de astucia, mentiras y simulaciones.
El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordiaProverbios 28:13
Dice Jehová... miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabraIsaías 66:2
Miguel Mosquera
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