Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí orabaMarcos 1:35
Nuestra agenda siempre está llena y no tenemos ningún momento libre. Quizás una de las razones (o quizás deberíamos decir ‘excusas’) que ponemos para no pasar más tiempo orando es que estamos muy ocupados.
Nuestro Señor Jesucristo también vivía muy ocupado. Notemos un día en la vida del Salvador: comienza enseñando en la sinagoga, allí sana a un hombre con un espíritu inmundo. Al salir de la sinagoga, vino a casa de Simón Pedro y sana a la suegra de Pedro que estaba enferma de fiebre. Cuando llega la noche vienen a Él todos los que tenían enfermedades y endemoniados, “y sanó a muchos” (Marcos 1:21-34).
Al día siguiente, el Señor se levanta “muy de mañana, siendo aún oscuro” y fue a orar. Su tiempo de oración era importante, no como una obligación, sino como un deseo de su corazón de tener tiempo a solas con Dios. En ocasiones leemos del Salvador orando “toda la noche” (Lucas 6:12).
¿Cuánto valor tiene la oración en mi vida? ¿Cuánto tiempo le dedico a orar? Las Escrituras nos exhortan a “orar sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17), también a “orar en todo tiempo y con toda oración y súplica” (Efesios 6:18).
El Una oración rápida para dar gracias por los alimentos y encomendarnos para el día no es suficiente. Quizás sea necesario “levantarse muy temprano”. Que nuestra oración no sea con apatía, sino con ánimo. No con pereza, sino con perseverancia. No por imposición, sino por devoción.
Antes de empezar tu día,
¿piensas en orar?
¿Del Señor buscas la guía?
Pues, si tú en Él confías,
te puede ayudar.
La oración da paz al alma,
puede noche en día cambiar.
En el bien o en la prueba,
no olvides orar.
Miguel Mosquera
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