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Diferenciando el bien del mal

“Mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Rom 2:15). Todas las criaturas están sujetas a leyes físicas, como la gravedad, que no pueden ser quebrantadas. Los seres humanos estamos sujetos a leyes morales, como el amor, que pueden ser quebrantadas. Ninguna persona sana niega la realidad de las leyes físicas, ya que atentar contra ellas conducirá a resultados muy obvios. Sin embargo, es una moda para las personas negar la realidad de las leyes morales, en parte porque las consecuencias de quebrantarlas (aunque son severas y eternas) no son inmediatas o evidentes. Las personas han aprendido a no retar las leyes físicas porque la naturaleza nunca perdona. Dios, sin embargo, modera las demandas de Sus leyes morales con misericordia. La gente se aprovecha de esto y refuta los estándares éticos de Dios porque los encuentran muy inconvenientes, inconfortables e impracticables. A diferencia de los animales, lo humanos vivimos en dos mundos al mismo tiempo: el dominio físico y el dominio moral. Más que seres racionales, más que el lenguaje, es nuestra naturaleza moral la que nos distingue incluso del mejor animal. Dios ha puesto un sentido nato del bien y el mal en nuestras conciencias. Cada día enfrentamos la tremenda tarea de tomar decisiones éticas. Los animales no toman decisiones propias, sus genes y entorno determinan lo que van a hacer. Nada hecho tan sólo de materia puede ser libre. Pero nosotros lo humanos, espíritus hechos a la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27), tenemos la capacidad y responsabilidad de escoger entre el bien y el mal. Cada vez que utilizamos palabras como debemos o no debemos, tenemos que, correcto y malo revelamos nuestra naturaleza moral. En cualquier momento que alabamos o maldecimos, aplaudimos o nos burlamos, aprobamos o desaprobamos, apelamos a nuestros estándares éticos externos en nosotros mismos. Sabemos por intuición moral, por ejemplo, que es malo traicionar los amigos o dejar a nuestros hijos pasar hambre.

Aun así la gente se mantiene vehementemente en desacuerdo con muchos temas éticos, mayormente por razones tácticas, todos ellos siguen apelando a estándares universales. Aquellos que niegan la santidad de la vida promoviendo el aborto también seguirán la santidad de la vida oponiéndose a otras formas de asesinato. Aquellos que se burlan de los principios bíblicos se levantarán en protesta si alguno de sus valores más preciados es atacado. Si alguien dice “vamos a pavimentar todos los bosques”, ellos insistirán que el ambientalismo no es simplemente algo de preferencia personal y creerán que todos los demás deben pensar igual. Y si su ética sexual les permite relaciones premaritales u homosexuales, aun así pensarán que es malo el tráfico de niños o la violación.

El Darwinismo no puede explicar el sentido del bien y del mal. La materia sin vida no puede generar códigos morales y los genes egoístas no se aprovechan de ningún deber ético. Considera el buen samaritano, en Lucas 10:30 al 37. Él actuó sin altruismo, colocando su propia seguridad y dinero a disposición, a fin de ayudar a un completo extraño de una comunidad enemiga. Ya que este comportamiento no puede ser conferido de manera hereditaria, la evolución no interviene en este aspecto. De manera similar, un joven no gana ninguna ventaja al ceder el asiento a una anciana en un autobús repleto. Claramente no está en la genética el que un bombero corra las escaleras de las torres gemelas mientras que muchos otros están huyendo por su propia seguridad. La vida está llena de tareas que nuestra conciencia nos dice que debemos completar, aun cuando no queremos hacerlas o no nos generan ningún beneficio.

El Estándar Absoluto: Dios es Bueno

“Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios.” (Lev 19:2). Dios es el estándar absoluto de bondad. “Bueno” es nada más y nada menos que las cualidades éticas del mismo carácter de Dios (Éx 34:5-7). “Malo” es todo aquello que no alcanza la gloria de esas características morales, bien sea por un centímetro o por un kilómetro (Rom 3:23). Así que hacer lo correcto es hacer lo que Dios mismo hubiese hecho en determinada situación y Dios demanda que nos comportemos exactamente de esta manera (Mat 5:48; 1 Pe 1:16).

Which Way? por Mike Coates en Dominio Público

Por el contrario, si no hubiese Dios no habría el bien, ya que separando a Dios del bien no deja ningún estándar perdurable. Sin Dios, el “bien” y el “mal” son accidentales, no absolutos. Cualquier “bien” que podamos definir sin considerar a Dios puede solamente ser el consenso de lo que pareciera brindar el mayor placer o el menor sufrimiento. La base de tal definición descansa solamente en la pura opinión del ser humano, en lugar de la roca sólida del mismo carácter de Dios. Aparte de la autoridad de Dios no podemos explicar los deberes: no tenemos un patrón por el cual movernos de “prefiero” a “debo”, mucho menos de “prefiero” a “todos debemos”.

Así que todos los sistemas éticos pertenecen a uno o dos campos. El primero es de arriba, la ética revelada, un sistema de comportamiento de Dios; el segundo es de abajo, ética especulativa, el producto de puro razonamiento humano. El primero depende de la autoridad divina, el segundo de la preferencia humana. El primero es absoluto, el segundo relativo. El primero reconoce a Dios, el segundo se rebela contra Él.

Relativismo es Derrota Propia

«¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! (Isaías 5:20). Satanás tentó a Eva diciéndole “seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5). Igual que Adán y Eva cayeron en esta seducción, así nosotros, su descendencia engañada, continuamos definiendo lo que es bueno y lo que es malo de acuerdo a nuestros gustos. Nosotros moldeamos nuestra moralidad por el simple poder de nuestros sentimientos. De acuerdo a esta ética no hay un estándar absoluto: lo que yo siento que es bueno, es bueno, y lo que tú sientes que es bueno para ti, lo será.

Eso es lo que se llama relativismo, y no puede ser cierto. La frase “no hay verdad absoluta” es en sí misma una verdad absoluta y, por lo tanto, se contradice. Igualmente: “es malo decir que cualquier cosa es mala”, debe estar equivocada por lo que la misma frase dice. Estas declaraciones afirman la existencia de la verdad y la moralidad, y terminan negándose. No necesitamos preocuparnos por debatir tales declaraciones porque se destruyen ellas mismas.

Noten además que los grandes relativistas son muy selectivos en aplicar su relativismo. En otras palabras, ellos son relativistas relativos. Pasan más tiempo como absolutistas, porque el relativismo absoluto es fatal. Cuando van manejando y llegan a una intersección no pueden hacer de la situación algo relativo. Ellos saben que la presencia de un camión aproximándose no es una materia relativa. Reconocen que la luz no puede ser roja y verde al mismo tiempo. Ellos entienden que si prosiguen en el camino del camión no terminarán relativamente muertos, sino absolutamente muertos.

El Error de lo Empírico: Todo el mundo lo hace

“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14). Esta escritura nos alerta que debido a la corrupción humana, la mayoría tiende más a estar mal que bien. Contrario a esto, sin embargo, está la creencia común que iguala la bondad con el comportamiento “normal” del ser humano, es decir, lo que la mayoría hace. Esta ética deja por fuera la prescripción (lo que la gente debe hacer) y se enfoca en la descripción (lo que la gente está haciendo). Este punto de vista popular explica el por qué las elecciones dominan la sociedad. Las personas acuden a las elecciones y a los expertos para decidir lo que deben creer y lo que deben hacer. El bien y el mal son decididos por el voto popular. Si “todo el mundo lo hace” entonces descargar música pirata y compartir música robada debe estar bien.

Esta ética comienza con “expertos” lo cual debería levantar sospecha inmediatamente. Los expertos recopilan estadísticas de lo que los seres humanos hacen (o admiten o dicen que hacen). Por ejemplo, sus estudios pueden mostrar que la mayoría de las personas son sexualmente activos antes de casarse. Ellos primero catalogan ese comportamiento como “común” y luego lo llaman “normal”, después es “auténtico” y, finalmente, es “bueno”. Si es bueno, entonces es lo que la gente debería hacer (¿?). Así lo que comenzó como descripción se transformó en prescripción. Mientras pestañeamos ellos convierten un “es” en un “debe”. Castidad, algo que “nadie practica en la actualidad” viene a ser anormal, luego desviado y, finalmente, malo. En un cambio diabólico, la virginidad ahora es estigmatizada en lugar de la no-virginidad. Es interesante que esta ética solamente parece aplicar a las obligaciones sagradas (de lo cual quieren menos) y de la libertad sexual (de lo cual quieren más). No aplica a la ofensa personal. Ninguna persona sana va a decir que si la mayoría de la gente son ladrones, entonces robar es bueno. El hecho de que algo ocurra, como el abuso del menor, no significa que debe ocurrir. Ética significa deber, no lo que se hace sino lo que se debe hacer. Cada acción requiere de justificación moral, lo cual el consenso no puede dar. Si el valor ético de una idea es cero, tú no le aumentas el valor porque lo hagan 6 mil millones de personas. 6 mil millones multiplicado por cero sigue siendo cero.

El Error del Unilateralismo: El Fin Justifica los Medios

“¿Y por qué no decir (como se nos calumnia, y como algunos, cuya condenación es justa, afirma que nosotros decimos): Hagamos males para que vengan bienes?” (Romanos 3:8). Otro error muy común es confundir la moralidad con la utilidad: cualquier cosa que funcione es buena. Esta ética saca del juego los motivos y las razones y se concentra estrictamente en los resultados. Si una acción produce un final positivo, entonces debe ser bueno. “El fin justifica los medios”. De acuerdo a esto, debe ser bueno el distribuir jeringas gratis a los adictos a la heroína, o incluso legalizar la heroína, porque el resultado esperado es bueno, ya que disminuye el crimen y serán menos los casos de infección por VIH. De igual manera, abortar niños antes de nacer para producir células madre debe ser bueno, ya que estas células van a ayudar, en algún momento, a pacientes con Parkinson.

Esto lo llamamos “pensamiento maquiavélico”, debido a que Niccolo Machiavelli (1469-1527) promovió esta forma de ética en “El Príncipe”: a fin de mantener su control (algo bueno), un príncipe debe estar preparado para métodos engañosos y despiadados (también buenas porque funcionan). La historia está llena de esos “príncipes”, y nuestra brújula moral nos dice que sus métodos son de maldad, no buenos. Todos sabemos por intuición que algunas acciones son nobles y otras son crueles, independientemente de lo que ellas producen. La ética bíblica se enfoca en el deber presente, no en los resultados proyectados. De manera que cualquier acción que se conforma al estándar de Dios en cuanto al bien es correcta, incluso si falla en su resultado, y cualquier acción que quebranta la ley de Dios es mala, incluso si tiene un resultado exitoso. Obviamente que los resultados son importantes y las buenas metas justifican el uso de cualquier buena razón para llevarlas a cabo. Pero las reglas están por encima de los resultados. Aun la meta más noble no es excusa para permitir métodos perversos. Los resultados, los cuales son imposibles de predecir o calcular de forma precisa, son obra de Dios.

Prioridades Distorsionadas: Honrar a Dios es Primero

«Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.” (Hechos 5:29). Muchas decisiones morales están claras, pero hay ocasiones en que los deberes morales se contradicen. Por ejemplo, Dios nos manda que obedezcamos a los gobernantes, aun cuando no estamos de acuerdo con sus políticas (Rom. 13:1; 1 Pe 2:13-20). Sin embargo, si obedecer al Estado requiere desobedecer a Dios, entonces debemos desobedecer el Estado a fin de agradar a Dios (Hechos 4:19-20; 5:28-29). Aquellos que escondieron judíos de los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial tuvieron que enfrentarse con esta dificultad. Lo mismo les ocurre a los contrabandistas de biblias.

La moral del carácter de Dios nunca cambia, así que las obligaciones morales que fluyen de su naturaleza, son absolutas.
¿Cómo la desobediencia al Estado puede ser mala en un sentido y buena en otro? Debido a que algunos mandamientos son más pesados que otros (Mateo 23:23). Dios prioriza la moral absoluta en Su Palabra y Él espera que obedezcamos la ley más importante. (No, esto no es relativismo. El relativismo niega lo absoluto, mientras que la verdad moral afirma cada absoluto como independiente). Cuando dos deberes entran en conflicto, debemos seguir la prioridad mayor para honrar a Dios (Lucas 10:27).
El Bien Supremo: Hacer la Voluntad de Dios

«El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ecl 12:13-14). La moralidad verdadera evalúa los motivos, razones y resultados. El motivo debe ser el amor, las razones deben ser de justicia y la meta debe ser la gloria de Dios (1 Cor 10:31). Así que la única verdad ética en la vida es la voluntad de Dios, la cual Él, en su gracia, ha revelado en Su Palabra (Rom 2:18; 3:2; Sal 19:7-14). La moral del carácter de Dios nunca cambia (Mal 3:6; San 1:17), así que las obligaciones morales que fluyen de su naturaleza, son absolutas. Lo imperativo como su santidad, justicia, amor, veracidad y misericordia están vinculadas para cualquiera, donde y cuando sea. “Sed santos”, dice Dios, “porque yo soy santo” (Lev. 11:45). El único hombre que satisfizo y glorificó los estándares morales de Dios fue su propio Hijo (Isa 42:1-2,22). Nuestra principal preocupación no es si estamos dejando marcas de nuestras huellas, sino más bien si estamos caminando tras las huellas de nuestro Señor Jesucristo.

David Vallance
Tomado de Truth & Tidings
Usado con permiso

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