Y ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos (Mateo 15:27)
Dos personas, en el ministerio del Señor, son alabadas por su gran fe. Ambos son gentiles y nos llama la atención que ambos tienen una clara apreciación de la grandeza del Señor. Esta mujer lo muestra de varias maneras.
En primer lugar le reconoce como Señor. La primera impresión de la mujer samaritana en cuanto a Cristo fue como un judío (Juan 4:9), no fue sino hasta después de su conversación con Él que se dio cuenta que era el Mesías. Muchos judíos se acercaron a Cristo y le llamaron Maestro. Esta mujer le llama Señor, reconociendo su autoridad y poder, al mismo tiempo que admite su propia bajeza e indignidad.
En segundo lugar le llama Hijo de David. Lo que muchos judíos no quisieron reconocer, a Cristo como el Mesías prometido de Dios, en quien se cumplían todas las Escrituras dichas por Dios en el Antiguo Testamento. Esta mujer, siendo gentil, le llama Hijo de David. Ella está queriendo decir que Él es el heredero del trono de David, Aquel que Dios había prometido, el Mesías de Israel.
Una cosa más nos llama la atención de esta mujer. Ella tiene una estima tan alta de Cristo que le dice «aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa». Ella estaba plenamente segura que tan sólo participar de las migajas sería suficiente. Cristo es tan grande, en su amor, poder, misericordia, gracia, benignidad, paciencia, que nosotros con apenas un poquito estaríamos más que satisfechos.
Sin embargo nos llama la atención que este milagro está precisamente entre los dos milagros de la alimentación de los cinco mil, en el capítulo 14, y la alimentación de los cuatro mil, en el capítulo 15 y versículo 29 al 39, donde Cristo multiplica los panes, alimenta a la multitud, todos quedan saciados y aún sobra pan para el futuro. ¿Qué podemos aprender de esto? Aunque las migajas serían suficiente para nosotros, debido a lo grande que es Cristo, Él no nos da migajas. Él es capaz de suplir abundantemente la necesidad de cada uno de nosotros, no se agotan sus recursos y todos quedamos satisfechos. «Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén» (Efesios 3:20-21).
Loemos a Dios por su bondad,
el Amigo inmutable, fuerte y fiel.
Su poder a su amor es igual,
sin medida ni fin por siempre. Amén.
Miguel Mosquera