Una de las cosas que más nos impresionan de esta expresión es que vino de la boca de una mujer gentil, que había llevado una vida de mucho pecado. Además de esto, Rahab la ramera, no fue testigo de las maravillas que Dios había hecho, solamente había escuchado de ellas, y habló con una convicción sobre el poder y la grandeza de Dios como pocos israelitas se hubiesen expresado.

El Señor dijo: “bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29). Nosotros, que no fuimos testigos de los acontecimientos que ocurrieron en la Biblia, ¿hablamos con la misma convicción con que habló Rahab sobre el poder y la grandeza de Dios?

Los cielos y la tierra son usados en las Escrituras para darnos la idea de una gran distancia y para mostrar el contraste entre estas dos esferas muy diferentes en actividad. Sin embargo, Jehová nuestro Dios es quien gobierna en ambas. No es muy pequeño como para no gobernar los cielos ni tampoco muy grande como para no interesarse en la tierra. Él establece su autoridad en el mundo espiritual y Él cumple su voluntad en el mundo terrenal.

Nada escapa de su dominio ni de su control. Él es el único Dios, vivo y verdadero. Él es nuestro Dios, Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra.

¡Oh, que tuviera lenguas mil 
del Redentor cantar 
la gloria de mi Dios y Rey, 
los triunfos de su amor!
(Ver himno completo)

Miguel Mosquera