Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personasHechos 10:34
Al llegar a la casa del centurión Cornelio, Pedro dijo: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (Hechos 10:28). No debió ser fácil para Pedro, pero Dios le había indicado que la puerta de salvación también estaría abierta para los que no eran del pueblo de Israel, igualmente por la fe en el Señor Jesucristo. No habría distinción ni condiciones previas para nosotros que no pertenecemos a la nación de Israel.
El orden sería como Cristo lo había definido antes de ir al cielo: “me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). En Hechos 2 el evangelio fue anunciado en Jerusalén, en Hechos 8 fue esparcido entre los de Judea y de Samaria, en Hechos 10 se les anunció a los gentiles y luego el apóstol Pablo llevó las buenas nuevas de salvación a todo el imperio romano.
Los que somos salvos hemos sido beneficiados con esta gran bendición de que Dios no hace acepción de personas. Aun el día de hoy sigue el evangelio siendo anunciado a todos por igual ya que el Dios de gracia, amor y misericordia “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:5).
Y los que buscan salvación,
la entrada franca tienen.
No hay pobres, ricos, ni nación
para los que a ella vienen.
Miguel Mosquera
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