Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmoladoApocalipsis 5:4-6
Cuando Daniel tiene la visión de sobre los reinos y dominios del mundo lo que él ve son bestias feroces: la primera era como un león con alas de águila, la segunda como un oso, la tercera semejante a un leopardo y la cuarta era espantosa y terrible y en gran manera fuerte (Daniel 7:4-7). Así es como se comparan los reinos del mundo. Sin embargo, cuando Cristo vino al mundo se identificó con un animal que para nada es una muestra de fuerza o dominio. Juan el bautista le señaló como «el Cordero de Dios» (Juan 1:29).
El cordero es un animal manso y completamente dependiente. Son dos características que vemos en el Señor Jesucristo y que le hacen diferente. Uno pensaría que siendo el Hijo de Dios vendría con poder y autoridad. Si bien el Señor tenía poder y autoridad sobre la creación, los demonios, la enfermedad e incluso la muerte, Él nunca buscó hacer un uso inadecuado de ese poder. Fue siempre dependiente de su Dios y obediente en todo lo que Dios le había mandado a hacer. Él dijo: «el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada» (Juan 8:29).
El cordero también está ligado al sacrificio. Para un israelita sería muy difícil pensar en este animal sin asociarlo al altar y la necesidad de un sacrificio por el pecado. Eso fue lo que dijo Juan, «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». La misión siempre estuvo clara en la mente del Señor Jesús, nunca se desvió ni perdió de vista su objetivo. La cruz siempre estuvo en su corazón y ofreció el sacrificio de sí mismo «para quitar de en medio el pecado».
En la gloria el ángel le dice a Juan que Él es el León de la tribu de Judá, pero al alzar sus ojos el apóstol ve es a un Cordero como inmolado y es Él quien abre el libro. ¡Qué maravilla que el exaltado y glorificado Cristo sigue identificándose como Cordero! Las heridas de la cruz como muestra de su sacrificio perfecto y eterno.
Aun en gloria Cristo nunca dejará de ser manso y humilde de corazón. El León de Judá, que es digno del trono de David, es también el Cordero. Que sigamos su ejemplo.
Miguel Mosquera
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