Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdadJuan 1:14
El Señor no podía ser acusado de ninguno de estos dos extremos. El apóstol Juan fue un testigo que quedó maravillado por tal equilibrio. Ni siquiera era mitad gracia y mitad verdad. Está lleno de ambas virtudes. El salmista dice de Él, proféticamente, “La gracia se derramó en tus labios” (Salmo 45:2). La multitud subió al monte, se sentaron y Cristo “abriendo su boca les enseñaba” (Mateo 5:2). El solo atractivo eran sus palabras y discursos. “Gran multitud del pueblo le oía de buena gana” (Marcos 12:7). Le provocaron para hacerle caer en sus palabras, le insultaron para hacerle reaccionar con insultos, sin embargo, nunca lograron hacer que el Señor perdiera el control sobre su lengua o con alguna actitud inapropiada. “Cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23).
Además, el Señor siempre habló con la verdad. No sacrificaba la verdad para hacer ganar la gracia. Tampoco hablaba la verdad sin gracia. A la mujer samaritana le señaló directamente su pecado, pero ella no se sintió atacada sino maravillada, “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (Juan 4:29). En algunas ocasiones los fariseos y religiosos se ofendieron por las palabras del Señor, pero no fue por la manera en que Cristo lo dijo sino más bien porque sus malas obras quedaron expuestas a los ojos de Aquel que todo lo ve. La verdad es una persona, y esa persona es Cristo. Él dijo “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6).
Que seamos más como Él, siguiendo su ejemplo, buscando y mostrando este equilibrio tan importante: llenos de gracia y de verdad.
Miguel Mosquera
Compartir