«Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes; bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar» (Cantares 2:3)
Nuevamente podemos ver una figura del Señor Jesucristo, nuestro Amado Salvador. Nada de nuestra vida que podamos ofrecer a Él, ni fruto que le agrade. Podemos pensar en algunos frutos del Señor que son dulces a nuestro paladar:
- Su Amor: le amamos a Él porque Él nos amó primero (1 Juan 4:10). La Palabra de Dios nos enseña a amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, pero nada de esto hemos podido cumplir. Sin embargo Cristo no solamente amó a Dios pero nos amó también a nosotros al punto de dar su vida en la cruz por nuestros pecados.
- Su Santidad: somos pecadores y lo menos que podemos ofrecer a Dios es santidad. Pero podemos disfrutar de la vida perfecta de Uno que nunca pecó y que, al vivir una vida de perfecta santidad, el Padre proclamó «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3:17).
- Su Misericordia: es común en el ser humano siempre buscar la venganza, pagar a otros conforme lo merecen. El Señor fue tan diferente, mostrando misericordia al no darnos lo que merecemos.
Así podríamos mencionar muchas más características de nuestro Señor Jesucristo que le hacen diferente de nosotros. Todas ellas son frutos dulces a nuestro paladar.
Miguel Mosquera