Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormíaMateo 8:24
Hace unos días mi hijo de 6 años me preguntó, qué era el ojo del huracán. Le explicaba que en un huracán los vientos viajan en forma circular a velocidades muy altas y con mucha fuerza, pero que en el centro todo está calmado, tranquilo y el cielo despejado. En ese momento mi esposa me dijo: “eso es verdadera paz”.
Esta tempestad no era un huracán. Es solamente una ilustración, ya que en medio de los fuertes vientos y las grandes olas que azotaban la barca y angustiaban a los mismos expertos pescadores, el Señor Jesucristo estaba durmiendo. No dormía porque el sueño era más fuerte que la tempestad. No dormía porque no se hubiese dado cuenta o no le importaba lo que estaba pasando. Dormía porque tenía plena confianza en Dios, Él estaba en control. Esto es verdadera paz, que a pesar de que todo alrededor está conmocionado, Él está tranquilo.
Solamente en el medio de la tempestad podemos experimentar la paz que reina en el ojo del huracán
Hay dificultades y grandes tempestades en nuestra vida. Todo está oscuro, estamos cansados de remar. Sentimos que la barca se hunde y las olas golpean con mucha fuerza. Nos anegamos. Nuestra primera reacción es querer que la tempestad termine, pero en medio de la tempestad es cuando podemos aprender la lección de descansar plenamente en Su poder y que, aunque todo alrededor pueda estar en caos, nosotros estar tranquilos.
Las tempestades son necesarias, porque solamente en el medio de la tempestad podemos experimentar la paz que reina en el ojo del huracán. “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).
Miguel Mosquera
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