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El Silencio y Servicio de la mujer en la iglesia

Dios tiene en alto valor y estima a la mujer y su servicio. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento encontramos ejemplos de mujeres que fueron grandemente usadas por Dios. En Hebreos 11 leemos de la fe de Sara, quien “siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido” (v.11). Leemos de Raquel y Lea, las cuales construyeron la casa de Israel (Rut 4:11). Aprendemos de María y el cántico que guio entre las mujeres después del cruce del Mar Rojo (Éxodo 15:20-21). También de Débora y su confianza en el poder y la dirección de Dios, en tiempos cuando en Israel cada uno hacía lo que bien le parecía (Jueces 4 y 5). Podríamos seguir hablando de Ana y su oración y alabanza a Dios (1 Samuel 1:9-18; 2:1-10), de Rut y su dedicación y amor (libro de Rut), de Ester y su valor para librar al pueblo de Israel (libro de Ester). Son muchos los casos en el Antiguo Testamento que tienen preciosas lecciones para nosotros. Si continuamos con el Nuevo Testamento podríamos hablar de María, la madre de Jesús, de Elizabet (Lucas 1:7,24), María Magdalena (Juan 20:11-18), María y Marta de Betania (Juan 12:1-3), Ana (Lucas 2:36-38), Dorcas (Hechos 9:36), Lidia (Hechos 16:14-15), las hijas de Felipe (Hechos 22:9), Priscila (Hechos 18:2), Febe (Romanos 16:1) y las varias menciones a mujeres en las epístolas de Pablo (Romanos 16). 

El orden divino no está establecido de acuerdo a superioridad o inferioridad, a capacidades ni mucho menos a parcialidad o preferencia de parte de Dios. Es un orden establecido por Dios, el cual debemos respetar y obedecer si queremos hacer lo que agrada a Dios y honrarle en nuestras vidas. Dios puede ser glorificado a pesar de nuestra desobediencia o puede ser glorificado por medio de instrumentos obedientes a su Palabra. 

 

El silencio de la mujer 

Hay dos razones principales, importantes y suficientes para mostrar que, en la iglesia, la mujer debe guardar silencio: 

La instrucción de Dios 

Esta instrucción del silencio de la mujer está enseñado en las dos principales epístolas que tratan el orden y funcionamiento de la iglesia: 1 Corintios y 1 Timoteo. Ambas epístolas tienen su enfoque principal en la iglesia local. 

En 1 Corintios 14:33-34 el apóstol Pablo enseña: “Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice”. 

Debido a que consideramos la Primera carta a los Corintios como Palabra de Dios, no podemos pasar por alto este pasaje. Aquí Pablo no está tratando de cuestiones culturales de su tiempo, él está enseñando, a lo largo del capítulo 14, del orden en la reunión de la iglesia. Tampoco era un caso solamente de Corinto por todas las irregularidades que había en esta iglesia, ya que dice “como en todas las iglesias de los santos”. 

El silencio no es debido a que la mujer no tenga conocimiento. Vemos como Priscila y Aquila expusieron más exactamente el camino de Dios a un hombre elocuente y letrado en las Escrituras como Apolo (Hechos 18:26). Cuando María, la madre de Jesús, expresó el Magníficat (Lucas 1:46-55) se hace evidente el amplio conocimiento que tenía del Antiguo Testamento. La mujer cristiana puede, ¡y debe!, abundar en su conocimiento en las Escrituras. Sin embargo, el apóstol culmina el capítulo 14 de 1 Corintios, diciendo: “hágase todo decentemente y con orden”. Este orden es el orden establecido por Dios en su Palabra. 

Unos años más tarde el apóstol instruye a Timoteo de la misma manera: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Timoteo 2:11-12). El principio divino no ha cambiado con el tiempo, ni tampoco con el lugar (Timoteo se encontraba en Éfeso para cuando recibió esta carta). Simplemente es mandato de Dios. 

Algunos argumentan las bendiciones que han visto por medio de mujeres que lideran y enseñan en la iglesia. Volvemos a recalcar que Dios puede bendecir a pesar de nuestra desobediencia. ¿Será que los resultados que vemos son nuestra guía? ¿O es la Palabra de Dios? Un ejemplo en el Antiguo Testamento nos ayudará a dar respuesta a esta pregunta. Cuando Dios ordenó a Saúl a destruir completamente a Amalec, Saúl en lugar de obedecer a Dios completamente, decidió traerse los animales con la excusa que serían usadas para ofrecer sacrificio a Dios. (1 Samuel 15:15) ¿Estaba Dios impresionado porque recibiría más sacrificios? De ninguna manera. La respuesta divina hace ver lo grave que había sido la desobediencia de Saúl: “Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1 Samuel 15:22). De la misma manera, Dios no se impresiona por ver multitudes siendo enseñadas públicamente por una mujer. Dios se agrada de la obediencia a Él. 

Dios nunca actúa en contra de su Palabra. He escuchado mucho: “Si Dios le dio a esa hermana el don de predicar, ¿cómo no va a usarlo? Sería desobediencia no hacerlo”. Si Dios ha dicho claramente que la mujer calle en la congregación, entonces no dará el don de la predicación pública a una mujer para que no pueda usarlo. Si una mujer tiene la capacidad de predicar públicamente muy bien, ese no es un don dado por Dios, sino una capacidad humanamente adquirida. 

El ejemplo de las primeras iglesias 

Por mucho que algunos buscan casos en el Nuevo Testamento de mujeres hablando públicamente, no se encuentra ningún caso de esto. Muchos ejemplos son usados, pero éstos muestran mujeres sirviendo a Dios sin estar llevando liderazgo o hablando públicamente en la iglesia. En el Nuevo Testamento tenemos muchas enseñanzas públicas, tanto en el libro de Hechos como en las epístolas donde leemos amplias instrucciones en cuanto a las reuniones de la iglesia. 

Los casos de mujeres en el Antiguo Testamento tienen muchas lecciones que darnos, pero ninguno de ellos aplica directamente como instrucciones para la iglesia. Sin embargo, evaluemos algunos casos del Nuevo Testamento. 

En cuanto a las hijas de Felipe dice que profetizaban, pero ¿dónde estaban profetizando? Estaban en casa de Felipe (Hechos 21:8), no se dice nada de que lo hicieran públicamente. 

De Priscila se dice que había una iglesia en su casa (Romanos 16:3-5), pero nada se nos dice que ella fuera la líder en esa iglesia, simplemente que tenía una casa suficientemente amplia para que la iglesia se reuniera allí. 

El Señor Jesucristo se le apareció en primer lugar a María Magdalena después de su resurrección (Juan 20:1), pero esto no indica que ella fuera escogida para hablar públicamente en la iglesia. Cuando ella corrió a avisar a los discípulos que el Señor había resucitado (Juan 20:18) no estaba llegando a una iglesia para dirigir un mensaje público. 

El caso de Junias también es muy utilizado. Junias es mencionada en Romanos 16:7, que dice: “Saludad a Andrónico y a Junias, mis parientes y mis compañeros de prisiones, los cuales son muy estimados entre los apóstoles”. Junias es un nombre femenino, lo cual puede indicar que Andrónico y Junias fueran esposos. Eran parientes en la carne de Pablo, además que llegaron a estar presos junto con el apóstol Pablo. La expresión “los cuales son muy estimados entre los apóstoles” es tomada para incluir a Junias y Andrónico entre los apóstoles, pero esto no es lo que dice el pasaje, sino que ellos son estimados entre los apóstoles. Es decir, los apóstoles tenían a Andrónico y a Junias en alta estima por su servicio sacrificial por el evangelio. Junias y Andrónico dice que fueron salvos antes que el apóstol Pablo (Romanos 16:8), esto es previo a Hechos capítulo 9, donde la actividad de la iglesia se centraba principalmente en Jerusalén, donde estaban los apóstoles. Esto quiere decir que Andrónico y Junias trabajaron bajo el liderazgo de los 12 apóstoles, que estaban en Jerusalén, y ellos le llegaron a tener en alta estima por su servicio abnegado en el evangelio. No es un pasaje válido para afirmar que Junias predicara públicamente. 

Esto nos lleva al siguiente punto importante: si a la mujer no le es permitido hablar, entonces ¿cuál puede ser su servicio en la iglesia? 

El servicio de la mujer en la iglesia 

Dios quiere y espera que la mujer pueda servir en la iglesia. Sin embargo, alguien puede preguntarse ¿por qué, entonces, la mujer no puede hablar en la congregación? ¿Cómo es que Dios no quiere que hable, pero quiere que sirva? 

Comencemos por lo primero. El servicio en la iglesia no es únicamente hablar públicamente desde el púlpito. El servicio a Dios va más allá de la parte pública. De hecho, en el Nuevo Testamento no se habla de un servicio diferente para hombre y para mujeres. En su mayoría el testimonio y servicio del creyente es igual. Sí hay una distinción clara en cuanto a la parte pública en la iglesia, como ya lo hemos mencionado en la primera parte de este estudio. Esta diferencia no implica que unos tengan mayor importancia o mayor recompensa que otros. Quien tiene la parte pública no tiene mayor recompensa que la persona que sirve al Señor en privado. Tanto uno como otro tiene importancia delante de Dios y cada uno recibirá su recompensa de acuerdo a su fidelidad y obediencia al Señor en cuanto a lo que se le ha encomendado. 

La historia de la ofrenda de la viuda en Lucas 21:1-4 tiene mucho que enseñarnos. Cuando el Señor Jesucristo estaba en el templo, Él podía ver a las personas echando dinero en la ofrenda. Había algunos ricos que echaban mucho y luego llegó una viuda que echó solamente dos monedas de poco valor. Nuestra manera de pensar siempre es a impresionarnos por la cantidad, pero esto no es lo que mira Dios. Cristo no alabó a ningún rico, sino que alabó a la mujer viuda porque, aunque dio poco dinero, ella lo había dado todo. 

Algunas mujeres piensan que su servicio tiene poca importancia para Dios y, por lo tanto, buscan tener más protagonismo en la iglesia, haciéndolo en la enseñanza pública. En el servicio de la iglesia, Dios no está impresionado por hombres que hablan a multitudes, sino que Él también puede ver la sencillez y obediencia de una mujer sirviéndole a Él, a pesar de no ser notada por otros, ya que esta hermana en Cristo “ha hecho lo que podía” (Marcos 14:8). 

Esto también lo podemos aprender del Sermón del Monte. En el capítulo 6 de Mateo el Señor habló sobre las personas que siempre están buscando el reconocimiento de otros, en lugar de la aprobación de Dios. Dios ve lo secreto (Mateo 6:4,6,18) y Él dará la recompensa justa. A Dios no le vamos a impresionar con grandes hazañas. Incluso aquellos que hicieron grandes cosas para Dios no impresionaron a Dios, porque fue Dios quien les dio la capacidad para hacerlo. El Señor relató una parábola para enseñar sobre nuestra humildad en el servicio, está en Lucas 17:7-10. El Señor demanda obediencia en nuestro servicio, y una vez hallamos hecho lo que se nos ordenó, debemos decir: “Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17:10). 

En 1 Corintios 12 el apóstol compara la iglesia con un cuerpo. Cada miembro tiene una función. Algunos miembros del cuerpo son vistos públicamente, otros siempre están ocultos. No por eso uno es más importante que otro, porque cada uno está allí con un propósito. 

De manera que porque una mujer no pueda tener parte pública en la iglesia no significa que su servicio sea menos importante. Es igual con los hombres que no tienen el don de predicar o enseñar públicamente, ellos también recibirán su recompensa por el servicio que están llevando a cabo en la obra de Dios. 

Pasemos a considerar algo del servicio de la mujer en la iglesia por medio de lo que nos explica el Nuevo Testamento: 

  • Los dones en la iglesia: En las epístolas encontramos varios dones o capacidades que Dios ha dado a cada creyente en Cristo para ser usado en su servicio (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:4-11; Efesios 4:11). El apóstol Pablo dice: “¿Son todos apóstoles? ¿son todos profetas? ¿todos maestros? ¿hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos?” (1 Corintios 12:29-30). La evidente respuesta a estas preguntas es: NO. Por lo tanto, si todos tenemos una capacidad diferente para ser usada en una esfera diferente en nuestro servicio, lo importante no es lo grande de lo que hacemos, sino la fidelidad en hacer lo que Dios nos ha ordenado hacer. Eso es lo que recibirá recompensa de parte de Dios. Lo demás es edificar “madera, heno y hojarasca” (1 Corintios 3:12-15). 
    Muchos de los dones pueden ser ejercidos de manera pública o privada. Por ejemplo, el don de evangelista puede ser de manera pública o privada. Un ejemplo de un evangelista lo tenemos en Felipe (Hechos 21:8). Leemos de Felipe predicando públicamente (Hechos 8:5) y también compartiendo el evangelio con un hombre en el camino desierto de Jerusalén a Gaza (Hechos 8:26-35). 
    También hay otros dones que no son públicos. Romanos menciona el don del servicio, de repartir y de hacer misericordia. 1 Corintios menciona el don de fe y los que ayudan (1 Corintios 12:9,28). De manera, que hay mucho servicio para el Señor fuera de la predicación pública en la congregación. 

1 Timoteo 5:9-10 – En ese pasaje se mencionan directamente a las viudas en la iglesia. Pablo hace especial énfasis en su servicio al Señor. ¿Qué menciona? ¿Será que habla de sus mensajes elocuentes en la iglesia? No, pero sí son mujeres activas en la obra del Señor:

    • Testimonio de buenas obras: El ocuparse de las buenas obras es fundamental en el testimonio de una hermana. El servicio al Señor no solamente se limita a nuestro tiempo con la iglesia, sino a toda nuestra vida. Por medio de nuestro testimonio estamos dando luz a aquellos que están en oscuridad. El Señor Jesús enseñó esto mismo en el Sermón del Monte: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Las buenas obras en las hermanas impactarán a las personas a su alrededor de una manera positiva, atrayendo a otros al evangelio. Un ejemplo de buenas obras lo encontramos en Dorcas (Hechos 9:36), quien “abundaba en buenas obras”. El impacto de esta mujer en Jope (la ciudad donde vivía) fue mayor que cualquier mensaje elocuente de cualquier predicador. Una buena obra no es pasada por alto por nuestro Señor Jesucristo. En Mateo 26:6-13 encontramos a una mujer derramando un perfume de alto precio sobre la cabeza del Señor Jesucristo. La evaluación de los discípulos presentes fue criticar lo que esta mujer hizo y catalogarla de un desperdicio. Eso mismo es lo que pasa hoy día con hombres que menosprecian el servicio de una mujer que es obediente a la Palabra de Dios. El Señor les dijo a ellos: “¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues ha hecho conmigo una buena obra” (Mateo 26:10).
    • Criado hijos: la labor de criar hijos no es tarea sencilla, se requiere mucha energía, sabiduría y oración al Señor. El descuido a los niños en muchos hogares es razón de mucho caos y destrucción en la sociedad. Muchos padres y madres viven enfocados en sus carreras profesionales o en sus trabajos y descuidan el hogar o dejan la tarea de criar los hijos a algún otro familiar o, incluso, algún desconocido. Ninguno puede hacer esta labor mejor que los mismos padres, y el papel de la madre en la crianza de los hijos nunca debe ser subestimado. Es evidente que la mujer virtuosa de Proverbios 10 estaba bien enfocada en el hogar. Esta mujer está también ocupada en las buenas obras.
    • Practicado la hospitalidad: Lidia fue salva e inmediatamente tenía deseo de servir al Señor. La hospitalidad que mostró a Pablo y Silas mostraba evidencia de su salvación (Hechos 16:14-15).
    • Lavado los pies de los santos: esta era la labor de un esclavo, digamos que el servicio más humilde. Los discípulos ninguno quiso hacer esto cuando se reunieron en el aposento alto con el Señor Jesucristo, así que el Señor mismo lo hizo. Lamentablemente, algunos en la iglesia solamente buscan servicio que les dé reconocimiento frente a otros. No están dispuestos a hacer tareas sencillas y humildes y desprecian a quienes la hacen. Olvidan las palabras del Señor al decir: “el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mateo 20:26).
    • Socorrido a los afligidos: esta es la obra de Dios. Repetidas veces en las Escrituras leemos de Dios mostrándose compasivo con los afligidos, con los huérfanos y viudas. En el Salmo 22:24 dice: “Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, le oyó”. 

De esto tenemos muchos ejemplos en el Nuevo Testamento; mujeres que sirvieron al Señor fiel, obediente y abundantemente. Durante el ministerio del Señor Jesucristo leemos que “Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes” (Lucas 8:3). La suegra de Pedro, después que fue sanada “se levantó, y les servía” (Mateo 8:15). Marta de Betania, dice que “Y le hicieron allí una cena; Marta servía” (Juan 12:2). 

Es un error pensar que el apóstol Pablo era machista por haber enseñado en 1 Corintios y 1 Timoteo que la mujer no debe hablar en la congregación. Hay muchas mujeres que ayudaron al apóstol durante su servicio a Dios. Dos de ellas son mencionadas en Filipenses 4:2-3 – “Evodia y a Síntique… que combatieron juntamente conmigo en el evangelio”. También leemos en Romanos 16:2 acerca de Febe: “porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo”. En este mismo capítulo el apóstol reconoce la labor de varias mujeres en la iglesia en Roma: “María, la cual ha trabajado mucho entre vosotros… Trifena y a Trifosa, las cuales trabajan en el Señor. Saludad a la amada Pérsida, la cual ha trabajado mucho en el Señor” (Romanos 16:6,12). 

También tenemos mujeres que se destacaron por su devoción y apreciación por la Palabra de Dios. Allí estaba María de Betania – “la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (Lucas 10:39). María, la madre del Señor, era una muchacha cuando pronunció el Magníficat (Lucas 1:46-56). En pocos versículos hay una mina de preciosas y profundas verdades que hacen evidente que esta mujer conocía la Palabra de Dios y también conocía a Dios. Esto nos muestra que, aunque la mujer no participa públicamente en la iglesia, no significa que no tenga que estudiar a profundidad las Escrituras. 

¡Cuán precioso es el servicio de las hermanas en la iglesia, sujetas a la palabra y a la voluntad de Dios! El Señor aprecia su obediencia y su servicio, lo cual tendrá amplia recompensa de parte de Dios. 

Miguel Mosquera

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