El cielo raso y el techo, si se nos permite utilizar estos términos, no se designan así en las Sagradas Escrituras. Cortinas de lino cubrían la armazón, y ellas a su vez estaban cubiertas por pelo de cabra tejido, pieles de carneros y pieles de tejones.
Ha sido la voluntad del Espíritu no decirnos si estos contaban con algún apoyo aparte de las cuerdas que unían las tablas, las cuales estaban a una distancia de diez codos (unos 4,5 metros) entre pared y pared. La lógica nos indicaría que el techo sería de dos aguas, pero las medidas no permiten esta conclusión y no tenemos otra autorización alguna en el texto inspirado para afirmar tal cosa.
Sin embargo, sí podemos decir que es probable que las cuerdas unían las estacas a un lado a las del otro lado, pasando por encima de las columnas y apoyando las cortinas y pieles. Sea así o no, otra cosa que no sabemos es cómo las cubiertas estaban fijadas a las paredes y columnas. ¿Caían sueltas a un ángulo sobre las cuerdas, lado afuera, o verticalmente contra las tablas?
El tabernáculo no era un mito pero sí un símbolo. Los tipos del Antiguo Testamento, como las parábolas y los milagros en el Nuevo, no deben ser forzados en un intento vano por sacar lo que el Espíritu no ha metido en ellos. Ninguna de aquellas figuras constituye un paralelo completo a la verdad o las verdades que ilustran, y ninguna tiene que ser interpretada o explicada en el mínimo detalle. La regla es, “Un poquito allí, otro poquito allá”.
La palabra tabernáculo se emplea para referirse a un juego de diez tapices que estaban colocados sobre la armazón de madera. Estas cortinas de lino contenían figuras de querubines tejidas en un fondo azul/violeta, rojo/púrpura y carmesí. “... diez cortinas de lino torcido, azul, púrpura y carmesí ... con querubines de obra primorosa”, 36.8. Cada cortina medía 28 codos por cuatro. Los unía una costura para formar dos juegos de cinco, y éstos a su vez estaban unidos por cincuenta ganchos o corchetes de oro que pasaban por sendas lazadas en cada conjunto de cinco.
Por encima de estas cortinas estaba “la tienda”, a saber, once cortinas de pelo de cabra, cada una midiendo treinta codos por cuatro. Seis formaban un juego y cinco otro juego, que a su vez los unían corchetes de bronce.
Y ahora la sobrecubierta; a saber, (i) un juego de pieles de carneros teñidos de rojo, y (ii) “otra cubierta de pieles de tejones encima”.
Todo esto representa casi 47 metros cuadrados de cortinas y una extensión mayor de pieles. Somos de la opinión de que todo este material fue sacado de Egipto. “Jehová dio gracia al pueblo delante de los egipcios, y les dieron cuanto pedían; así despojaron a los egipcios”, 12.36. Es interesante observar que las pieles de carneros fueron donadas ya teñidas, y no bajo la supervisión de los dos artesanos. Si fueron teñidas en Egipto o en Sinaí, no lo sabemos.
¿Algunos israelitas preguntaban entre sí, o dentro de sí, por qué estaban cargando tanto bagaje a través del Mar Rojo? ¿Las mujeres se sorprendieron ante tanto tesoro de joyas? (Éxodo 3.22 y 35.25 son específicos en cuanto al aporte de las mujeres). El modo de actuar de Dios es perfecto, y Él todavía obra por sendas misteriosas.
Repetidas veces se afirma que las pieles de carnero habían sido teñidas de rojo, pero en el tabernáculo ellas no estaban a la vista. Repetidas veces se afirma que la segunda cubierta era de pelo de cabra, y no pieles de cabra, pero esa labor de tejerlo tampoco dejaba un producto visible al ojo humano. ¡Cuán preciso y cuán exigente es nuestro Dios! Él ve lo que nosotros ignoramos.
Arquitectura
El techo ─ las cortinas y la sobrecubierta ─ son una figura de Cristo como Cabeza, es decir, “sobre todas las cosas a la Iglesia”. Estamos considerando la tienda y su sobrecubierta después de las paredes, pero las Escrituras las presentan antes. Un constructor por lo regular no termina el techo antes de levantar las paredes, especialmente cuando éstas son el único apoyo que tiene el techo, pero Cristo se presenta antes del creyente; en todo Él tiene la preeminencia. Es solamente cuando entramos en lo que son los atributos suyos que empezamos a comprender nuestra posición en Él y ante Él.
Llama la atención que el tabernáculo haya tenido un techo costoso pero ningún piso. Dentro de la estructura, donde todo era de oro, el techo era la tierra del desierto o de Canaán. Ninguna ama de casa colocaría muebles ultra lujosos, especialmente si fueran de oro, sobre un piso de tierra sin siquiera una alfombra persa de por medio.
¿Por qué lo hizo Dios?
La respuesta está en lo dicho en Salmo 29.9: “En su templo todo proclama su gloria”. Nada de Cristo debe estar debajo del pie humano. Puede ser que el pecador “pisoteare al Hijo de Dios”, pero el santo no. Él se humilló, pero Dios le ha exaltado y le ha dado un nombre que está sobre todo nombre. Los sacerdotes contemplaban su gloria al ver arriba los querubines tejidos en las cortinas, no al mirar abajo al “polvo que hubiere en el suelo del tabernáculo”. (Esta cita es la única mención del piso y figura en el contexto de la esposa acusada de pecado, Números 5.17).
El Señor Jesús vino a este mundo pero ha ascendido a su Padre y a nuestro Padre, de manera que miramos arriba para verle, y no abajo como el hombre con el rastrillo en la obra tan rica de Juan Bunyan. Si nosotros, el pueblo de Dios, estamos representados en las tablas verticales, es sólo para complementar a nuestro Señor en el lugar de su morada. Cuatro evangelistas presentan cuatro vistas de Él en el Nuevo Testamento; y, cuatro capas del techo relatan su historia en el tabernáculo.
Interpretación
Entendemos las cortinas y cubiertas de la manera siguiente:
- Pieles de tejones: Nuestro Señor en humillación, como el mundo le veía
- Pieles de carnero: Nuestro Señor en obediencia, como Dios le veía acá
- Cortinas de pelo: Nuestro Señor en el Calvario, en su obra de expiación
- Cortinas de colores: Nuestro Señor en su exaltación actual en el cielo
Pieles de tejones
En una de las entregas introductorias acerca del tabernáculo en general, destacamos el hecho de que Dios comenzó sus instrucciones con el arca y terminó con el atrio. “Dios”, dijimos, “comienza adentro y procede hacia afuera. Él se acerca a nosotros. El hombre tiene que comenzar del lado afuera”. Ahora con el techo Dios empieza en el lado inferior y va hacia fuera, pero nosotros empezaremos con las pieles afuera y terminamos con la tapicería adentro.
Las pieles son una figura de nuestro Señor como un hombre entre hombres. Nuestra incertidumbre acerca de qué animal dio estas pieles no debe perturbarnos, ya que cuadra bien con la enseñanza asociada con ellas. En Mateo 16.13 leemos que Jesús preguntó, “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” La respuesta fue, “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas”. La gente no sabía.
La Reina-Valera, entonces, habla de tejones; Biblia de las Américas, de marsopa; la Versión Moderna, de foca. Sea como fuere, estas pieles eran de color castaño, o gris como ceniza, y poco atractivas. Un moabita estudiando el tabernáculo desde una elevación vecina vería poco más que un techo plano y tres paredes, todos de piel muy ordinaria. Le llamaría la atención solamente la cortina del portón (si estaba cerrada) y la cerca. Él no sabría nada de pieles rojas, pelo de cabra (aunque era y es un material de mucho uso entre los beduinos) y el bellísimo lino. Tampoco sabría de la enorme riqueza que la estructura representaba.
Así era con el Hijo de Dios cuando estaba sobre la tierra. Isaías nos dice que era despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto. Él no desplegaba hermosura, ni atractivo para ser deseado. Algunos hablaban de Él como amigo de publicanos y pecadores, y otros le conocían tan sólo como el hijo del carpintero. Todo lo que el hombre veía, por regla general, era la piel de tejones, la apariencia exterior del Señor Jesús. Lo externo estaba en gran contraste con lo interno.
Pero no así para los suyos. Natanael dijo, “Tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel”. Pedro dijo, “Eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Tomás exclamó, “Señor mío, y Dios mío”. Marta le reconoció como el Hijo de Dios que había venido al mundo. Otros vieron su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno Él de gracia y de verdad. La piel de tejones, entonces, era Jesús de Nazaret en contraste con Aquel en gloria prosperado, figura de quien se percibía solamente tabernáculo adentro.
La piel de este animal se menciona de nuevo en Ezequiel 16.10: “Te vestí de bordado, te calcé de tejón …” Era dura, como de suela. El tabernáculo se erigió en primera instancia en un desierto caluroso y en parte arenoso, pero ni una tabla dorada se torció ni una cortina bordado se partió.
Nuestro Señor salió airoso de todos los ataques de hombre y diablo; su vigor era asombroso mientras andaba de norte a sur, de sur a norte dentro de un radio de unos doscientos kilómetros, sanando a los oprimidos por Satanás. De un todo Dios, de un todo hombre.
Pieles de carnero
Levantamos esta resistente cubierta exterior, y encontramos otra piel. “Harás también a la tienda una cubierta de pieles de carnero teñidas de rojo”, 26.14. De nuevo, no se especifican las dimensiones; sólo sabemos que este manto cubría todo lo que estaba debajo de él.
Uno de los grandes capítulos del Calvario es Génesis 22, donde encontramos a un carnero trabado en un zarzal para ser ofrecido en lugar de Isaac. Es la clave a las pieles teñidas del Éxodo. La pregunta de Isaac fue dónde estaba el cordero para el holocausto, y Dios se proveyó de un carnero para aquella ocasión. Juan el Bautista le dio a Isaac la respuesta definitiva: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
En un momento vamos a considerar una cortina de pelo. Ahora, se puede aprovechar el pelo de un animal sin sacrificarlo, pero no así su piel. Las pieles para esta cubierta exigían muerte. No sólo esto, sino que también el pueblo redimido tenía que teñir sus pieles de rojo antes de ofrecerlas para el tabernáculo, 25.5, 35.7.
Más que sustitución, en la Biblia el carnero, o macho cabrío, es el animal de consagración. Por supuesto, la consagración de parte de uno bien puede depender de cuánto aprecia la sustitución que fue necesaria para su salvación. Un carnero sugiere amplitud de fuerza. Fue la sangre de un carnero que se usó al consagrar a Aarón y a sus hijos para el sacerdocio. Nuestro Señor se consagró de un todo a la voluntad del Padre. “No me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Él nunca se olvidó de su deber, nunca lamentó algo que hubo hecho y nunca tuvo que disculparse.
Pocos veían por debajo de las pieles de tejones, por decirlo así, pero algunos sí veían esta cubierta roja que era preciosa a los ojos del Padre. Aquella relación Padre/Hijo en la humanidad del Hijo fue anunciada cuando Él estaba entrando en el mundo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”, Hebreos 10.7.
Vemos brillando en la oscuridad del Getsemaní el carácter de las pieles de carnero, donde su sudor era como grandes gotas de sangre. Clamó, “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. De veras le había consumido el celo de la casa del Padre. No fue rebelde, ni volvió atrás, Isaías 50.5. Fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Pelo de cabra
“Todas las mujeres cuyo corazón las impuso en sabiduría hilaron pelo de cabra”, 35.26. Estas mujeres nos enseñan verdades más profundas que las de la encarnación y santificación que vemos en las pieles de tejones, y más profundas que las de la sustitución y consagración vistas en las pieles de carnero. Las cortinas que estamos viendo ahora enseñan de la expiación.
Tal vez parezca extraña una cortina fabricada de pelo en vez de piel. Es cierto que a veces el chivo era el animal para el sacrificio que se ofrecía cada día por el pecado, pero tengamos presente también que la mención principal de este animal en el esquema levítico es la de su papel clave en el día anual de expiación, y que en aquella ceremonia se usaban dos machos cabríos, pero moría uno solo. El otro se despachaba vivo.
Esta capa de las coberturas, entonces, se colocaba entre las pieles teñidas del Calvario y la cortina con sus querubines de la gloria celestial. Este juego de cortinas se extendía más allá del lino y de las dos cubiertas de pieles. “Doblarás la sexta cortina en el frente del tabernáculo”, 26.9. El pelo, a diferencia de alguna piel, es muy apropiado, porque hay aquí tanto muerte como vida. El mensaje no es sólo de la entrega de Cristo por nuestras transgresiones, sino también su resurrección para nuestra justificación.
No estamos rebajando al macho cabrío que fue beneficiado cual ofrenda por el pecado según Levítico 4.23,28 y Números 28.15. Estamos diciendo que Cristo no solamente llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, sino que también hizo posible que viviésemos a la justicia, 1 Pedro 2.24. Al ver aquella cortina blanca y negra que caía sobre buena parte de la puerta del tabernáculo, los sacerdotes estaban viendo, sin saberlo, la verdad de 2 Corintios 5.21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
Cortina de colores
El portón y la puerta eran de “azul, púrpura y carmesí, y lino torcido, obra de recamador”, 27.16, 26.36. La cortina inferior del techo era de los mismos colores, pero mencionados en una secuencia diferente; en el 26.1 se nombra el lino en primer lugar. Artesanos hábiles incorporaron querubines de realce en el diseño.
Este techo interior sobre las dos recámaras parece aportar un significado singular al blanco que tipifica la humanidad de Aquel que ahora está ascendido a lo alto. En otra entrega haremos mención de que el velo representa lo que Cristo era en la tierra, pero diremos aquí que las cortinas proclaman su gloria celestial. Él es el mismo ayer, y hoy, y por la eternidad.
Estos pensamientos traen a la mente la experiencia de Esteban: “Veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios”, Hechos 7.56. Como se ha señalado a menudo, esta es l única vez que Él es llamado Hijo del Hombre después de los Evangelios y antes del Apocalipsis. La humanidad del Señor Jesús en el cielo es un tema de gran importancia. Él, la Cabeza, está allí, y nosotros, el cuerpo, pronto vamos a estar. Mientras tanto, donde “las tablas” están juntadas en su nombre, Él está en medio.
Héctor Alves
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