Icono del sitio salvo X gracia

El Tabernáculo – 09 – El Altar de Incienso

https://www.youtube.com/watch?v=m8HXQe4YfN0

Este altar es llamado también “el altar que está delante de Jehová”, Levítico 16.18.

No encontramos mención de él hasta el capítulo 30 de Éxodo, cuando los otros vasos, con la excepción de la fuente, se mencionan en los capítulos 25 al 27. La razón parece estar en la asociación entre el altar de incienso y la obra de Cristo como sumo sacerdote. Este mueble representa su ministerio en el cielo. Por esto se presenta el sacerdocio en los capítulos 28 y 29, primeramente su vestidura y luego su consagración, y en seguida leemos del altar que nos interesa ahora.

Ante la mesa en el lugar santo tenemos comunión; por la lámpara, luz; delante de este altar, fragancia.

Dos altares

Las estaciones de trabajo incluyen dos altares, ambos hechos de madera de acacia, ambos con cuernos, anillos y varas, y ambos guardando fuego. Ante el altar de oro, sin embargo, no había animales ni mortandad. Sobre este altar se quemaba incienso.

Había fuego aquí, y el sacerdote lo traía en su incensario del altar de cobre afuera en el atrio. El fuego ardía continuamente sobre el altar, y constantemente se derramaba sangre sobre él. El fuego ardía, pero el incienso se consumía. (Había una excepción y de ella hablaremos más adelante).

Ambos altares tipifican la persona y la obra de Cristo, pero de maneras diferentes. Ante el altar de cobre hay un cuadro de Cristo muriendo por nosotros, pero ante el altar de oro Él vive por nosotros. Un altar estaba afuera, ilustrando a Cristo en la cruz, pero el otro adentro, ilustrando a Cristo en el cielo. El tema del primero es el fuego; del segundo, la fragancia.

No obstante, los dos altares están estrechamente relacionados. Ante el uno cantamos:

Gloria rindamos a Jesús,
pues nuestras culpas Él llevó.
Su vida dando en una cruz,
a nuestras almas rescató.

Ante el otro cantamos:

Te vemos exaltado allí,
y, viéndote, de corazón
queremos dirigirte a ti,
Señor Jesús, la adoración.

La sangre fue derramada sobre el altar afuera, el Calvario, pero el antitipo ha entrado en las alturas en virtud de la que Él dejó allí. El hecho es que el altar de oro hubiera sido inútil sin el altar de cobre.

Todo israelita tenía acceso al altar afuera, pero sólo los sacerdotes al altar adentro. El sacerdote daba la espalda al altar de cobre al oficiar ante el de oro, recordándonos que el problema del pecado fue resuelto una vez por todas en el Calvario.

Materiales

El altar de cobre era uno de los vasos hechos de madera de acacia. De las características de esta madera hemos escrito ya, empleándola como una figura de la humanidad impecable e incorruptible del Señor Jesucristo. Setenta y siete veces en el Nuevo Testamento le encon-tramos refiriéndose a sí como el Hijo del Hombre. Sin duda, la Palabra se hizo carne y moró entre nosotros. “Me has preparado cuerpo”, dijo al Padre. Aquel auténtico varón, aquel Jesús de Nazaret que murió en la cruz del Calvario, es el Hombre que ahora está en la presencia de Dios.

Su función allí es la de sumo sacerdote, y todos tres pasajes en Hebreos que tratan de su obra aluden a su humanidad. Cada uno de ellos menciona una característica diferente de su ministerio hoy por hoy.

  • Hebreos 2.16 al 18: Ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.
  • Hebreos 4.14 al 16: Teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
  • Hebreos 7.24 al 27: Éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.

La madera en el altar estaba forrada de oro. Humano, sí, pero Dios le ha exaltado hasta lo sumo, y le ha dado un nombre que es sobre todo nombre. Y aquel nombre es en verdad nuestra única vía de acceso a Dios, tanto en oración (rogativas y peticiones) como en adoración.

En cuanto a la oración (que está ilustrada en el incienso que trataremos más adelante): Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará, Juan 16.23.

En cuanto a la adoración (el otro ejercicio santo representado por el incienso): Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Hebreos 13.15

Forma y ubicación

Así como su contraparte, este altar era cuadrado. Decimos que el proceder de Dios es uno mismo con todo pecador, y los cuatro lados iguales de este mueble proclaman que lo es también con los salvos. Él no respeta rango según la estima humana. Todos los suyos pueden acudir confiadamente al trono de la gracia. Los cuernos, manchados ellos de sangre, dan la sola y suficiente base de acceso.

En proporción con sus demás medidas, este era el más alto de todos los muebles cuya dimensiones conocemos, pero en términos absolutos el más pequeño. Su superficie ─ un codo cuadrado ─ era amplia para el incienso que se colocaba allí, y aquel pequeño cuadro dorado estaba encerrado en una corona.

No había corona en derredor del altar de cobre, y la única corona del Calvario fue una que los hombres tejieron de espinas. Pero ahora Cristo está sentado en las alturas en la dignidad de su señorío. Dios ha hecho a este mismo Jesús Señor y Cristo. Juan no le vio sentado sobre la nube blanca coronado de espinas, sino con corona de oro.

Este altar estaba frente al velo, “delante de Jehová”, al decir de Levítico. Si es que el velo lo permitía, la fragancia de su incienso penetraría el lugar santísimo, la misma presencia de Dios. ¡No había chimenea en el tabernáculo!

Nosotros, adoradores redimidos, cuya adoración en Espíritu y verdad anhela el Padre, podemos entrar en el sentido de las palabras de Pablo mucho más que podían aquellos atenienses que le oyeron decir que “Él no está lejos de cada uno de nosotros”, Hechos 17.27. Acerquémonos, tanto en oración como en adoración.

Había tan sólo dos anillos fijados a este altar de incienso, y sugerimos que estaban en esquinas opuestas; o sea, diagonal el uno al otro. Sugerimos también, contrario a lo que se ve en algunos cuadros del lugar santo, que el altar estaba colocado a un ángulo, con las varas paralelas a las paredes del salón. Al ser así, un cuerno manchado de sangre apuntaría atrás a donde se ofrecía el sacrificio y el otro al lugar de la morada de Dios. Así debe ser la adoración nuestra.

Fuego

Todo lo que el altar de oro significa depende de los sacrificios que se ofrecían sobre el altar frente al portón. La oración y adoración que ascienden ahora a Dios, ilustradas por el incienso del altar de oro, dependen enteramente de la muerte de Cristo, ilustrada por el otro altar.

No se permitía otro fuego sobre el altar de incienso. Nadab y Abiú ofrecieron fuego extraño sobre este mueble, Números 10.1,2, y Dios les castigó allí mismo con la muerte. Isaías, en cambio, recibió un toque de un carbón encendido del altar de oro del templo, como relata en el capítulo 6 de su profecía.

Cuernos

Éxodo no especifica cuántos cuernos tenía este altar, pero Levítico 16.18 hace entender que eran cuatro: “… tomará la sangre … y la pondrá sobre los cuernos del altar alrededor”. En la visión de Juan, la voz que él oyó vino de los cuatro cuernos del altar que está delante de Dios, Apocalipsis 9.13.

Cuatro es el número de la tierra, o la universalidad. Todo el campamento de Israel, con sus tiendas levantadas por los cuatro costados del “santuario terrenal”, dependía de la fuerza de aquellos cuatro cuernos. Desde “los cuatro rincones de la tierra”, como dicen algunos, hay acceso ahora al trono de Dios.

Incienso

El incienso es una figura de la oración. “Suba mi oración delante de ti como el incienso, el don de mis manos como la ofrenda de la tarde”, Salmo 141.2. La responsabilidad que le tocó a Zacarías era la de “ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso”, Lucas 1.9,10. Juan vio a los seres y ancianos postrarse ante el Cordero, “con copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”. Al abrirse el séptimo sello en el cielo, un ángel se paró ante el altar “con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono”, Apocalipsis 5.8, 8.3.

Los ingredientes del incienso del tabernáculo se especifican el Éxodo 30.34 al 38, e incluyen elementos desconocidos a nosotros. A ningún israelita se le permitió copiar la fórmula. La oración por receta humana no es aceptable para Dios, y la vana repetición le es ofensiva.

Cuatro de los ingredientes era de igual peso, mezclados para recordarnos de que nuestra oración sea sazonada con sal. Algunos elementos en la receta divina se usaban en cantidades muy reducidas, pero eran esenciales para producir la aroma que Dios deseaba.

Era la acción del fuego sobre el incienso que sacaba el olor grato. Aquel fuego había consumido el sacrificio en bien del pecador, y ahora aporta valor a la ofrenda puerta adentro. ¿Tendremos esto en mente la próxima vez que nos doblamos en oración ante Dios?

Hebreos 9

Los primeros seis versículos de Hebreos capítulo 9 presentan un resumen de los componentes del tabernáculo, pero no mencionan el altar de oro. ¿Por qué esta omisión? Antes de buscar una respuesta, notemos que el versículo 4 incluye el incensario de oro entre los enseres en el lugar santísimo. (“Tras el segundo velo … un incensario de oro y el arca del pacto …”) No así el libro de Éxodo.

En los capítulos 9 y 10 el escritor tiene en mente el día de expiación anual de Levítico capítulo 16, y en aquella ocasión el sumo sacerdote no quemaba incienso sobre el altar. Lo que hacía era tomar carbones del altar de cobre, ponerlos en su incensario y llevarlos a través del lugar santo hasta el santísimo. Algunos cuadros del sacerdote realizando este acto incluyen una cadena fijada al incensario. Quizás algún pintor se dio cuenta de que las manos del sumo sacerdote estarían llenas de incienso y concluía que tendría que llevar el incensario por el hombre. Sea así o no, el incienso ardía en el lugar santísimo.

En realidad, en aquella ceremonia anual el incensario tomaba el lugar del altar de oro. Sin duda, el olor grato llenaba el lugar santísimo. Todas las virtudes de la muerte de Cristo en la cruz son gratas a Dios. Que esta sugerencia nos haga recordar, entre lecciones mayores, que no vamos a captar mucho del sentido de la Epístola a los Hebreos hasta comprender los libros de Éxodo y Levítico.

Héctor Alves

Compartir este estudio

Salir de la versión móvil