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El Tabernáculo – 10 – El Arca del Pacto

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Recinto

Habiendo dedicado tres entregas a los tres muebles en el lugar santo, corremos el velo ahora y entramos en la más santa de las dependencias del santuario. La escena es asombrosa y gloriosa. Es la morada de Dios entre su pueblo.

La sala mide diez codos en cada dirección, o unos 4,4 metros de longitud, anchura y altura. Las paredes de los lados norte, sur y oeste son tablas cubiertas de oro. Al lado este está suspendido el velo de múltiples colores, repleto de querubines. Arriba está el techo de lino fino bordado, de los mismos colores que el velo.

Es la puerta del cielo. Hay sólo oro aquí, y posiblemente nunca se oyó en este recinto voz alguna excepto la de Moisés. Nunca ha penetrado luz creada ni luz natural. En el atrio hay la luz del sol y en lugar santo la de la lámpara, pero aquí en el santísimo hay sólo lo que los judíos llaman la Shekiná; a saber, el resplandor de la gloria de Dios.

No había dónde sentarse, y por cierto se permitía que solamente dos varones en todo el campamento de Israel entraran en una misma época.

Moisés, el solo mediador de Israel, entraba siempre que Dios le llamara. La promesa que recibió en Éxodo 25.22 fue: “De allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandare para los hijos de Israel”.

El libro de Levítico comienza con las palabras: “Llamó Jehová a Moisés, y habló con él desde el tabernáculo de reunión”. Quizás podía entrar en otras oportunidades; no podemos decir con certeza, pero Números 7.89 es significativo: “Cuando entraba Moisés en el tabernáculo de reunión, para hablar con Dios, oía la voz que le hablaba de encima del propiciatorio que estaba sobre el arca del testimonio, de entre los dos querubines”.

El sumo sacerdote Aarón, y los que le siguieron en esta alta investidura, entraban en este recinto una vez al año en el día décimo de mes séptimo. Les era permitido hacerlo sólo con sangre, la cual el sumo sacerdote ofrecía por sí y por los pecados del pueblo. No encontraban nada sino el arca. Era este cofre que veía el ojo de Dios. En cuanto a nosotros, preguntamos: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?” Y respondemos:

Cristo, en la magnífica altura sentado,
esperas el día glorioso, anhelado,
en el que serate este mundo sujeto,
y el plan de tu Padre hallarase completo.

Cofre

El arca se menciona en primer lugar entre los vasos del tabernáculo, y la lección que aprendemos es que Dios comienza con Cristo. Era un poco más grande que el típico baúl de viajero, hecha de madera de acacia forrada por dentro y por fuera de oro puro. Su tapa, llamada el propiciatorio, era una barra de oro puro que incluía dos querubines con alas extendidas, labradas del mismo lingote de oro. Del contenido hablaremos más adelante.

Todos sabemos que se trata de otro hermoso tipo de nuestro Señor Jesucristo. Nadie le puede comprender. “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre”, Mateo 11.27. Este vaso es una figura de la manifestación de Dios en Cristo. Habla de lo que Él era en sí, mientras que otros vasos hablan de lo que Él realizó.

El arca con el propiciatorio es, entonces, el mueble principal del tabernáculo en lo que se refiere a doctrina, y es el mejor tipo de Él entre todos los muebles. Figura en primer lugar en tanto las instrucciones y el relato sobre la realización de la obra. Y el arca propiamente dicho sostenía lo que habla de la gloria de Dios: los querubines.

El arca no solamente encabeza la historia inspirada, sino tomaba el primer lugar en la marcha de Israel. Sus envolturas eran diferentes. Incluían el velo y en paño azul lado afuera, en contraste con los otros elementos, los cuales se transportaban con pieles de tejones a la vista. La lección es que lo que se estaba llevando requería una distinción en su cobertura y su despliegue.

Este cofre guardaba una ley nunca infringida, alimento y una vara reverdecida. Sangre estaba esparcida sobre su tapa y a su pie. Dios moraba en reposo y satisfacción sobre y entre los querubines. Todo esto habla de Cristo. El gran significado de este arca parece ser la presencia de Dios entre su pueblo sobre la base de la obediencia.

Contenido

Este arca no siempre guardaba un mismo contenido. Hebreos 9 afirma que contenía “una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto”. Esta lista corresponde al arca en el lugar santísimo en el tabernáculo. Sin embargo, el Antiguo Testamento presenta este cuadro:

  • Toma una vasija y pon en ella un gomer de maná, y ponlo delante de Jehová. Y Aarón lo puso delante del Testimonio para guardarlo, Éxodo 16.33,34 (antes de construir el tabernáculo)
  • Vuelve la vara de Aarón delante del testimonio, para que se guarde por señal a los hijos rebeldes, Números 17.10 (después de la rebelión de Coré, Datan y Abiram)
  • En el arca ninguna cosa había sino las dos tablas de piedra que allí había puesto Moisés en Horeb, 1 Reyes 8.9 (cuando el arca fue colocada en el templo recién construido)

“El Testimonio” se refiere a las dos tablas en las cuales los diez mandamientos estaban grabados. Por guardar éstas, el cofre se llamaba “el arca de testimonio”. Se ve que estamos ante una figura clara de Jesucristo como el fiel exponente y cumplimiento de la ley del Antiguo Testamento. “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha aguardado”, dijo proféticamente en Salmo 40, “y tu ley está en medio de mi corazón”.

No es sencillamente que Él conocía el texto de la ley (que por cierto era el caso), sino que la vivía o cumplía en su totalidad. Él amaba a Dios con todo su corazón, y su prójimo como a sí mismo. Por mano de hombre se quebrantaron las primeras tablas de la ley, pero dentro del arca n había el peligro de que esto sucediera al segundo par. El hombre peca; él quiebra la ley de Dios y las leyes; no hay justo, ni aun uno. Pero en Cristo, el segundo hombre, la ley encontró su lugar seguro. Las tablas dentro del arca estaban debajo de sangre rociada; aquella ley encontraría su expresión en Uno que daría su sangre para que fuésemos llevados a Dios.

Cristo es el fin de la ley, para justicia a todo aquel que cree, Romanos 10.4. A saber, Él ha realizado el propósito de la ley al poner en una debida relación con Dios a todos los que tienen fe. La ley era nuestro guardián para llevarnos a Cristo. (La palabra traducida ayo en Gálatas 3.24,25 se refiere al siervo que conducía al hijo de su hogar a la escuela, y era responsable por su conducta en general). Nosotros que somos salvos podemos cantar:

De la Ley libre: ¡dicha indecible!
Cristo sufrió la pena terrible.
Rota su liga, al preso soltó;
Cristo por siempre nos salvó.

No era permitido abrir el arca para dejar a la vista las tablas de la ley, y aquellas tablas nunca fueron partidas. Estos detalles ilustran la seguridad del creyente otorgada por Aquel que cumplió las demandas de la ley y nos reviste en la justicia suya.

La vasija de oro que contenía maná era un recordatorio de de que Dios había suplido alimento a su pueblo en el desierto. Él se ocupó de los suyos en su peregrinación, aun cuando fue prolongada de dos años a cuarenta porque ellos no confiaban en su provisión que les esperaba en Canaán.

La vasija de maná se debía guardar “por vuestras generaciones” como recuerdo de lo que Dios hizo por ellos en el desierto. Su preservación fue milagrosa, ya que el maná común duraba sólo un día o dos. Dios provee para nuestras necesidades un día a la vez, pero no por esto debemos ser olvidadizos. El mensaje impartido por aquel pequeño cofre fue:

El pasado nos causa loor
y el futuro nos llama a confiar.

Sin embargo, hay más. El maná es primero y ante todo una figura de Jesucristo, quien dijo: “Yo soy en pan vivo que descendió del cielo”. Era pequeño, redondo y blanco; Él es humano, perfecto en carácter e impecable en conducta. El maná era el pan de cada día para Israel, y Cristo es el nuestro.

Al haber podido hablar, la vara de Aarón hubiera relatado una historia triste. Lo que sabemos de los acontecimientos está narrado en Números capítulo 17. Coré, Abram y Abiram deseaban ser grandes, y se rebelaron contra Moisés y Aarón. Jehová mandó que la cabeza de cada tribu trajera su vara e inscribiera su nombre en ella. Aarón representaba la tribu de Leví.

Moisés puso estos palos secos ante Jehová, delante del arca de testimonio. La mañana siguiente, la de Aarón había reverdecido; daba evidencia de vida. Esto ratificó su sacerdocio; la vida de entre la muerte es típica del sacerdocio divino. Nuestro gran sumo sacerdote, habiendo muerto, vive. Las tablas de la ley, como hemos visto, son una figura de la vida del Señor cual hombre entre hombres, mientras que esta vara es una figura de la resurrección de Cristo y su vida eterna en las alturas.

Esta vara reverdeció, floreó y dio fruto. Las Escrituras especifican tres pasos de la primera resurrección. Cristo resucitó de entre los muertos como primicia. Entonces, hay los que duermen en Cristo en este momento; su resurrección marcará el segundo paso. Finalmente, Apocalipsis 20.4 cuenta de otros que se levantarán, y el versículo siguiente afirma que “esta es la primera resurrección”.

1 Reyes 8.9 define el contenido quinientos años más tarde, cuando el arca fue colocada en el templo de Salomón. Se habían sacado las varas; estaban visibles en el lugar santo del templo, pero no fuera de él. La vasija de oro y la vara milagrosa ya no están, pero su mensaje perdura cual símbolos de las virtudes eternas.

Han terminado las peregrinaciones de Israel; el pueblo de Dios está establecido en la tierra. El templo es un tipo del reinado milenario de nuestro Señor. Las varas eran necesarias en los viajes, pero ahora reposan. No habrá necesidad de maná en aquel reino venidero; habrá Pan eterno. Ninguna vara de Aarón contará de nuestro sumo sacerdote celestial; estaremos con Él y cómo Él es.

Pero siempre contaremos con el pacto. “Para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos”, Salmo 119.89. Los cielos (la bóveda visible) y la tierra pasarán, pero la Palabra de Dios no pasará, Mateo 24.35.

Cómo fueron removidas la vasija y la vara, no sabemos. Moisés dice que estaban allí al principio, y Pablo lo confirma. Posteriormente, no estaban, y la fe acepta esto como la voluntad divina.

Significado del arca

El arca tipifica la persona del Señor Jesucristo. Habla de lo que Él es, a diferencia de otros vasos del tabernáculo que hablan de lo que hizo o está haciendo. Por esto el arca se menciona en primer lugar en las instrucciones que Dios dio a Moisés.

Pablo estaba resuelto a no saber nada entre los corintios, salvo “a Jesucristo, y a éste crucificado”, 1 Corintios 2.2. Cuando Juan vio el templo celestial, “estaba en pie un Cordero como inmolado”, Apocalipsis 5.6. Este es el mensaje del arca.

Se mencionan tres arcas en el Antiguo Testamento: una que protegía a Noé y su familia, otra que protegía al niño Moisés y ésta que guardaba tres símbolos e incorporaba el propiciatorio. El vocablo empleado en hebreo para esta tercera no es el mismo que para las otras, pero en el Nuevo Testamento se usa el mismo término, “una caja”, para la de Noé y la que nos interesa aquí.

Las primeras dos estaban calafateadas con brea y la tercera forrada con oro. Las primeras dos pasaron por las aguas del juicio. La tercera haría lo mismo cuando Israel cruzó el Jordán y entró en la tierra prometida, pero aun en el tabernáculo es una figura de Aquel que pasó por la muerte y confundió a todo enemigo. El arca de Noé y el arquilla de Moisés desaparecieron rápidamente de la historia bíblica, habiendo realizado su obra salvadora, pero la que estamos estudiando ahora se quedaría por siglos entre el pueblo de Dios y tendría una contraparte en la esfera celestial. “El templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo”, Apocalipsis 11.19. No se trata de Cristo en las aguas de la muerte (el Jordán no obstante), sino Cristo como el misterio de la piedad, manifestado en carne y recibido arriba en gloria.

Cubierta

Era tajantemente necesario para la salvación de un pecador que la ley, las tablas del pacto, estuviesen cubiertas. El pecador no podía estar en pie en la presencia de un arca destapada, y haremos referencia más delante de la muerte de cincuenta mil personas cuando un hombre tuvo la temeridad de mirar dentro del vaso sagrado. Por esto el cuidado exigido para fijar el propiciatorio al cofre, de suerte que no se separaran al ser trasladados. Esta seguridad la proporcionó la corona en derredor. La tapa ─ el propiciatorio ─ se encajaba exactamente dentro de aquel marco.

No había madera en esta tapa; sólo la Deidad representada en el oro puede cubrir y perdonar los pecados. Y, aun siendo todo de oro puro, aquel propiciatorio no cumplía su función sin ser rociado de sangre. Un arca sin un propiciatorio no hubiera dado refugio a una raza pecaminosa. “Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos”, Santiago 2.10.

Cristo es el fin de la ley para justicia; Él guardaba toda ella. Por decirlo así, Él cubría el arca de extremo a extremo.

Forma del propiciatorio

Propiciatorio ─ kapporeth en hebreo ─ quiere decir una tapa y se origina en el verbo cubrir en el sentido de calafatear. (Ya hemos mencionado que el arca de Génesis 7 y la arquilla de Éxodo 2 fueron calafateadas a prueba de agua). Figurativamente, entonces, esta palabra en su raíz expresa la idea de apaciguar, o de mostrar gracia.

Los querubines estaban frente el uno al otro, contemplando la tapa rociada con sangre. No eran apéndices, sino partes íntegras de la plancha que cubría el arca. Eran símbolos de la presencia y la gloria de Dios, proclamando que la misericordia y la verdad se encontraron, y la justicia y la paz se besaron, Salmo 85.10.

Hemos comentado ya que nuestro primer conocimiento de querubines en las Escrituras proviene de lo que leemos de la caída: “Echó fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”, Génesis 3.24. El hombre había pecado, y Dios tuvo que expulsarle en juicio. Hablando humanamente, no había retorno al disfrute de la comunión con el Hacedor.

Los querubines en el velo y sobre el arca enseñan la misma lección. Guardaban el acceso a Dios mientras el velo estaba íntegro. La ley demandaba que el ofensor fuese apartado, pero la sangre rociada prefiguraba la espada de juicio que cayó sobre el Hijo de Dios. La espada prohibía acceso al Edén, pero en el Calvario hizo posible el acceso.

Estos querubines no portaban espada, sino conocían sólo un trono de la gracia. Se ocupaban sólo de sangre. El hecho de haber dos en el lugar santísimo sugiere la idea de testimonio. Sus alas extendidas, sugerimos, trazarían una especie de círculo sobre el arca y su tapa, aunque bien entendemos que estaban fijas. Desconocemos su forma, pero es evidente de los versículos que los mencionan que tenían cara de hombre. Los dos Testamentos son como los dos querubines, uno frente el otro pero mirando en sentidos opuestos, pero con todo ellos dominaban un solo propiciatorio.

Significado del propiciatorio

La contraparte novotestamentaria del propiciatorio en Éxodo es el trono de la gracia en Hebreos 4.16. Cristo está sentado sobre este trono; Él reposa en una obra consumada, y reposa también el que alcanza misericordia y obtiene gracia allí. Es en el contexto de reposo que Hebreos hace mención de este propiciatorio, o trono de la gracia: “Queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas”, 4.9,10. El sacerdote antiguotestamentario se quedaba en pie en el desempeño de sus funciones en el lugar santo, y así el sumo sacerdote en el santísimo. El nuestro, en cambio, “habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios”, 10.11,12.

La verdad expuesta por el propiciatorio es la de Romanos 3.25: “Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre”. La palabra se encuentra tres veces en la Reina-Valera y el mismo término en griego es traducido “trono de la gracia” que hemos visto arriba. Probablemente entenderíamos mejo Hebreos 9.5 si fuese traducido, “los querubines de gloria que cubrían el trono de la gracia”. Dios envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados, 1 Juan 4.10. El amor de Dios en Cristo le condujo a ser la propiciación en su cuerpo sobre la cruz.

Las alas vigilaban el lugar de la reconciliación. Tengamos presente que proceden de vocablos muy ligados entre sí varios trozos conocidos:

  • Señor, ten compasión de mí, Mateo 16.22
  • Dios, sé propicio a mí, pecador, Lucas 18.13
  • a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe, Romanos 3.25
  • para expiar los pecados del pueblo, Hebreos 2.17
  • Seré propicio a sus injusticias, Hebreos 8.12
  • los querubines de gloria que cubrían el propiciatorio, Hebreos 9.5
  • Él es la propiciación por nuestros pecados, 1 Juan 2.2
  • envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados, 1 Juan 4.10

La reconciliación es la vista humana de la muerte de Cristo, mientras que la propiciación es la consecuencia que Dios ve en esa muerte.

La sangre tenía que ser esparcida anualmente; no en la tierra, sino una vez sobre el propiciatorio y siete veces delante de él. Se ha sugerido que una sola vez era suficiente en el ojo de Dios, pero las siete veces hacen ver al pecador que la obra era perfecta. Los querubines reposaban al nivel ─ un codo y medio ─ de la rejilla en el altar en el atrio y de la mesa en el lugar santo. De nuevo destacamos que la misericordia y la verdad de Dios se encontraron en el Calvario; la salvación, la comunión y la justificación emanan de aquel solo sacrificio. El oro de aquella tapa brillaba siempre ante Dios a la luz del Shekiná; la sangre se aplicaba una vez al año porque el pecador la requería.

Héctor Alves

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