El altar para sacrificio estaba ubicado en el atrio, frente al portón. Era la primera estación que uno encontraba al entrar, y la única que la vasta mayoría de los israelitas podrían conocer. Era aquí, al lado norte de este altar, que se preparaban los sacrificios. Miles y miles de carneros, chivos, ovejas, corderos y otros animales fueron atados a los cuernos de este mueble santo.
Los principales textos que describen este primer altar son Éxodo 27.1 al 8, 38.1 al 7 y 40.9,10. No debemos confundirlo con el altar de oro, o sea, el altar de incienso en el lugar santo.
El altar para sacrificio habla de Cristo crucificado. Es una figura de su persona bendita y su gran obra en el Calvario.
Nombres
Es el altar de cobre [bronce], 39.39, por cuanto este metal era uno de sus componentes principales. Es el altar del holocausto, 38.1, en reconocimiento de una de sus funciones; la ofrenda del holocausto ascendía a Dios desde este altar. Es el altar de Dios, Salmo 43.4: “Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría”. Sin embargo, para un pueblo desobediente era el altar de Jehová, Malaquías 2.13; ellos tuvieron que cubrirlo de lágrimas por cuanto Él ya no reconocía su ofrenda.
Era “un altar santísimo”, Éxodo 40.10, una expresión llamativa al darnos cuenta de que en el mismo párrafo Dios ya se había referido a él por otro nombre, y en el anterior Él había dicho que todos los muebles habían sido santificados.
Finalmente, es el altar, mencionado así más de una vez, y a veces con la singular distinción de “el tabernáculo y el altar”. Obsérvese la secuencia en el 40.32: entraban en el tabernáculo, se acercaban al altar, se lavaban ─ o sea, portón, altar, fuente.
Debemos comentar de paso que sobre este altar se ofrecían cinco sacrificios, todos según las reglas divinas en cuanto al animal, procedimiento y ocasión.
Había el holocausto, todo para Dios excepto la piel. Los reclamos de Dios tenían que ser satisfechos antes de y aparte de cualquier cuestión de bendición para el hombre. Cristo se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios. Había la oblación, “el presente”, que era de alimento y significa de la vida intachable de Cristo y nos hace recordar que el hombre es por naturaleza una criatura caída. Había la ofrenda de paz, la cual prefiguraba la relación entre Dios y su pueblo reconciliado, la paz hecha en el Calvario y disfrutada por el creyente.
Había también dos ofrendas o sacrificios básicos: el sacrificio por el yerro, que tenía que ver con la naturaleza pecaminosa, y el sacrificio por haber delinquido, que tenía que ver con transgresiones específicas.
En las instrucciones dadas en cuanto a las ceremonias en los primeros siete capítulos de Levítico, leemos vez tras vez acerca de los sacrificios realizados sobre este altar, la sangre esparcida en derredor de él, los animales quemados sobre él, y otras muchas actividades allí. Estimado hijo de Dios, esta es la obra del Calvario mismo. Que bajemos el rostro al recordar que “cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí”.
Ubicación
Este altar estaba “a la entrada del tabernáculo”, 40.29, es decir, delante del portón, 40.6. La misma expresión se emplea en cuanto a la fuente, “a la puerta del tabernáculo”, 40.12, pero cualquier duda sobre la ubicación de este segundo mueble se despeja al leer que estaba “entre el tabernáculo de reunión y el altar”. El hecho de que el altar haya sido puesto entre el portón y la tienda quería decir que uno tenía acceso al lugar santo tan sólo al acudir primero al altar de sacrificio. Los demás utensilios santos hubieran sido inútiles sin el altar santísimo.
En aquellos tiempos el acercamiento a Dios era sólo con sacrificio, y hoy día es así también. Sin el derramamiento de sangre, no hay remisión.
El altar era accesible: cerca de la entrada, y a nivel de la tierra. No estaba en los lugares altos, entre arboledas como los impíos altares de Baal y un Israel desobediente en generaciones posteriores. No era permitido acercarse por gradas, haciéndonos recordar que las obras de justicia y otros logros humanos no son ni necesarios ni permisibles en el acercamiento a Dios.
Si este altar hubiese estado fuera del portón, esa ubicación hubiera sugerido una salvación universal, una salvación para todos sin arrepentimiento para con Dios ni fe en el Señor Jesucristo. Uno entraba más bien por el portón en reconocimiento de que había estado afuera; adentro, encontraba el altar que le había dado acceso.
Creemos que este mueble, o estación, estaba en línea con el arca, aunque al otro extremo. La sangre sería esparcida ante y sobre el propiciatorio, un símbolo de la gran verdad que Cristo, cual sacerdote de los bienes venideros, por un tabernáculo más amplio y más perfecto, entró una vez para siempre en el lugar santo en virtud de ─o en el poder de─ su propia sangre; Hebreos 9.12. Y en las ceremonias del tabernáculo, ¿dónde se derramaba la sangre? Al altar para sacrificio. En realidad, ¿dónde se derramó la sangre salvadora? En el Calvario.
Importancia
Habiendo notado que este vaso se designa a menudo como el altar, hay poca necesidad de intentar enfatizar su importancia. Él constituía la sola y única vía de acceso a Dios; la vida de cada israelita dependía de este mueble. “La vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas”, Levítico 17.11.
El altar para sacrificio era el fundamento de toda la doctrina del tabernáculo y la adoración de la nación. Allí se manifestaba la santidad de Dios. Se requerían siete muebles, o siete estaciones de actividad sacerdotal, para presentar en figura la persona y obra del Señor. Dios instruyó a Moisés a colocarlos de tal manera que formarían una cruz; si esa cruz imaginaria fuera levantada, el altar de cobre constituiría su base.
Era el más grande de los muebles, y se ha comentado acertadamente que todos los demás hubieran cabido dentro de él. Era, por decirlo así, la sombra más larga de la Ley. La sangre estaba dondequiera sobre y en derredor de ese altar. Cada mañana, cada tarde, y en otras ocasiones, se presentaban corderos ante el altar para ser atados, degollados y consumidos. “Esto será el holocausto continuo ... a la puerta del tabernáculo de reunión, delante de Jehová”, 29.42.
Dimensiones y acceso
El altar de cobre tenía una altura de tres codos y cada costado medía cinco codos. Tres es el número de la Deidad, el Dios trino, y cinco el número de la debilidad humana atendida por la misericordia de Dios. (Por ejemplo, las cinco piedras del arroyo; los cinco pórticos de Betesda). Sobre este altar la omnipotencia y misericordia de Dios abrazaron la incapacidad humana. Su mensaje era que, cuando aún éramos débiles, Cristo a su tiempo murió por los impíos.
Por cuanto el filo superior del altar estaba a nivel, o cerca del nivel, del hombro del sacerdote, es evidente que no le era posible colocar los carneros y corderos sobre la rejilla superior con facilidad, ni atar las cuerdas sin inconveniencia. Este pensamiento se actúa por la prohibición establecida en Éxodo 20.26: “No subirás por gradas a mi altar, para que tu desnudez no se descubra junto a él”.
Una manera fácil de solucionar el problema hubiera sido el hundir el altar en un foso. No es sólo que la tradición rabina contradice esto, sino que la tipología espiritual no lo admite. Además, Levítico 9.17,22 hablan de Aarón descendiendo al haber ofrecido sacrificios matutinos “sobre el altar”. El factor determinante no era la conveniencia humana; el altar no fue hecho para acomodar a los sacerdotes. Si aprendemos este principio, ello surtirá impacto en nuestra adoración y nuestro servicio.
Probablemente había una rampa de tierra a uno o más lados del altar. Este es un caso entre muchos donde el Espíritu no explica lo que no nos hace falta saber. Una consideración práctica sería la remoción de la enorme cantidad de cenizas producidas por las bestias beneficiadas.
El altar era cuadrado; el trato de Dios es el mismo para toda la humanidad. Él empleó a cuatro evangelistas para relatarnos la historia de la cruz; ellos diferían en estilo y enfoque pero no en mensaje. Cuatro varones fueron usados para llevar el paralítico al techo de donde sería bajado a los pies de Jesús para la sanidad de su cuerpo y la salvación de su alma.
Dios no hace acepción de personas. Saulo de Tarso, el carcelero de Filipos, Nicodemo en un capítulo y la samaritana en el siguiente: tan diferente entre sí, pero todos tan parecidos. Cada cual vino al Salvador y recibió la misma salvación por esa única, gran provisión hecha sobre el altar del Calvario.
Materiales
Este altar se hizo de acacia, una madera muy diferente a la acacia americana. Era una de las pocas especies disponibles en el Sinaí y adecuada para producir las tablas que el tabernáculo requería. El desierto del Sinaí tiene colinas, pastos y grandes extensiones rocosas. La madera de acacia es blanca, algo dura y de buena veta. Su característica sobresaliente es la durabi-lidad; la ha provisto de la naturaleza con una pronunciada resistencia al deterioro.
Hemos comentado ya que es una figura de lo que es humano. En el altar de sacrificio la madera habla de la humanidad impecable e incorruptible del Señor Jesucristo. El Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros. La madera del tabernáculo vino del desierto, y nuestro Señor era raíz de tierra seca. Israel no veía en Él parecer ni hermosura. La incredulidad se burla de un cajón de madera que contenía un fuego continuo, pero Dios mandó a hacer semejante cosa y en todos los años de uso el altar no se desintegró.
El Salvador no tomó la naturaleza de ángeles, sino la simiente de Abraham; Él fue hecho en semejanza de carne. Su lenguaje fue: “Me has preparado cuerpo”. Esta es la realidad detrás de la madera de acacia; grande es el misterio de la piedad, Dios fue manifestado en carne.
El segundo material era el cobre. Es un tipo del juicio de Dios sobre el pecado, y a menudo el predicador del Evangelio cuenta de la serpiente de bronce en el asta. El cobre tiene gran resistencia al calor, fundiéndose a los 1083 grados. El forro de cobre que cubrió todo el altar nos recuerda de los padecimientos de Cristo bajo el juicio divino.
En el lenguaje de otro tipo del Antiguo Testamento, Él ardía pero no fue consumido. No podemos estimar la intensidad del sufrimiento de Cristo. Por horribles que habrán sido la vara, el látigo, los espinos, etc., fueron sólo los instrumentos usados por los hombres; no son de compararse con el bautismo de fuego que fue la ira de Dios sobre el que era sin pecado cuando llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero.
En el lenguaje de Lamentaciones 1, fuego fue enviado desde lo alto que consumió sus huesos. El cuerpo que Dios le preparó fue desfigurado, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres. Su alma fue hecha ofrenda por el pecado. Tal vez una de las descripciones más claras del Calvario no está en los Evangelios sino en Levítico 6.9: “El holocausto estará sobre el fuego encendido sobre el altar toda la noche, hasta la mañana; el fuego del altar arderá en él”.
Rejilla
El fuego no estaba sobre el altar sino en el altar. Dios prendió aquella llama: “Salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto”, Levítico 9.24. Hemos llegado a un punto importante; la sustitución, el perdón y la expiación encuentran un lugar aquí.
El enrejado de cobre llamado la rejilla tenía que llegar [estar] “hasta la mitad del altar” ─ o sea, entendemos que estaba puesta horizontalmente a codo y medio de altura. No estaba en el fondo ni a la superficie. Cualquiera la forma de la rejilla, Dios quiere que tomemos nota de su altura. Y fue sobre la rejilla que ardía la llama.
[No todo el mundo está de acuerdo con que era horizontal. Por ejemplo, un escritor dice: "A la mitad de la altura, lado afuera, había un filo en derredor. En posición vertical, desde la tierra hasta este filo, había una rejilla de cobre ..."]La mesa en el lugar santo tenía una altura de codo y medio, como también la base del propiciatorio en el santísimo. Ahora, la mesa es símbolo de comunión, y el propiciatorio del amor y la misericordia de Dios; la rejilla, afuera en el atrio, es símbolo del juicio sobre el pecado. Todos tres estaban al mismo nivel. La misericordia y la verdad se encontraron en el Calvario; la justicia y la paz se besaron. Dios es reconocido justo en su palabra, y tenido por puro en su juicio. Salmo 85.10, 51.4
“De mi virtud no quiero hablar”, escribió el himnista “pues en Jesús mi todo está. Mi paz y justicia son el fruto de la redención”. La altura de la rejilla nos enseña que
- nuestra necesidad,
- el amor de Dios y
- la santidad de Dios,
quedaron todos satisfechos por el solo sacrificio por el pecado en el Calvario. Una de las verdades mayores de la Palabra de Dios debe ser aquella de Santiago 2.13: “La misericordia triunfa sobre el juicio”.
Anillos y varas
Cuatro anillos estaban fijados a la rejilla. Un anillo no tiene fin; es un símbolo de la eternidad. Hemos observado ya que el fuego no se apagaba; había una ofrenda continua. Pero, seamos claros en que el simbolismo no es el de una continua, presente ofrenda del cuerpo de Cristo, como Roma nos diría, sino un beneficio continuo y presente para el pobre pecador que acude al altar.
Somos santificados por la ofrenda del cuerpo del Señor Jesucristo hecha una vez para siempre. Bajo el régimen del Antiguo Testamento, cada sacerdote estaba día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca podían quitar los pecados. Pero Cristo, habiendo ofrecido un solo sacrificio, se ha sentado perpetuamente a la diestra de Dios. (Hebreos 10.10 al 12 como figura en algunas traducciones).
Las varas atravesaban los anillos. Estaban asociadas con la travesía por el desierto; una vez llegado el pueblo a Canaán, las varas se quedaban en su lugar pero no hacían falta para trasladar el mueble. Por fe abrazamos aquí abajo la obra hecha una sola vez para siempre. En la eternidad su efecto será el mismo, pero habremos entrado en el reposo. La enseñanza de Hebreos 4 puede ser expresada (en lo que a nosotros se refiere) como:
- hemos entrado ya en el reposo en lo que se refiere a la salvación;
- debemos entrar en el reposo aun aquí en nuestra consagración; y,
- entraremos en el reposo eterno en la consumación definitiva de la obra del Calvario.
Por el momento, las varas están puestas. Las manos de hombres se aferran a ellas, pero los anillos están fijados a la rejilla, la santidad de Dios.
Cuernos
El altar de cobre incluía cuatro cuernos, y los percibimos como figuras de cuatro grandes doctrinas relacionadas entre sí: el perdón, la redención la justificación y la paz. Cuatro es el número de la creación terrenal: cuatro estaciones del año, cuatro vientos, cuatro direcciones, etc. Los cuernos proclaman que la obra de Cristo sobre el altar de juicio divino es para el bien de la humanidad.
Estos cuernos hablan de poder y fuerza; eran esenciales para guardar el sacrificio en su lugar, como nos hace recordar el clamor de Salmo 118.27: “Atad víctimas con cuerdas a los cuernos del altar”. No hay por qué pensar que la víctima viva quedaba expuesta directamente al fuego, cosa que dejaría en mente la idea de un sacrificio involuntario. El animal era atado y luego sacrificado.
El evangelio se extiende a los cuatro rincones de la tierra, como decimos. En lenguaje de Pentecostés, es para los partos, medos, elamitas, etc., aun cuando cada cual tiene su propio idioma.
Señor Jesús, tomaste mi lugar,
cual víctima ligada al altar.
Su fuego conseguiste Tú apagar,
Señor, por mí, por mí.
Adonías temía a Salomón y se asió de los cuernos del altar. Fue preservado. Joab perseguía a este mismo; él también “huyó al tabernáculo de Jehová y se asió de los cuernos del altar”. Pereció por órdenes del rey, 1 Reyes 1.50, 2.28. Las historias de estos dos varones nos permiten concluir que el primero es una ilustración de la salvación en el presente día de la gracia, pero el postrero una ilustración de clamar en vano en el tiempo del gran engaño; “… todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia".
Cenizas
El sacerdote “quitará el buche y las plumas [del ave para holocausto], la cual echará junto al altar, hacia el oriente, en el lugar de las cenizas”. Y “después se quitará sus vestiduras y se pondrá otras ropas, y sacará las cenizas fuera del campamento a un lugar limpio”, Levítico 1.16, 6.11.
Las cenizas son evidencia de que se ha consumido el sacrificio. La justicia y la santidad han sido satisfechas en la víctima. El sol naciente que brilla sobre la evidencia al lado del altar, visible desde el portón, permitiría la rogativa de David: “Haga memoria de todos tus presentes, y reduzca a cenizas tu holocausto” (Salmo 20.3 - RV1909).
Las cenizas no son una parte insignificante de las ofrendas, sino más bien una parte integral de los procedimientos levíticos. Hebreos 9 habla de “la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos”, todo lo cual santificaba para la purificación de la carne en el régimen antiguo. Esta referencia a la ceremonia de la novilla ─ la vaca alazana, de pelo rojo rojizo ─ en Números 19 es un elocuente tipo de Aquel que se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, purgando nuestra conciencia de obras muertas y capacitándonos para servir al Dios vivo. Un hombre limpio debía recoger las cenizas de la novilla y ponerlas fuera del campamento en un lugar limpio. Al determinar que una persona estaba inmunda, se aplicaban estas cenizas con agua derramada de una vasija.
Las cenizas manifestaban que la obra había sido realizada. Siglos más tarde, la tumba nueva de José contaría su historia: la obra había sido realizada y el cuerpo inánime puesto aparte hasta la mañana de la resurrección. “Consumado es”.
Nuestro gran sumo sacerdote ha cambiado sus ropas. Las “cenizas” ya no están en la tumba, sino que han sido puestas al lado del altar, lejos en un lugar más limpio. Nuestra cabeza está en los cielos y nosotros pronto vamos a estar.
Paño
No les era permitido a los hijos de Coat mover el altar hasta que Aarón y sus hijos hubiesen realizado su ministerio santo. Ellos “quitarán la ceniza del altar, y extenderán sobre él un paño de púrpura”, Números 4.13. “Entonces ellos envolverán todos los utensilios: los platos, garifos, brazeros y tazones. Y extenderán sobre él la cubierta de pieles de tajones, y le pondrán además las varas”.
Hay en el altar una dignidad y gloria que el alma renacida no puede dejar de percibir. El hombre le dio al Señor una cruz, pero el Padre le dio un trono. Isaías 52 termina destacando grados de su exaltación: prosperado, engrandecido, exaltado y puesto muy en alto.
El fuego no se apagaba. La santidad de Dios estaba simbolizada en aquella llama, aunque Nadad y Abiú negaron reconocer tal cosa. Salió fuego de delante de Jehová y los quemó, Levítico 10.2.
Al terminar esta entrega, observemos reverentemente que el fuego consumía el sacrificio bajo el primer pacto, pero nunca consumió a Cristo bajo el pacto nuevo. Él pasó por la muerte y confundió gloriosamente a todo opositor.
Héctor Alves
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