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A medida que nos acercamos por los atrios hacia el santuario del templo nos impresionaría la grandeza exterior del templo. Al entrar en el lugar santo y el lugar santísimo nos impresionaría la belleza interior del templo. Estos dos temas ocuparán nuestros próximos dos estudios sobre el templo de Salomón.
La grandeza exterior se ve reflejada en tres elementos ubicados en el atrio interior: el altar de bronce, el mar de bronce y dos enormes columnas de bronce al frente del templo. En el atrio también se encontraban 10 basas de bronce (una especie de carro) sobre las cuales estaban 10 fuentes de bronce cuya función era tener el agua para el lavamiento de las ofrendas. Con esta mención dejaremos las basas y sus detalles para otra ocasión y nos ocuparemos en aquello que destacaba por su tamaño.
El Altar de Bronce
El altar de bronce no se menciona en el libro de reyes, pero sí en el libro de Crónicas. “Hizo además un altar de bronce de veinte codos de longitud, veinte codos de anchura, y diez codos de altura” (2 Crónicas 4:1). El altar era muy parecido al altar del tabernáculo en su material y forma, con la diferencia que era cuatro veces más grande.
Un codo es aproximadamente 45 centímetros. Entonces las dimensiones del altar eran de 9x9x4.5 metros.
El altar está asociado a los sacrificios y, por lo tanto, a la muerte de Cristo en la cruz. El bronce, mencionado en las puertas de los atrios, nos habla de la justicia divina.
Los primeros capítulos de Romanos nos hablan sobre la justicia de Dios, comenzando con Romanos 1:17, “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”. A partir de allí, el apóstol Pablo va a desarrollar su explicación sobre la justificación. Comienza con la ira de Dios que se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia. El pecado del ser humano ha producido el enojo de Dios y la necesidad del castigo para que su justicia se cumpla. Sin ninguna diferencia, como luego lo va a explicar en el capítulo 3 y el versículo 19: “sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios”.
La única solución para el problema del pecado fue mediante la muerte de una víctima justa e inocente. Durante el templo, esta víctima era ofrecida sobre el altar, sin embargo, nos llevaba a pensar en el sacrificio de Cristo, el Justo, sobre la cruz para llevar nuestros pecados. “Pero, ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en Él” (Romanos 3:20-21). La verdad de la sustitución también lo confirma el apóstol Pedro cuando dice: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18).
Una característica del altar es que ocupaba la misma área del lugar santísimo. Ambos eran de 20 codos por 20 codos. Esto nos hace pensar que este altar llenaba plenamente el lugar de la misma presencia de Dios. Así fue con el sacrificio de Cristo, que satisfizo plenamente el corazón de Dios.
El único camino para llegar a Dios era pasando primero por el altar del sacrificio, lo que nos habla que el camino de la salvación es a través de la obra de Cristo en la cruz y la fe que el pecador pone en Él.
Al momento de la dedicación del templo Salomón tuvo que dedicar el atrio central y ofrecer los sacrificios allí “por cuanto el altar de bronce que estaba delante de Jehová era pequeño” (1 Reyes 8:65). A pesar de lo grande de este altar no era lo suficientemente grande para los sacrificios de todos. Esto nos lleva a la realidad de que estos sacrificios nunca iban a ser suficientes. Así lo dice Hebreos 10:4 “porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados”. Por muchos sacrificios que se ofrecieran allí nunca iban a ser suficientes para la salvación del pecador, en cambio se nos dice de Cristo que “habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios... porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:12,14). Como dice el himno:
Ni sangre hay, ni altar; cesó la ofrenda ya;
no sube llama ni humo hoy, ni más cordero habrá.
Empero ¡he aquí la sangre de Jesús,
que quita la maldad y al hombre da salud!
El Mar de Bronce
Las características de este mar se nos dan en 2 Crónicas 4:2-5: “También hizo un mar de fundición, el cual tenía diez codos de un borde al otro, enteramente redondo; su altura era de cinco codos, y un cordón de treinta codos de largo lo ceñía alrededor. Y debajo del mar había figuras de calabazas que lo circundaban... Estaba asentado sobre doce bueyes... Y le cabían tres mil batos”.
En el tabernáculo había una fuente, en el templo había un mar. Las funciones son muy similares, por lo que la diferencia en el nombre viene del tamaño de cada uno. El mar de bronce era de 10 codos de diámetro (4.5 metros) y cabían 3000 batos (aprox. 66,000 litros). De acuerdo con 1 Reyes, este mar solamente se llenaba con 2000 batos (aprox. 44,000 litros).
El mar era para lavarse los sacerdotes para su ministerio en el templo. Era imprescindible que para el servicio en la casa de Dios los sacerdotes estuvieran limpios. “La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre” (Salmo 93:5).
El agua nos hace pensar en la Palabra de Dios y su capacidad para guardarnos limpios de maldad. Dice el Salmo 119:9 “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra”. Esto por supuesto es para el que ya es salvo y tiene sus pecados perdonados. Es por la sangre de Cristo que una persona puede tener la limpieza de sus pecados, como lo dice claramente 1 Juan 1:7, “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.
El Señor Jesús enseñó en Juan capítulo 13 que “el que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio”. Con esto daba a entender que uno que ya es salvo ya tiene la limpieza completa de sus pecados por la sangre de Cristo, sin embargo, en nuestro andar diario necesitamos la Palabra de Dios que nos guíe en el camino para mantenernos separados del mundo y limpios en nuestro servicio para Dios.
Este mar almacenaba una gran cantidad de agua, había abundante recurso para todos los sacerdotes. Así es la Palabra de Dios para nosotros, es una fuente abundante para ayudarnos en nuestro andar y ante cualquier situación que se nos presente. Qué importante que cada creyente diga como el salmista “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmo 119:11). ¿Cuál es el secreto de aquel hombre bienaventurado del Salmo 1 que no participa en el pecado de quienes le rodean? Precisamente que “en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche” (Salmo 1:2).
Las Columnas de Bronce
Dos grandes columnas fueron colocadas en la entrada, frente al pórtico del templo. Estas no eran columnas para sostener nada en la estructura que Salomón construyó, sino más bien eran para ornamento y de gran importancia simbólica.
Están descritas en 1 Reyes 7:15-16, “Y vació dos columnas de bronce; la altura de cada una era de dieciocho codos... Estas columnas erigió en el pórtico del templo; y cuando hubo alzado la columna del lado derecho, le puso por nombre Jaquín, y alzando la columna del lado izquierdo, llamó su nombre Boaz”. En Jeremías capítulo 52 también se nos dice que estas columnas eran huecas.
En el Nuevo Testamento también encontramos las columnas utilizadas de manera simbólica. El apóstol Pablo lo usa con relación a Jacobo, Cefas y Juan que eran “considerados como columnas” (Gálatas 2:9) debido a la responsabilidad que tenían en la iglesia de conservar y obedecer la doctrina dada por Dios.
La destrucción de las columnas está relacionada con una ruina muy grande. Cuando Sansón fue traído a los filisteos, después de haber quedado ciego, él pidió al que lo guiaba que le hiciera tocar las columnas de la casa. Al tumbar las columnas todo se vino abajo. Sansón lo hizo por una buena causa, pero el enemigo hace lo mismo, atacando a quienes tienen responsabilidad en la asamblea para destruir el testimonio de Dios. Quienes llevan liderazgo son blanco seguro de los ataques del enemigo, así que debemos orar por ellos. El apóstol Pablo mismo reconocía su vulnerabilidad cuando dice “no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27), y por eso él exhorta en 1 Tesalonicenses 5:25: “Hermanos, orad por nosotros”.
También la columna es utilizada de forma colectiva para todos los que conforman “la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15). En un mundo que se aleja cada vez más de Dios y cuestiona los principios y enseñanzas divinas, debemos sostener en alto la verdad de la Palabra de Dios, en nuestra predicación y también en nuestro testimonio al mundo.
Miguel Mosquera
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