Eran las 4:50 de la madrugada del 26 de mayo de 2013, Harrison Okene estaba en el baño de un barco remolcador preparándose para su jornada de trabajo como cocinero. En el vaivén del mar Okene empezó a sentir que el barco se estaba inclinando mucho hacia un lado y pronto se dio cuenta que el barco se estaba hundiendo. Como pudo salió del baño y llegó hasta una cabina del barco donde se sintió seguro mientras el agua rápidamente entraba por todo el barco, pero en la cabina se formó una burbuja de aire (algo así como cuando sumerges rápidamente un vaso volteado en el agua) que le permitió sobrevivir por más de 60 horas, dentro del barco, a unos 30 metros de profundidad. A medida que pasaban las horas Okene perdía cada vez más las esperanzas, el agua estaba muy fría y de repente comenzó a escuchar el ruido de los peces peleándose por algo grande, seguramente los cuerpos de sus compañeros. No había manera de salir de allí a menos que alguien lo rescatara.
Es una sensación muy desesperante estar en una situación similar. Pero quizás sería más trágico pensar que Okene no se hubiese dado cuenta de la condición en que estaba. Es que muchas personas están en el mundo sin darse cuenta de la condición que se encuentran delante de Dios. Viven tranquilos sin preocuparse de sus pecados y del juicio venidero por causa de ellos. La Biblia dice claramente: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno… Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios… Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. (Romanos 3:10-12, 19, 22-23). Esto te incluye a ti.
Okene vio luces. Esos no eran peces, ¡eran buzos! Comenzó a golpear las paredes pero nadie lo escuchaba. De pronto las luces se veían muy cerca y pudo ver a uno de los buzos así que lleno de valor salió a encontrarle. Aquel hombre era parte de un equipo de buzos que habían bajado al barco para rescatar los cuerpos de los tripulantes. Después de 3 días ya no había razón para pensar que encontrarían un sobreviviente. Ya habían sacado 10 cuerpos, y el buzo, con sus luces, pudo ver una mano que se acercaba. Cuando fue a agarrar la mano, la mano lo agarró a él. Inmediatamente grito: “Hay un sobreviviente… ¡Está vivo!”. Era la mano de Okene que en su último intento salió a encontrarse con los buzos. Aquellos hombres sacaron a Okene sano y salvo a la superficie como uno que vuelve de la muerte.
Es obvio que Okene no se podía salvar a sí mismo. Los buzos descendieron a buscarle, le encontraron y le rescataron. Mi apreciado lector, hemos procurado enfatizar la condición en la que te encuentras delante de Dios. Pero solo no te puedes salvar. Cristo descendió del cielo a la tierra para buscarte. Jesús dijo “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Salvarte significó para Él morir en la cruz por tus pecados. Llevar el castigo de Dios y el juicio que tu merecías, pero lo hizo porque te ama. Él te busca, si quieres ser salvo has como Okene, agarra su mano para que te salve. ¿Cómo es esto? Arrepintiéndote de tus pecados y aceptando la obra que Cristo hizo en la cruz como suficiente para salvarte. Cristo mismo te da la seguridad, Él dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
Miguel Mosquera