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Hay un gran contraste presentado en la Palabra de Dios que es la carne y el Espíritu. Gálatas capítulo 5 y Romanos capítulo 8 son principalmente los que nos hablan de este gran contraste, y no solamente son opuestas, sino que se oponen entre sí.
La carne y el Espíritu
Podríamos imaginarnos que el fruto del Espíritu sería como un árbol nuevo que ha sido plantado en el momento de nuestra conversión. El fruto de este árbol es producido por el Espíritu Santo que mora en nosotros y tiene, por decirlo así, nueve sabores: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.
La carne, en cambio, es como la hierba, o monte. Crece sola, está allí, ahoga la buena planta y roba los nutrientes para que no crezca como queremos. La hierba tenemos que arrancarla de raíz. Sabemos que si nos descuidamos va a regresar, siempre estará latente la hierba para crecer. Nos damos cuenta también, que es mucho más fácil arrancar la hierba cuando apenas está saliendo que cuando ya se ha hecho grande y fuerte. Por lo que las Escrituras nos exhortan a “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros”, y también “no satisfagáis los deseos de la carne” (Colosenses 3:5; Gálatas 5:16).
El Espíritu que mora en nosotros
En este estudio nos enfocaremos en hablar sobre lo que Gálatas nos dice sobre el fruto del Espíritu. Cuando estábamos sin Cristo no había vida en nosotros, sino que “estábamos muertos en nuestros delitos y pecados”. Es por el Espíritu que tenemos vida y, por lo tanto, la capacidad nos ha sido dada de agradar y glorificar a Dios por el Espíritu que está en nosotros.
Además de enseñarnos sobre el fruto del Espíritu, el capítulo 5 nos va a decir varias cosas sobre el Espíritu que queremos mencionar:
Andar en el Espíritu y ser guiados por el Espíritu
Estos dos verbos tienen mucha relación entre sí. El Espíritu Santo marca el camino por el que debemos andar, y como hijos de Dios en obediencia debemos andar por ese camino. No está de nuestra parte cuestionar el camino del Espíritu para establecer el que a nosotros nos parece mejor vivir.
El propósito del Espíritu siempre será que andemos conforme a la voluntad de Dios. Él nos ayudará a conocer su voluntad a través de su Palabra. Por lo que debe haber la disposición nuestra a rendir nuestra voluntad y dejar que sea Él quien tome el control.
El Fruto del Espíritu
En primer lugar, hacemos énfasis que no son ‘los frutos’ sino ‘el fruto’ del Espíritu. No es plural sino singular, ya que hay una unidad en todas estas características mencionadas las cuales el Espíritu Santo está produciendo en nosotros con el fin de que nos parezcamos más a Cristo.
Veamos un poco más sobre estas características:
Amor
Este es el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. Hemos conocido el amor porque Dios nos amó primero y, ahora, podemos reflejar ese amor a otros. El Señor Jesucristo dijo a sus discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). ¿Qué tiene de nuevo este mandamiento? Ya se había dicho antiguamente que: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Lo diferente ahora es que Cristo no nos está diciendo que amemos como a nosotros mismos, sino que amemos como Cristo nos ha amado. Sin duda que el amor de Cristo es muy superior incluso al amor que nos tenemos a nosotros mismos.
Debe ser un amor incondicional y sacrificial. Como lo enseña 1 Juan 3:16 “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”.
Gozo
El hermano Jack Hunter en su comentario sobre Gálatas nos dice que el gozo es “Es un profundo contentamiento y deleite en los caminos de Dios, y su posesión nos capacita para aceptar diferentes formas de pruebas en la vida”.
Es debido a que somos hijos de Dios, y por medio de nuestra relación con El que podemos tener gozo a pesar de las circunstancias que nos rodean. “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4)
Paz
Esto tiene que ver con la paz de Dios que hay en nosotros. Viene dada a través de un descanso pleno en el control de Dios sobre todas las cosas. Dios es el ‘Dios de paz’, Aquel que es la fuente de esta tranquilidad y quien sostiene todas las cosas.
Paciencia
La paciencia en este caso tiene que ver más con el soportar o refrenarse ante una provocación. Esta provocación puede venir dada de parte de otra persona o también por medio de circunstancias que, de no ser por la ayuda del Espíritu, podría conducir a una reacción carnal de parte nuestra. El antónimo sería el enojo y la venganza.
Benignidad
Es la amabilidad que debemos mostrar por otros, sintiendo compasión hacia nuestro prójimo. Era una característica que vemos constantemente en el Señor Jesucristo en su trato con otras personas.
Bondad
Está relacionado con lo que es bueno y agradable delante de Dios. Dios es bueno, y nuestras acciones deben ser realizadas para la gloria de Dios y con el fin de obtener su aprobación. Recordemos que “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).
Fe
Nuestra tendencia es dudar de Dios, por lo que esta fe puede tener que ver con una plena confianza en la Palabra y las promesas de Dios hacia nosotros. Otros opinan que esta palabra tiene que ver con nuestra fidelidad a Dios o la confianza que podemos tener en otros o que otros pueden tener en nosotros.
Mansedumbre
Esto es lo contrario a la arrogancia. Está asociado a la humildad, como lo dijo el Señor: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:28). Se nos dice también que “Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12:3). En medio de la crítica Moisés mostró un espíritu humilde y sumiso, dejando que fuera Dios quien interviniera a favor de él.
Templanza
Normalmente es definido como el ‘autocontrol’. Es claro que si algo está bajo el control de mi propia fuerza no tiene ninguna garantía, por lo que la templanza debe reflejar que estamos bajo el control del Espíritu Santo. Pero esto implica que es nuestra responsabilidad la de otorgarle a él el control.
El gran anhelo del apóstol Pablo para los Gálatas era: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. En Cristo todas estas características se manifestaban al 100% y en perfecta unidad y armonía, por lo que Pablo nos enseña: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1).
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