… estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor… prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús… de donde también esperamos al Salvador, al Señor JesucristoFilipenses 3:8,14,20
Antes de ser salvo, Pablo estaba centrado en sí mismo. Su ambición era ser el mejor. Pablo visualizaba en su mente la meta de su vida: un Pablo grande y reconocido. Su trasfondo le favorecía, su educación era destacada, y todo iba a su favor en lo que tiene que ver con este mundo. Pero todo se desvaneció cuando conoció a Cristo, resucitado y glorificado. Su meta cambió, sus objetivos vinieron a ser otros y su mayor deseo ahora era conocer más a Aquel que le había amado y salvado. ¿No ha sido así en nuestra vida? Esta debería ser la realidad de cada verdadero creyente.
Toda su vida, propósitos, actividades, pensamientos giraban ahora en torno a Cristo. El pasado era basura para él, las ambiciones terrenales no tenían ningún valor y lo más importante era seguir a su Señor. El reconocimiento del mundo no importaba, ahora era el reconocimiento y la recompensa de Cristo la que le motivaba.
Su gran anhelo era el encuentro con su Salvador, el Señor Jesucristo. Esto le movía cada día, Cristo le impulsaba a avanzar.
¿Es Cristo mi motivación y mi meta?
Seguid al Maestro sin titubear;
sus órdenes todas cumplid sin tardar.
Estemos alerta, cual hijos de luz,
y grande victoria daranos Jesús.
Miguel Mosquera
Comparte este artículo