Cuando David comenzó su reinado y tuvo reposo de sus enemigos tuvo el sincero deseo de construir una casa para Dios. Era un buen deseo, Dios le dijo a David “bien has hecho en haber tenido esto en tu corazón”, pero luego le dijo, “tú no edificarás la casa” (2 Crónicas 6:8). A pesar de tener un buen deseo, Dios le dijo a David que él no sería quien edificara la casa de Dios. Aprendemos de David que él no guardó resentimiento ni amargura por no haber obtenido lo que quería, sino que adoró a Dios aceptando Su perfecta voluntad.

David tenía mucho ánimo en hacer algo para Dios. Esto estaba bien. ¡Qué bueno e importante es que haya el ánimo voluntario de servir a Dios! Al Señor le agrada que venga también de un corazón agradecido y lleno de amor al Él. Es necesario que nos mantengamos ocupados en el servicio del Señor.

Sin embargo, había algo más que David necesitaba saber. No era solamente lo que él quería hacer para Dios, sino lo que Dios estaba haciendo para él. David quería construir una casa para Dios, pero Dios le dijo que Él era quien le construiría una casa para David. Establecería un pacto con él y su descendencia para que se sentaran siempre sobre el trono de Israel. Dios estaba obrando a favor de David.

Esto nos hace recordar las palabras del apóstol a los filipenses, “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). Nuestra vida cristiana no se trata solamente de lo que estamos haciendo para Dios, sino de lo que Él está haciendo para (y en) nosotros. Dios está trabajando en nuestras vidas. Cada evento, situación o prueba que encontramos en nuestro camino, el Señor lo está usando para llevar a cabo su propósito: formar la imagen de su Hijo en nosotros. Él quiere hacernos cada vez más como Cristo. Sólo así nuestras vidas podrán ser para la gloria de Él.

Miguel Mosquera