...y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazarenoMateo 2:23
Cuando Dios se manifestó en carne no vino para morar entre los grandes de la tierra. Se estaba humillando al dejar las glorias celestiales y venir a la tierra, sin embargo, fue más allá. No vivió en Roma, la capital del imperio romano. Tampoco en Jerusalén, donde se encontraban los rabinos y religiosos reconocidos. Habitó en Nazaret, una ciudad menospreciada entre el pueblo de Israel.
Por ser Jesús de Galilea, era despreciado por los de Judea. Los grandes maestros y escribas venían de la región de Judea, y los de Galilea eran, por lo general, una población sin mucho estudio y preparación. Dentro de la región misma de Galilea despreciaban a los de Nazaret. Natanael, quien era galileo, dijo: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Juan 1:47). De todos los pueblos con los que pudo haberse identificado el Hijo de Dios, Nazaret era el de menos prestigio.
Ahora, nos imaginamos que los de Nazaret estarían orgullosos de su propia gente. Tampoco. Cuando el Señor se levantó en la sinagoga en Nazaret, al comienzo de su ministerio, dice que los hombres “levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte... para despeñarle” (Lucas 4:29). Fue rechazado en su mismo pueblo.
El título que colocaron sobre la cruz fue: “Jesús nazareno, rey de los judíos” (Juan 19:19). Todo esto era para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: “Despreciado y desechado entre los hombres” (Isaías 53:3). Cristo sabe lo que es ser rechazado y se muestra compasivo y condescendiente con aquellos que experimentan lo mismo.
Él no rechazará a nadie que acude a Él buscando salvación, como dijo: “al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). En cuanto al creyente, Cristo espera que nos acerquemos a Él con nuestro rechazo, soledad, cargas y problemas. Nadie puede comprender y relacionarse más con nosotros en nuestras debilidades y dificultades que nuestro Señor Jesucristo.
Miguel Mosquera
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