Y él la reconoció, y dijo: La túnica de mi hijo es; alguna mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado… y viendo Jacob los carros que José enviaba para llevarlo, su espíritu revivió. Entonces dijo Israel: Basta; José mi hijo vive todavía; iré, y le veréGénesis 37:33; 45:27-28
Para encubrir lo que habían hecho los hermanos de José tomaron la túnica de colores y la empaparon de la sangre de un cabrito. Se la entregaron a Jacob y solamente dijeron, «encontramos esto». No hacía falta dar más ninguna explicación. Era obvio lo que Jacob pensaría: José había muerto. El amor tan grande que Jacob tenía por José lo podemos ver en la reacción de Jacob ante la noticia. Rasgó sus vestidos, puso cilicio sobre sus lomos y estuvo de duelo muchos días. Nada ni nadie podía consolar el corazón quebrantado de este padre. No podríamos medir la magnitud del dolor de Jacob ante la noticia de la aparente muerte de su hijo.
Esto nos lleva a pensar en la muerte del Hijo Amado de Dios. La misma ciudad estaba conmocionada, porque aquellos caminantes a Emaús dijeron: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?» (Lucas 24:18). Esto no era una «muerte aparente», ni una mentira inventada por los judíos. Era la realidad del sacrificio de Cristo en la cruenta cruz, del trato cruel y salvaje que los hombres le dieron al bendito Hijo de Dios, del justo juicio de Dios por el pecado. Pedro al predicar en Jerusalén en el día de Pentecostés, dijo «ustedes Lo clavaron en una cruz por manos de impíos y Lo mataron» (Hechos 2:23 NBLH). Cristo murió.
Pasaron más de veinte años hasta que Jacob con gran gozo dijo «José mi hijo vive todavía». Su espíritu revivió. Por tanto tiempo había creído a su hijo muerto. Igualmente nos hace pensar en el Señor Jesucristo. No pasaron años, sino tres días. Pedro también dijo: «Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella» (Hechos 2:24). No era posible que quedara en la tumba. Los ángeles dijeron: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado» (Lucas 24:5-6). «yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos (Apocalipsis 1:17-18). ¡Qué gran noticia!