Y el Espíritu de Jehová vino sobre él, y juzgó a Israel, y salió a batalla, y Jehová entregó en su mano a Cusan-risataim rey de Siria, y prevaleció su mano contra Cusan-risataimJueces 3:10
El primer enemigo fue un rey llamado Cusán-risataim, que significa “doblemente inicuo”. Su nombre describe su carácter: un rey despiadado, cruel, opresor, engañador y violento. No es difícil entender de quién nos habla este temible rey: es una figura del diablo.
Satanás es el adversario, el acusador, mentiroso desde el principio y padre de mentira. Es cruel, destructor y opresor. Nada bueno sale de él y todas sus maquinaciones son para mal. El apóstol Pedro dice que “vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Él no puede arrebatar la salvación al creyente, pero sí puede amedrentarlo e inutilizarlo con el fin de que el creyente no preste ningún servicio a Dios.
Es imposible enfrentar al diablo a no ser por el Espíritu de Dios. Es por eso que Juan nos recuerda que “mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). Si bien algunos lo aplican al Señor Jesucristo, por el contexto es más probable que se refiera al Espíritu Santo que mora en el creyente.
El diablo no se puede destruir, pero se debe resistir. Eso fue lo que hizo Otoniel, resistió a Cusan-risataim hasta que prevaleció su mano sobre él. La manera de vencer al diablo nos la da Santiago 4:7 – “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”.
Si cualquier enemigo me asalta,
si en mar embravecido el barco va,
si mi esperanza o mi coraje falta,
por gracia, oh Salvador, conmigo está.
Conmigo está; preciso tu poder,
pues Satanás quisiérame vencer.
Conmigo está en sombra y clara luz;
en vida y muerte, ¡oh! conmigo está.
Miguel Mosquera
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