Imaginemos que estamos frente a la corte de Dios. Dios es el Juez de toda la tierra y frente a él están todos los seres humanos.
Se pueden ver tres grupos de personas:
El Grupo No 1: Pagano
Este grupo practica el pecado abiertamente y sin vergüenza. Es descrito en Romanos capítulo 1 de la siguiente manera:
“Aunque conocían a Dios, no lo honraron como a Dios ni le dieron gracias… Profesando ser sabios, se volvieron necios… deshonraron entre sí sus propios cuerpos… cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador” (Romanos 1:21-22,24-25).
Para ser más específicos:
“Están llenos de toda injusticia, maldad, avaricia y malicia, llenos de envidia, homicidios, pleitos, engaños, y malignidad. Son chismosos… soberbios… inventores de lo malo, desobedientes a los padres” (Romanos 1:29-30).
Grupo No 2: “Honrado”
Este grupo no vive desenfrenadamente en el pecado, sino que más bien se consideran a sí mismos “personas honestas y de integridad” y, por lo tanto, juzgan a los demás de ser peores. Sin embargo, el Juez es justo, por lo que dice: “Por lo cual no tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas, pues al juzgar a otro, a ti mismo te condenas, porque tú que juzgas practicas las mismas cosas” (Romanos 2:1).
Entonces, este grupo, aunque no son tan malos como los primeros también practicas algunas de estas cosas, aunque en menor grado, pero igual lo hacen.
Grupo No 3: Religioso
Este tercer grupo tiene mucho conocimiento de Dios, pero no hay nada que pueda esconderse de la presencia del Juez, ya que “todas las cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).
Así que, a ellos el Juez dice, “te apoyas en la ley; que te glorías en Dios y conoces Su voluntad… Tú que predicas que no se debe robar, ¿robas? Tú que dices que no se debe cometer adulterio, ¿adulteras?” (Romanos 2:17-18,21-22).
De manera que basado en su perfecta justicia el Juez tiene que declarar que los tres grupos, aunque diferentes uno de otro, todos son culpables. “No hay distinción, por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios” (Romanos 3:22-23).
Dios es justo, por lo que no puede pasar por alto el pecado. De quedarse así, como lo hemos visto, no habría ninguna posibilidad más que el castigo para todos.
La Justificación
La justificación significa “ser declarado justo”. Muchos piensan que la manera de lograr esto es poniendo excusas delante de Dios para tratar de “justificar sus acciones, palabras y decisiones”. Esto no sirve porque a Dios no se le puede engañar.
La Biblia es clara que “Dios es el que justifica” (Romanos 8:33). No lo puede hacer a costa de su justicia, alguien tiene que llevar el castigo que corresponde al pecador.
Hay uno que llevó el castigo de nuestros pecados: Jesús, el Hijo de Dios. Siendo perfecto y sin pecado quiso, voluntariamente, llevar nuestro castigo al morir en la cruz del Calvario, como dice Isaías 53:5, “el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. Cristo lo hizo por amor a nosotros.
Ninguna obra que hagamos podrá contrarrestar los pecados que hemos cometido. “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28).
Es gratis, no hay que pagar nada. Dios justifica o establece a la persona como justa al que pone su fe en Jesucristo como su Salvador, librándole de culpa. La persona justificada es “justa” a los ojos de Dios. Por eso dice Romanos 5:1, “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
El momento de poner la fe en Cristo es ahora, ya que ninguna persona podrá ser justificada delante del trono de Dios en el juicio final. En ese momento el Juez dirá: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:23).
La Justificación es irrevocable
Una vez que alguien ha sido justificado, o declarado justo, por la fe en Jesucristo, esta justicia no puede ser revocada. Así lo garantiza Dios al decir: “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:34).
Miguel Mosquera
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