Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, en la hermosura de la santidadSalmo 110:3
Dios no se va a impresionar por cómo me veo físicamente, no importa cuánto empeño le ponga a mi cuerpo. Dios ve el corazón. Él se deleita en el carácter íntegro de una persona, en su devoción a Él. Tres veces en los salmos (Salmo 29:2; 96:9; 110:3) veremos esta expresión «en la hermosura de la santidad», y en todas está relacionada con la adoración. La santidad es algo que trae placer al corazón de Dios. Él ve esto hermoso.
La santidad caracterizó la vida del Señor Jesucristo. Desde su nacimiento se dijo de Él: «el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios» (Lucas 1:35). Los demonios le reconocían también: «¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios» (Marcos 1:24).
La santidad es algo que trae placer al corazón de Dios. Él ve esto hermoso.El apóstol Pedro, quien estuvo con el Señor durante todo su ministerio, dijo al pueblo de Israel «vosotros negasteis al Santo y al Justo» (Hechos 3:14) y también habló del cumplimiento de la profecía en cuanto a la resurrección del Señor, diciendo «Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción» (Hechos 2:27) y dos veces más se referirán a Cristo como «tu santo Hijo, Jesús».
La santidad caracterizó al Hijo de Dios. Su vida era una continua adoración que trajo placer al corazón del Padre. Podía retar a la multitud «¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?» (Juan 8:46) y luego decirles: «Yo honro a mi Padre».
En un mundo oscuro, lleno de inmoralidad, Dios se deleita en ver a sus hijos ofreciéndose voluntariamente «en la hermosura de la santidad».
Miguel Mosquera
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