Hablemos de leer la Biblia, a diferencia de estudiarla detenidamente. De ninguna manera vamos a dar a entender que no hace falta para el creyente en Cristo estudiar la Biblia muy de cerca y tan a fondo que puede, pero la necesidad que nos ocupa por el momento es la de simplemente leerla con interés y ejercicio de corazón, realmente deseando y esperando que el Espíritu de Dios la use para efectuar una obra en nosotros su pueblo.
Enfoquemos nuestros pensamientos en torno de tres preguntas que fueron dirigidas a personas inconversas pero bien podrían penetrar nuestros corazones siendo salvos. No nos olvidemos de lo que cantamos en la escuela dominical, y es para creyente y no creyente:
Martillo es la Biblia, que quiebra el corazón,
cual luz en el camino y faro en alta mar;
Espada de dos filos, y espejo mi mal a ver.
El libro de los libros es, la Biblia para mí.
¿Nunca leísteis? Marcos 2.25
Seis veces el Señor Jesucristo lanzó esta pregunta en el evangelio de Mateo, poniendo de relieve la ignorancia de algunos acerca de los relatos más elementales del Antiguo Testamento. Sus preguntas acusadoras eran que si los oyentes no habían leído lo que hizo David en 1 Samuel 21, lo que dice la ley de Moisés acerca de los sacerdotes, la historia de la creación, el Salmo 8 acerca de la alabanza, el Salmo 118 acerca de la profecía y lo que Dios dijo a Abraham.
Ahora, pregunto: ¿Usted y yo hemos leído todos estos relatos? ¿Los hemos leído suficientemente, y con el debido interés, como para haber pensado en ellos mientras el Señor hablara, sin necesidad de que El los señalara como ilustraciones de sus enseñanzas? ¿Los hemos leído suficientemente como para poder pensar en ellos mientras viajamos en el autobús, o fregamos la losa, o preparamos la lección para la escuela dominical, o conversamos con la vecina inconversa, o cuando el Espíritu Santo nos levante en la Cena del Señor para ofrecer sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios?
Queridos y respetados hermanos: Duele decirlo, pero es de temer que muchos de nosotros —yo por lo menos— tenemos poco que dar a Dios y al prójimo por la muy sencilla razón de que poco estamos recibiendo de la Palabra de Dios. Cantamos, "Háblame, Señor, y hablaré..." pero no dejamos que el Señor nos hable. Quizás pensamos que la vida cristiana es asistir a las reuniones.
Tenemos que buscar tiempo para leer la Biblia cada día. No necesariamente una o dos horas para buscar citas, comparar pasajes y anotar apuntes, sino primeramente un tiempito para leer unos versículos. 0, si no leemos bien, para que la hija u otra persona nos lea cuidadosamente. Permítanme enfatizar que no estamos hablando de leer un escrito acerca de la Biblia, o de escuchar un mensaje por radio o de cassette, o de conversar acerca de lo que alguien dijo sobre un pasaje bíblico. Todo esto puede ser bueno o malo, pero eso no es leer la Biblia.
Alguien protestará. "Pero yo leo mi capítulo." Pues, a lo mejor hace bien. Pero quizás el capítulo sea mucho, y por lo tanto uno realmente no ha absorbido nada. A veces, o para algunos, sería mejor la regla de Isaías 28: "Renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito ..." Pero no debo seguir con esa cita, porque dice: "un poquito allí, otro poquito allá," ¡y ése no es el estilo que conviene para la lectura diaria! Perdemos mucho si picoteamos. Leamos en secuencia, descubriendo pastos nuevos, conociendo versículos muy valiosos que ignorábamos, disciplinándonos a dejar que el Espíritu utilice en nosotros porciones de su Palabra que pensábamos no tener nada para uno.
¿Cuándo? Es una pregunta común, pero no tan importante como algunos quieren hacerla. Lo importante no es cumplir con un régimen artificial ni copiar lo que otro hace. Muchas madres de familia, por ejemplo, tienen que adaptarse a una rutina de lectura privada muy diferente a la de sus maridos, o de aquella que seguían cuando señoritas sin la responsabilidad de un hogar.
Si puede ser a primera hora en la mañana, mejor. "Hazme oir por la mañana tu misericordia ... hazme saber el camino por donde ande ..," Salmo 143.8. Ezequiel dijo, 12.8, que le vino la palabra de Jehová por la mañana. María Magdalena fue al sepulcro, siendo aún oscuro, tuvo su encuentro personal con el Señor, y dispuso del día entero para regocijarse en esa experiencia y dar las nuevas a otros. "Dios primero" debe ser la regla en la vida del creyente, y si podemos darle los primeros momentos del día, mejor para todos.
Si no, o aun si es así, no nos olvidemos de la lectura con la familia, probablemente al terminar una o más de las comidas diarias. Quizás usted lee la Biblia en privado, pero a lo mejor hay otros en el hogar, especialmente algunos que no son salvos, que no lo hacen. Cumpla su deber. Nuestro estilo de vida en Venezuela hace muy difícil reunir toda la familia para que cada uno lea por turno. Si lo hacemos, ganamos; si cedemos a las presiones y la oposición de otros en la casa, perdemos.
Por ejemplo, Papá —y en su ausencia, Mamá— leía con nosotros un capítulo, o la mitad, en el Antiguo Testamento después del desayuno y antes del correcorre de la escuela, y oraba; diez versículos en Proverbios después del almuerzo; un capítulo del Nuevo Testamento después de la cena y antes de ir a la reunión en el salón evangélico; y oraba. Año tras año, casi todos los días. La lectura nunca fue excesivamente larga. La secuencia, libro por libro, era estricta. La oración, todos nosotros a rodillas, salvos o no, grandes y pequeños, era prudente. Yo no he practicado toda esta rutina en mi hogar, y puedo y debo testificar que Dios honra a quienes le honran, pero tiene en poco a quienes desprecian su Palabra, sea creyente o no.
Las reuniones de la asamblea y el ministerio público de la Palabra son necesarios y por demás provechosos, pero nunca pueden sustituir la lectura de las Sagradas Escrituras. "Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellos estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y entre tus puertas." Deuteronomio capítulo 6.
Donald R. Alves (padre)
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