...quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente1 Pedro 2:23
Cuando tenía 12 años y José y María le encontraron en el templo, María le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho así?”. Como si el culpable hubiese sido el Señor. Fueron José y María quienes abandonaron Jerusalén y dejaron a Jesús atrás. Al ser culpado por lo que otro había hecho, no devuelve el ataque, Su respuesta está llena de gracia: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:49).
Sería difícil para nosotros comprender la magnitud de la ofensa que los fariseos le hicieron al Señor al decir: “Éste no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios” (Mateo 12:24). Atribuir los milagros de Cristo a Satanás no solamente carecía de sentido, sino que era un ataque deliberado a la integridad y origen del Hijo de Dios y sus obras. Al ser ofendido gravemente, el Señor no les respondió de la misma manera, sino con mucha sabiduría y verdad.
También se le presentaron unos hombres para hacerle caer en sus palabras, con una pregunta de doble intención. “¿Es lícito dar tributo a César, o no?” (Mateo 22:17). Quizás el lector tendrá también momentos en su vida cuando, con astucia, alguien ha iniciado una conversación controversial, con doble sentido, con el fin de usar la respuesta para atacarle. Una vez más nos maravillan las palabras del Señor, quien deja en silencio la astucia de sus adversarios y da la gloria a Dios en sus palabras.
Con sus palabras el Señor Jesucristo nos dejó ejemplo. Sigamos sus pisadas.
Miguel Mosquera
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