Icono del sitio salvo X gracia

La Ofrenda

El Nuevo Testamento nos enseña sobre tres sacrificios del creyente que son de agrado a Dios. El primero lo encontramos en Romanos 12:1 - “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. Este es el sacrificio de uno mismo. Hebreos 13 menciona los otros dos sacrificios – “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hebreos 13:15-16). El segundo sacrificio tiene que ver con nuestra alabanza y adoración, el tercero con la ofrenda de nuestras posesiones materiales.

Estos sacrificios no son para ganar la salvación, ya que ambas epístolas abundan en el tema del sacrificio de Cristo en la cruz como el único medio suficiente para la salvación del pecador. Los sacrificios del creyente son la respuesta apropiada a uno que ha recibido la salvación como un regalo de Dios por la fe en Jesucristo y en amor a Él está dispuesto a darse a sí mismo, expresar su alabanza y dar de sus bienes.

Es el tema de este estudio hablar sobre la ofrenda del creyente, en cuanto a sus posesiones materiales. Hay mucha confusión sobre este tema y quienes toman ventaja a esta confusión para hacer negocio y ganar dinero a través del evangelio, como dijo el apóstol Pablo: “hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales” (1 Timoteo 6:5).

De éstos hay muchos hoy día, quienes predican el evangelio de la prosperidad. Éstos se han dado a la tarea de predicar que mientras más das a Dios, más riquezas recibirás de Dios aquí en la tierra. Este mensaje es una obra del diablo. El que lo predica, quiere enriquecerse extorsionando a la congregación; quienes lo practican, están haciendo negocio con Dios al dar más a la iglesia con el fin de recibir más y enriquecerse también. De cualquier manera, el evangelio de la prosperidad tiene el fin de las riquezas terrenales. ¿Cuántos de los apóstoles que predicaron el evangelio en el primer siglo terminó con grandes riquezas? Ninguno, todos ellos vivieron de forma humilde, pagando con su propia vida por el evangelio. El evangelio de la prosperidad no viene de Dios.

El sacrificio de la ofrenda de nuestros bienes materiales tiene recompensa, pero no será con riquezas aquí en la tierra, sino con riquezas en los cielos cuando Cristo dé recompensa a cada creyente de acuerdo con lo que haya hecho (2 Corintios 5:10).

Hay varias escrituras que hablan directamente sobre la ofrenda del creyente: 1 Corintios 16:1-4 y 2 Corintios capítulos 8 y 9. Haré referencia a otros versículos, pero tomaré éstos principalmente.

1 Corintios 16

El apóstol Pablo se caracteriza por enseñar mucho con pocas palabras. Él mismo lo dijo: “prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida” (1 Corintios 14:19). En 1 Corintios 16:2 él dice:

“Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas”

Solamente con este versículo aprendemos mucho:

  • ¿Cuándo ofrendar? - Cada primer día de la semana
  • ¿Quiénes deben ofrendar? - cada uno de vosotros
  • ¿Cómo debe ofrendar? – ponga aparte algo
  • ¿Cuánto debe ofrendar? - según haya prosperado
¿Cuando ofrendar? - Cada primer día de la semana

La ofrenda en la iglesia debe hacerse el primer día de la semana. Esta es la ofrenda asociada a la iglesia. La iglesia no es el único lugar donde se puede poner en práctica el “hacer bien y la ayuda mutua”. Por ejemplo, Santiago habla de cuando “un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día”. Esta es una buena oportunidad para mostrar la ayuda mutua, sin importar el día de la semana que sea. Esto también recibirá recompensa del Señor, pero en este estudio quiero enfocarme en la ofrenda en la iglesia. Ésta debe hacerse cada primer día de la semana, que es la frecuencia con que se da la ofrenda. Asimismo, lo había enseñado el apóstol en las iglesias de Galacia.

¿Quiénes deben ofrendar? - Cada uno de vosotros

Pablo está escribiendo a una iglesia, así que cuando dice: “cada uno de vosotros” se está refiriendo a creyentes en una iglesia. Es contra las Escrituras y la voluntad de Dios que se solicite dinero de personas que no son salvas o de cualquiera que llegue a la reunión. El apóstol Pablo dio el ejemplo en cuanto a esto: “os he predicado el evangelio de Dios de balde” (2 Corintios 11:7) y el apóstol Juan también lo dice en cuanto a quienes salieron a predicar el evangelio: “ellos salieron por amor del nombre de él, sin aceptar nada de los gentiles” (3 Juan 1:7). No hay ningún caso en el Nuevo Testamento donde los discípulos pidieran dinero de quienes no eran salvos; la ofrenda es únicamente para los creyentes.

¿Cómo debe ofrendar? - Ponga aparte algo

Esto implica un acto intencional. La ofrenda no es tomar algo de dinero que me sobra, o rápidamente tomarlo justo antes que llegue a mi lugar la bolsa de la ofrenda. Cada creyente debe tomar aparte algo, anticipadamente, premeditadamente y voluntariamente para ofrendar a Dios.

¿Cuánto debe ofrendar? - Según haya prosperado

El apóstol Pablo no da una cantidad específica que el creyente está obligado a dar. La cantidad va en función a lo que ha prosperado el creyente.

Hago un paréntesis aquí para aclarar que la ofrenda es según ha prosperado, no según quiera prosperar. Ya he hablado sobre el evangelio de la prosperidad donde las personas dan en función a cuánto quieren ser prosperados por Dios en el futuro. Si dan más, Dios les prospera más; de manera que dan de acuerdo con cuánto quieren ser prosperados. Esta no es el principio bíblico para ofrendar, sino que mi ofrenda debe ser según Dios me prosperó.

Por otro lado, la ofrenda no es para endeudarme. Dios es el dueño del oro y la plata, así que no voy a impresionarlo quedando en deuda para dar mucho a la iglesia.

Estas palabras están en concordancia con lo que enseña Pablo en 2 Corintios 9:7 - “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”. No hay una cantidad establecida del 10% o cualquier otro monto. Del corazón nace el deseo de ofrendar y la cantidad que se va a dar. (ver también el artículo - ¿Es obligatorio dar el diezmo?)

2 Corintios capítulos 8 y 9

El contexto de este capítulo era una ofrenda que iba a ser destinada para los creyentes en Judea. Estos dos capítulos complementan lo que ya mencioné en cuanto a 1 Corintios 16. En estos capítulos aprenderemos sobre la actitud al ofrendar, la administración de la ofrenda y la recompensa por la ofrenda

Tener la correcta actitud es muy importante al ofrendar, ese es el tema en los vv.1-15. Es llamativo que el apóstol Pablo no insistió ni mucho menos obligó a estos creyentes, sino que ellos mismo pidieron “con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos” (2 Corintios 8:4). Ellos no lo estaban haciendo por obligación, ni por necesidad, sino como un acto voluntario y generoso de comunión entre el pueblo del Señor. Era una demostración de su amor sincero (v.8). No era la única manera en que ellos manifestaban una fe verdadera, tenían varias cualidades en las que abundaban: “en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros” (v.7).

Ellos “a sí mismo se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios” (v.5). Había una devoción, en primer lugar, a Dios y una entrega total a Él. Quien tiene un gran aprecio por Dios, tiene también un gran aprecio por el pueblo de Dios (2 Samuel 7:22-23). 
Estaban siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, “que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9). El Señor lo dio todo para enriquecernos a nosotros, sin que lo mereciéramos. ¿Por qué no podríamos nosotros también mostrar esa misma gracia y generosidad hacia otros?

En los versículos desde el 8:16 al 9:5 se habla sobre la administración de la ofrenda. El objetivo principal es “hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor sino también delante de los hombres” (v.21). Es por eso que escogieron a dos hermanos: Tito y otro del cual no se dice su nombre, pero sí su buen testimonio, porque su “diligencia hemos comprobado repetidas veces en muchas cosas, y ahora mucho más diligente por la mucha confianza que tiene en vosotros" (v.22). Tanto Tito como el otro hermano eran de mucha confianza como para entregar esta responsabilidad de administrar la ofrenda. Sin embargo, aunque cada uno era de mucha confianza no se le dio la ofrenda a solamente uno de ellos, sino a los dos. Es importante que haya transparencia y rendir cuentas sobre a la ofrenda de la iglesia, esto no es para cuestionar la confianza hacia un hermano, sino para hacer las cosas decentemente y con orden. Esto trae tranquilidad para quien administra y también para los demás en la iglesia.

Finalmente, el apóstol termina en el capítulo 9 hablando sobre la recompensa para quienes ofrendan. Hay dos tipos de recompensas que el apóstol tiene en mente. La primera es la recompensa de Dios: “el que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará” (9:6). Esta cosecha no es aquí en la tierra, no consiste riquezas materiales, sino recompensa en los cielos, en el tribunal de Cristo.

La segunda recompensa son las acciones de gracias y las oraciones de parte de quienes reciben y a favor de quienes dan. Quienes reciben glorifican a Dios y abundan en muchas acciones de gracias a Dios por la generosidad de quienes dan. Cuando leemos la carta a los Filipenses nos damos cuenta de que es una carta de agradecimiento del apóstol Pablo a la iglesia en Filipos (Filipenses 4:14-16). Esto había resultado en acciones de gracias de parte del apóstol hacia los creyentes filipenses (Filipenses 1:3-11).

Miguel Mosquera

Compartir este estudio

Salir de la versión móvil