En el creyente hay una constante lucha entre la carne y el Espíritu, como dice Gálatas 5:17 “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”. Esta lucha no la teníamos antes de ser salvos debido a que el que no es salvo “no tiene el Espíritu de Cristo” y, por lo tanto, vive "en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos” (Efesios 2:3).
Las obras de la carne son pecado y, como todo pecado, debemos desecharlo porque el pecado tiene un gran poder destructivo, no en la salvación del cristiano, pero sí puede destruir nuestra utilidad en el servicio al Señor y el privilegio de honrar Su nombre mediante una buena conciencia y un buen testimonio.
En los siguientes artículos estaremos hablando sobre cada una de estas manifestaciones de la carne, comenzando por el adulterio.
Un pecado grave
Un diccionario nos diría que el adulterio es la relación sexual entre un hombre casado con una mujer que no es su esposa, o una mujer casada con un hombre que no es su esposo. Es infidelidad en el matrimonio y, por lo tanto, un pecado que es cometido directamente contra esta institución divina que tiene tanto valor para Dios (Génesis 2:24).
El adulterio es un pecado grave. Desde los tiempos antiguos fue visto como un pecado digno de muerte (Génesis 38:24, Levítico 20:10). En los profetas Dios compara la idolatría y la apostasía con el adulterio (Jeremías 3:9; Ezequiel 16:32). En la iglesia local, quien comete adulterio debe ser puesto fuera de comunión (1 Corintios 5:11-13).
Entre el mal pensamiento y la acción hay una línea muy delgada
La prevención es necesaria
En el sermón del monte, el Señor habló también sobre el adulterio, y dijo, “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:28). Aquí hay alguien que, aunque no comete la acción física, recrea sus pensamientos en el adulterio. Nadie lo sabe, fue una mirada, todo ocurrió en el corazón, pero está mal. Se ha contaminado con los malos pensamientos. Esto es tanto para el hombre como para la mujer.
“La lámpara del cuerpo es el ojo” (Mateo 6:22). Por nuestros ojos alimentamos nuestros pensamientos. Si alimentamos nuestra mente saludablemente, tendremos buenos pensamientos (Filipenses 4:8-9), pero si la alimentamos con basura, esto es lo que nuestra mente va a producir, y entre el mal pensamiento y la acción hay una línea muy delgada.
Con el pecado no se juega
Así que, tengamos mucho cuidado con lo que miramos.
“Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1:14). La mejor solución es prevenir. Si no miramos lo que no debemos, no pensamos lo que no debemos; y si no pensamos lo que no debemos, no hacemos lo que no debemos. Así que, tengamos mucho cuidado con lo que miramos.
Mientras más alejado podamos estar del pecado, mejor. Esto puede llevar a tomar algunas medidas que pueden parecernos ‘radicales’, como dijo el Señor, “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti” (Mateo 5:29). Quitemos de nuestra vida todo aquello que pueda ser de tropiezo para nuestra santificación.
Manteniendo el respeto
No se trata de ser descortés o mal educado, sino de respeto. El apóstol Pablo aconseja al joven Timoteo en cuanto a su trato a las hermanas. “A las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza” (1 Timoteo 5:2).
No se exponga a situaciones peligrosas, no coquetee con quien no debe. Cuide y nutra su matrimonio, por su propio bien y el de su familia, para que sea honrado el nombre de Cristo.
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