Los conflictos han hecho daño en la humanidad desde la misma creación. Es una de las tristes consecuencias directas del pecado, por eso tras la desobediencia de Adán Dios nos introduce a esta palabra: enemistad (Génesis 3:15).
Desde el principio, vemos las trágicas consecuencias de las enemistades: Caín y Abel, Ismael e Isaac, Jacob y Esaú, y la lista continúa. Las enemistades han dividido familias, comunidades, naciones y el mundo entero.
Consideraremos en un mismo artículo estas cuatro obras de la carne que tienen mucha relación entre sí. Pudiéramos pensar incluso que en la mayoría de los casos una conlleva a la otra, y ya veremos por qué.
Cuatro palabras
A pesar de ser palabras muy parecidas, comencemos identificando cada una de ellas:
- Enemistades: es hostilidad, y por implicación, es buscar una razón para tener oposición.
- Pleitos: lucha, discusión o disputa.
- Contiendas: hacer distinción, ponerse uno por delante, o en ventaja, de otro
- Disensiones: romper una relación, división.
La enemistad viene a ser como esa chispa que desata la contienda. Es buscar una razón para tener oposición, para generar un conflicto, para iniciar una discusión. Esto conduce a la competencia y la disputa (pleitos y contiendas), hasta que llega a una división marcada, y a la rotura de la relación.
Tristemente los conflictos pueden durar por años, e incluso, generaciones. Ejemplo de esto lo podemos ver entre la descendencia de Ismael y la descendencia de Isaac (árabes y judíos). Igualmente lo notaremos en el mismo pueblo de Israel, cuando ocurrió la división del reino al comienzo del reinado de Roboam.
Comenzar una contienda es un millón de veces más fácil que terminarla. “El que comienza la discordia es como quien suelta las aguas; deja, pues, la contienda, antes que se enrede” (Proverbios 17:4).
¿Qué produce la contienda?
Ya que hemos citado Proverbios, sigamos allí, porque Salomón tiene mucho que enseñarnos sobre la contienda. Así que tomemos su consejo para aprender varias lecciones:
- El orgullo: “Ciertamente la soberbia concebirá contienda” (Proverbios 13:10). Es inevitable que el orgulloso no termine enredado en una contienda. No da su brazo a torcer, no importa cuán intensa esté la situación ni quienes sean los afectados, su orgullo puede más.
- El chisme: “El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos” (Proverbios 16:28). No olvidemos las palabras de Santiago al referirse a lo que la lengua puede hacer: “¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego” (Santiago 3:6). Necesitamos tener más cuidado con nuestra lengua, y si hemos ofendido, tener la humildad de pedir perdón y buscar la reconciliación.
- La ira: “el hombre iracundo promueve contiendas” (Proverbios 15:18). Salomón nos lo pone de una forma más gráfica para hacernos entender: “Ciertamente el que bate la leche sacará mantequilla, y el que recio se suena las narices sacará sangre; y el que provoca la ira causará contienda” (Proverbios 30:33).
De la misma manera como estas cosas comienzan la contienda, son ellas mismas las que hacen que la contienda continúe. Hay quienes se alimentan del conflicto y constantemente tienen que estar chismeando y criticando para hacer que se mantenga el fuego. Mientras halla leña, habrá fuego.
¿Cómo hacer cesar la contienda?
Si esta pregunta tuviera una respuesta sencilla, entonces cesarían los conflictos en el mundo entero, pero no es así. De allí lo que nos dice Proverbios 18:19, “El hermano ofendido es más difícil de ganar que una ciudad fortificada, y los pleitos son como cerrojos de fortaleza” (NBLA)
Sin embargo, Salomón también tiene algo que decirnos al respecto, porque
“Honra es del hombre dejar la contienda” (Proverbios 20:3). Cada caso puede ser diferente, y aunque lo que vamos a ver no necesariamente apacigüe todo conflicto, sí tiene un efecto importante.
“Deja, pues, la contienda, antes que se enrede” (Proverbios 17:4). El mejor momento para cesar la contienda es en el mismo comienzo. Si ha habido alguna ofensa, algún malentendido, es mejor resolverlo antes que se intensifique.
“Echa fuera al escarnecedor, y saldrá la contienda, y cesará el pleito y la afrenta” (Proverbios 22:10). Muchas veces es una persona la que produce todo el conflicto. Desligarse de esa persona hace que el conflicto cese. Es por eso que en la iglesia debe ser puesto fuera de la comunión a aquel que no escuche la amonestación, sino que se empeñe en crear conflicto: “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo” (Tito 3:10)
“Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda” (Proverbios 26:10). Al cortar la cadena del chisme y la crítica, se termina la contienda.
Para finalizar, sigamos el consejo del apóstol Pablo, que nos evitaría una gran cantidad de problemas y contiendas: “Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión. No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:16-18).
Miguel Mosquera
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